Calidad y calidez humana es lo que hoy en día necesitamos
Es famosa la tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial. Ocurrió el 24 de diciembre de 1914. Juan P. Villatoro la narró de esta manera en ABC.es:
- ”En plena Nochebuena, los soldados del ejército alemán comienzan a poner los escasos adornos de los que disponen en sus trincheras bajo el frío y la nieve, que no deja de caer de forma incesante”.
- “En ese momento, desde las posiciones británicas comienza a alzarse un sonido dulce cuando, desde los oficiales hasta los soldados, empiezan a cantar un emotivo villancico: Noche de Paz”
- “Se desconoce si fue el espíritu navideño, la morriña por estar lejos del hogar o el hartazgo por una guerra que ya había dejado miles y miles de muertos, pero lo cierto es que en la tarde del 24 de diciembre de 1914, los alemanes propusieron a gritos una tregua desde la trinchera opuesta”.
Se pactó la tregua y el día de Navidad jugaron futbol.
El teniente alemán Johannes Niemman en una carta explica que un soldado apareció cargando un balón de fútbol y, en pocos minutos, ya había comenzado el partido. Dijo:
- “Ellos hicieron su portería con sombreros extraños, mientras que nosotros hicimos lo mismo. No era sencillo jugar en un lugar congelado, pero eso no nos detuvo. Mantuvimos las reglas del juego, a pesar de que el partido sólo duró una hora y no había árbitro”.
Desconozco quién ganó el partido, pero es un hecho que después de la tregua los jóvenes soldados ingleses y alemanes volvieron a lo que antes hacían: matarse entre ellos.
No debería haber guerra, la actividad social más espantosa inventada por los hombres —supongo que de ninguna manera fue un invento de las mujeres, mucho más sensatas—. Pero aun en el infierno de los peores combates hay ocasiones especiales para la tregua: para dejar las armas un momento, abrazarse, cantar. Y hasta jugar futbol, deporte maravilloso a veces, como en la Navidad de 1914 cuando los soldados enemigos dejaron un día de matarse para buscar dirimir sus diferencias con goles.
En la guerra política mexicana, que ojalá no pase a mayores —pero no soy optimista—, la pandemia debiera obligarnos a la tregua cuando cualquier rival enferme de covid.
No es difícil entenderlo. Bueno, por lo visto solo lo entiende gente que no odia.
Enfermó el doctor Hugo López-Gatell, y sin duda lo único decente que procede es desearle que se recupere. Solo si uno está enfermo de odio, como el periodista Pablo Hiriart —obsesionado con destruir a AMLO y la 4T— puede aprovechar el contagio para sembrar más odio.
Me parece absolutamente despreciarle este tuit de Hiriart:
{username} (@PabloHiriart) February 20, 2021
•“Le sugiero hablarle al doctor Paco Moreno o al doctor Macías. Ellos saben del tema. Cuídese mucho, y le deseo mejor suerte que la de 180 mil mexicanos que estaban en sus manos”.
Por cierto, hablé con el doctor Moreno sobre la enfermedad de Gatell y con genuino humanismo me dijo: “Creo que va a estar bien; no tiene sobrepeso, es joven y lo atenderán excelentes médicos”.
Calidad y calidez humana es lo que hoy en día necesitamos en México, incluso para seguir debatiendo con fuerza; es lo menos que merece nuestro bello país tan lastimado por la tragedia más terrible desde aquellas guerras de Europa.