Espero que ahora sí queden claras las razones por las que dejé el debate conducido por Adela Micha en El Heraldo Radio, empresa de reciente creación que, por lo demás, está ya entre las líderes en credibilidad y audiencia. La verdad de las cosas, no soporté la arrogancia de mi amigo Javier Lozano. ¿Se puede ser amigo de alguien que de tan petulante, en vez de argumentar, invariablemente ofende? Ya se ve que todo es posible.

Ayer nos enteramos de que al presidente López Obrador le molestaron algunos insultos de Javier Lozano —quien trabajó en el gabinete de Felipe Calderón como secretario del Trabajo. Si los improperios los hubiera difundido un medio de comunicación distinto a El Financiero, seguramente Andrés Manuel no los habría tomado en cuenta. Pero que los destacara como nota de primer orden un diario especializado en negocios, convirtió a las malas palabras de Lozano en golpes directos a la economía nacional cuyos posibles efectos negativos era necesario contrarrestar de inmediato. Seguramente es lo que pensó el presidente de México, y rápido de reflejos descalificó al ex colaborador de Calderón, quien no es analista ni sabe de economía: es solo un grillo de derecha, ultraconservador inclusive, al que le sigue doliendo que nuestra nación tenga ahora una administración federal progresista.

Desconozco las razones que llevaron a los editores de El Financiero a darle tanta importancia a las opiniones de alguien como Javier Lozano, quien evidentemente no puede ser imparcial ni objetivo. Él no es un estudioso, lo reitero, sino un político de oposición que tiene miedo. Lozano participó en el equipo, encabezado por Calderón, que le robó a AMLO las elecciones de 2006. Esta gavilla, buscando la legitimidad que no le dieron las urnas de votación, metió a México en la perdida guerra contra el narco, que como bien sabemos sigue ensangrentando al país. Hoy Calderón y sus aliados están en serios problemas. Andrés Manuel no los ha perseguido ni ha tenido la intención de hacerlo, pero en Estados Unidos se está juzgando por sus relaciones con la mafia narcotraficante de Sinaloa, a Genaro García Luna, el más poderoso compañero de gabinete de Javier Lozano. Es la causa de que a este —y a otros con sus mismos intereses— le aterrorice la posibilidad de que el juicio a García Luna en Nueva York lleve al gobierno de México a investigar todo lo que ocurrió en el sexenio de Calderón.

¿Puede ser un referente analítico un político en el desempleo como Javier Lozano, quien por sus malas relaciones profesionales en el periodo 2000-2012 probablemente prepara ya algún tipo de defensa de orden jurídico, esto es, por si las moscas de García Luna lo mosquean? En El Financiero cometieron el error de así ver al ex secretario del Trabajo, y le dieron importancia de más a sus insultos contra el presidente de México. Desde mi punto de visto, fue una muy mala decisión editorial.

Hasta hace unos meses participé en un programa de debate, en El Heraldo Radio, conducido por Adela Micha. A esta periodista —quien además colabora en El Financiero y tiene su propia página web, Saga— le pareció buena idea, para levantar algo de rating, ponerme a discutir con dos calderonistas: el mencionado Javier Lozano y Juan Ignacio Zavala (también editorialista de El Financiero), este último cuñado de Felipe Calderón. El rating, según Adela, iba a aumentar si yo respondía fuertemente a los insultos de Lozano y Zavala contra López Obrador. No sé si el rating se incrementó, pero la señora Micha sí había anticipado correctamente lo que iba a pasar: varias veces me vi obligado a llegar a los gritos para tratar de callar a Lozano y Zavala, quienes han hecho de las calumnias y las ofensas al presidente de México todo un modus vivendi.

Lo que dijo en El Financiero es lo mismo que el señor Lozano decía cada semana —con idénticas palabras— en el programa de Adela Micha. Tanto escucharlo, me fastidió. Zavala desde luego decía lo mismo, pero el cuñado de Calderón al menos es chistoso: no se toma en serio y ello lo hace soportable en los medios. El problema principal de Javier Lozano es sentirse trascendente. Como en realidad no lo es, cae en la arrogancia y, como se sabe, arrogare en latín quiere decir apropiarse y de ahí el verbo arrogar. Arrogante, por lo tanto, “es alguien que toma (sin que se lo den) honores o exagera de sus facultades mentales”. Lozano exagera tanto sus facultades mentales que, por lo visto, las está destruyendo. De ahí que él sea lo que es.