El odio

Primero, la campaña de insultos contra el hijo menor de edad de Andrés Manuel y Beatriz. Ahora, el linchamiento dirigido directamente a la esposa del presidente de México.

La señora Gutiérrez Müller se equivocó al responder a un fanático de Twitter. No se trató de un descuido ni de incapacidad para entender que algunas cosas no las tienen permitidas las personas cercanas al poder político. Simplemente se desesperó de que la acusen de ser la responsable de un hecho falso —la mentira de que el gobierno de México no atiende a los niños con cáncer—, que si fuera cierto, que no lo es, de ninguna manera sería responsabilidad de Beatriz, quien no tiene cargo alguno en la administración pública, menos aún en el sector salud. La desesperación ante la necedad de acusarla de algo que no existe y que, si existiera, no sería su culpa, la llevó a cometer un error. Bastante menor, por cierto.

Ello resultó suficiente para que se desatara una brutal campaña de odio en contra de Beatriz, una mujer inteligente, bondadosa, culta, ejemplar como madre de familia y comprometida con un proyecto ideológico. La conozco, me consta que ella es así. El odio con el que se agredió a la compañera del presidente López Obrador inclusive creció cuando Gutiérrez Müller se disculpó por su inadecuado comentario.

Se le ataca por la misma razón por la que se agrede a su marido: el gobierno del presidente López Obrador ha decidido combatir la corrupción y esto es algo que perjudica a personas con poder y dinero. No puede haber la menor duda, ya que una mayoría de los tuits de odio contra Beatriz Gutiérrez los difundieron bots o cuentas falsas y aun equipos de comunicación de grupos políticos interesados en destruir la imagen de la 4T. No lo están logrando, el mismo día en que se golpeaba en Twitter de forma infame a la esposa de Andrés Manuel, el diario El País, de España, daba a conocer una encuesta con 68.4% de aprobación del presidente de México. En la peor crisis de la historia, AMLO mantiene su prestigio en niveles elevados. Significa que a la gente no la engañan las campañas contra un gobierno que simple y sencillamente pretende cambiar lo que no ha funcionado y, peor aún, tanto ha ensuciado nuestra vida pública.

Lo anterior debe animar a Beatriz a seguir en el debate en redes sociales con buen humor ante la infamia. Lo mejor que podría hacer sería ignorar los insultos de la gente ruin, y solo responder los comentarios, críticos o de apoyo, de hombres y mujeres que con evidente seriedad busquen el diálogo. A palabras necias, oídos sordos, pues. Pero los cuestionamientos honestos, que también los hay, y los hubo por el tuit que ella no debió publicar, debe tomarlos con toda seriedad en cuenta.

López-Gatell entre Noroña y Pancho

No sé si cuando el hecho ocurrió los parques públicos ya estaban abiertos. Aun en la nueva normalidad hay reglas, y el doctor Hugo López-Gatell no las cumplió del todo cuando fue a jugar beisbol con su hijo a un parque en la colonia Condesa de la capital mexicana. Debió haber usado cubrebocas o careta, y no le dio la gana llevar tales objetos de protección. Además, si por su popularidad alguien que pasaba por ahí, como ocurrió, le pedía una selfie, estaba obligado a negarse por respeto a la sana distancia; el epidemiólogo no se negó y acercó peligrosamente su rostro al del hombre que tomó la fotografía. Gatell no hace lo que predica.

Seguramente a Gatell lo protege la vitamina que derrota a todas las enfermedades, la vitamina doble P, la del poder y la popularidad. Este médico es enormemente popular y, también, tiene mucho poder: él decide en gran medida lo que se hace, o se deja de hacer, para combatir la pandemia.

Mi duda es si sabe manejar el poder y la popularidad que le llegaron tan repentinamente. Hugo López-Gatell pasó en muy poco tiempo de ser un perfecto desconocido a ser el ídolo de millones de personas que confían en él.

No sé si en sus estudios el doctor Gatell alguna vez recibió una clase acerca de los síntomas, las causas y las consecuencias de una enfermedad maldita llamada hibris, la enfermedad del poder. Subirse al ladrillo —en su caso, se trepó a muchos miles de ladrillos— provoca desmesura en el comportamiento y lleva a un tipo muy especial de locura.

Si alguien sabe diagnosticar la enfermedad del poder es el presidente López Obrador. Este hombre es inmune debido a que construyó su proyecto político en décadas de dura lucha, de mucho sufrimiento. Si algo tiene Andrés Manuel son heridas de batalla, que actúan como vacunas contra los efectos dañinos de hibris.

El caso de López-Gatell es distinto. No ha sido lastimado en la difícil resistencia contra el viejo sistema y ni siquiera tuvo que subir andando, a pie, la cuesta de los altos cargos de responsabilidad en el gobierno: Andrés Manuel lo ubicó en un helicóptero que lo elevó y lo dejó allá arriba.

Las personas cercanas a Andrés Manuel suelen marearse porque cuando salen a la calle la gente les aplaude —no entienden que en realidad son aplausos al líder—, les pide fotos, hasta les acaricia. Y los que más apapacho reciben se inflan y aun se sienten presidenciables.

El polémico Gerardo Fernández Noroña llegó a ser mucho muy popular porque cuando bajaba de los templetes en los mítines de AMLO numerosos hombres, numerosas mujeres se lanzaban a saludarlo, abrazarlo, fotografiarse con él. Ello le hizo pensar que podía ser presidente de México, y lo intentó. No llegó demasiado lejos porque tal popularidad no era suya, sino que López Obrador se la había prestado. Ya construirá Noroña su propio camino.

Desde hace meses pienso —así lo he escrito— que López-Gatell se siente presidenciable. Es lo peor que podía pasarle al jefe de la estrategia contra la pandemia del coronavirus. No creo que a Andrés Manuel le resulte muy difícil llegar a este diagnóstico.

El resultado lo estamos viendo: a pesar de que tuvimos muchos meses para prepararnos, ya somos uno de los países con más muertos por Covid-19 en el mundo. Hemos dejado atrás a España en esa estadística y vamos con paso firme a rebasar a Italia y al Reino Unido.

¿Cuál es ahora la estrategia de López-Gatell? Aconsejar, ya sin muchas ganas, que se haga lo que nadie cumple, esto es, la sana distancia..., y sobre todo contar muertos; esto último lo hace con gráficas bonitas, pero terroríficas.

Pancho González, el dueño de Milenio, decía que los contadores son muy buenos tanto para contar ganancias como para contar pérdidas. Por eso prefería tratar con vendedores e ingenieros generadores de proyectos productivos. Aceptaba la contabilidad como un mal necesario y ya; lo suyo era la actividad que sí da vida a las empresas.

Espero que Andrés Manuel llegue ya a la conclusión de que con solo seguir contando muertos no vamos a llegar a nada en el combate a la pandemia. Se necesita hacer algo más. Con un nuevo jefe o con el propio Gatell, pero cambiar la estrategia.

Pregunté a un médico tan competente o inclusive más que López-Gatell que haría y me respondió: “De inmediato algo que le da roña a Gatell, muchísimas pruebas para establecer cercos epidemiológicos”. Seguramente el rockstar de la epidemiología dirá que no está “científicamente comprobado” que una propuesta así funcione —todo lo descalifica con la cantaleta de que la ciencia no lo ha demostrado. Pero algo debe hacerse, además de solo contar fallecidos. Por cierto, si Galileo se hubiera esperado a que algún instituto burocrático/académico demostrara que científicamente era útil observar al universo, la humanidad seguiría en la oscuridad.

La 4T no puede darse el lujo de permitir que la única estrategia sea contar muertos esperando que un buen día la pandemia se vaya. No es culpa del gobierno de México lo que sufren todas las sociedades del mundo y se hizo lo que se tenía que hacer con la información conocida. No funcionó, así que deben cambiarse las cosas y aun las personas, urgentemente por supuesto.