Hoy, en Milenio, dice la señora Roberta Garza:

√ “Leí con asombro hace unos días un editorial (en el diario Reforma) de María Elena Pérez Jaén, antes comisionada del IFAI, hoy INAI, donde narra una conversación que tuvo en 2014, a invitación de Romo...”

√ “... y mi asombro fue que yo tuve, también por invitación pero cerca de tres años antes, un encuentro que parece calcado del que describe ella: ante mi escepticismo...”,

√ “... Poncho me quiso convencer de las bondades del proyecto de AMLO, glosando la misma austeridad bucólica de la vida doméstica de Andrés y Beatriz y asegurándome que él no había encontrado bases para las claras señas de corrupción, autoritarismo e ineptitud que muchos veíamos rodeaban al entonces eterno candidato opositor”.

Conozco a Roberta, inteligente mujer relacionada con el sector empresarial regiomontano. Tal vez me equivoco, pero creo fue por una invitación que le hice que aceptó colaborar esporádicamente en Milenio —inclusive en El Diario de Monterrey, que dio origen al actual negocio editorial de la familia González—; si la invité a que escribiera sin duda se debió a que la considero una persona inteligente e informada, además con capacidad de análisis.

También conozco a la exfuncionaria que Roberta Garza cita, María Elena Pérez Jaen. Si no recuerdo mal me la presentó un empresario importante de Monterrey, Benjamín Clariond, quien había aceptado ser diputado federal por el PRI. María Elena era muy joven y, como en la actualidad, muy crítica de lo que pensaba no se hacía bien en el sector público. A ella la veía con cierta frecuencia en reuniones en la Ciudad de México, que en aquel tiempo yo visitaba en promedio cada 15 días.

Dejé de verla y, muchos años después, cuando AMLO era jefe de gobierno de la capital mexicana, supe de María Elena por sus fuertes cuestionamientos al tabasqueño. Nunca estuve de acuerdo con lo que ella decía de Andrés Manuel, pero no la busqué ni la encontré por casualidad, así que no se lo comenté. Hace pocos años la vi por última vez. Yo caminaba en el parque de Polanco, ella pasó en su coche, me saludó, se bajó y conversamos. Pienso que discutimos por algo.

Si Alfonso Romo invitó a Roberta y a María Elena a discutir con ellas su papel en el equipo de López Obrador se debió a que, seguramente, piensa que las dos son mujeres inteligentes y le interesaba conocer sus puntos de vista. Hoy ambas opinan que Poncho fracasó en el equipo de Andrés y afirman que el ya exjefe de la Oficina de la Presidencia no debe quejarse: Roberta Garza y María Elena Pérez Jaen le advirtieron lo que iba a pasar, esto es, que iba a terminar por no encajar en la 4T.

No era un pronóstico tan difícil: ¿un empresario, neoliberal y conservador como Romo, imponiendo sus puntos de visita en un proyecto político de izquierda? Misión imposible. Pero Alfonso Romo al menos lo intentó. Por una razón: él pensaba, y seguramente no ha cambiado su diagnóstico, que a México le hacía falta experimentar la tercera vía, por así llamarla. Ante tantos fracasos y decepciones de los gobiernos del PRI y del PAN, tristemente enfermos todos ellos de la peor corrupción, era necesario un gobernante decente, como sin duda lo es Andrés Manuel, un hombre —me consta— al que no le interesan las riquezas materiales.

Para tener despachando en Palacio Nacional al primer presidente honesto en la historia de México, valía la pena pagar el costo de apoyar a un equipo político con ideas muchas veces tan inadecuadas como superadas.

Cuando Romo se acercó a Andrés Manuel no estuve de acuerdo, pero no por la imposibilidad de que el empresario regio influyera realmente en el diseño de los plantes de gobierno del tabasqueño, sino porque me pareció un acto oportunista. Así lo vi, así lo escribí. Con el paso del tiempo entendí que la llegada de Alfonso al círculo íntimo de López Obrador no respondía a vulgares ambiciones, sino a un deseo genuino de cambiar a México por la vía de orientar, para llevarlo por un rumbo distinto al que hoy se dirige, al actual gobierno de izquierda.

Romo lo intentó todo. Expresó sus puntos de vista, se le escuchó, debatió internamente y no logró que sus ideas se impusieran. Se va sin perder ni la amistad ni el respeto, mucho menos el agradecimiento, del presidente de México.

Si las cosas le salen bien en el futuro a AMLO y a la 4T, ya invitará Andrés Manuel a Poncho para presumirle que la izquierda sí sabe gobernar. Pero si en 2021 la economía no despega como se espera, el presidente López Obrador tendrá a la mano todas las propuestas de su ex jefe de la Oficina de la Presidencia, sí, las que no ha tomado en cuenta.

Alfonso Romo sembró una opción de desarrollo. No ha germinado. Pero la semilla no está muerta. Si la 4T no puede con lo que sigue porque la pandemia no ceda o porque las inversiones no lleguen, tendrá varias opciones para solucionar los problemas, algunas todavía más de izquierda —que muchos pensamos solo complicarían aún más la situación—, pero ahí estará, bien metido en la cabeza de AMLO, todo lo que Romo defendió y que el actual gobierno desechó.

¿Fracasó Romo? Desde luego que no. Ha dejado en el escritorio y en el cerebro de Andrés Manuel opciones de desarrollo, que confío tarde o temprano serán tomadas en cuenta. Un hombre honesto como el presidente López Obrador en algún momento, a solas, reflexionará y analizará si tiene destino o no el intento de llevar a todo un país tan hacia la izquierda.