"No conozco la fórmula del éxito, pero sí la del fracaso: querer contentar a todo el mundo".<br>
Atribuido a Woody Allen
"No se debe intentar contentar a los que no se van a contentar".<br>
Atribuido a Julián Marías
Inconformidad
No necesita Andrés Manuel López Obrador ni recurrir al espionaje ni ordenar una investigación en forma para entender lo que se piensa en el sector empresarial acerca de su gobierno. Hay descontento entre los hombres y mujeres de negocios. Lo sabe el presidente de México. Un descontento creciente que no permite el avance de la inversión privada, sin la cual no podrá la economía nacional volver a los niveles de actividad de antes de la pandemia.
A los inversionistas les decepcionan y aun espantan no pocas decisiones de la 4T tanto en el poder ejecutivo como en el legislativo. Así ha ocurrido desde el arranque del sexenio, cuando se canceló la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco.
La molestia empresarial ha crecido, también, con la suspensión de una planta cervecera que se levantaba en Mexicali, Baja California; con la nueva ley eléctrica, inconstitucional; con el regreso al nacionalismo petrolero, que para la gente del sector privado no tiene sentido en el mundo actual; con las nuevas reglas de subcontratación, que para muchas personas se traducirán en pérdida de competitividad; con el fanatismo de izquierda de los responsables del sector salud, que les ha llevado a negar la vacunación a los médicos de los hospitales particulares; con el diario discurso en las mañaneras contra el neoliberalismo, etcétera.
Los temores políticos de Andrés Manuel
El 18 de julio de 2020, en Reforma, René Delgado —ahora colaborador de El Financiero—, escribió sobre los cuatro temores políticos del presidente López Obrador: (i) Estados Unidos, (ii) el gran capital nacional, (iii) las fuerzas armadas y (iv) los terremotos, “entendiendo por estos últimos no sólo a los sismos, sino a aquellos fenómenos naturales cuya fuerza devastadora distrae, descuadra o vulnera al poder político”.
Decía Delgado: “la actuación presidencial parece convalidar que, sí, los cuatro jinetes que cabalgan su temor son los referidos. Sólo ante ellos, hace concesiones, se esmera por tenerlos cerca y satisfechos o titubea”.
Los demás actores políticos son para Andrés Manuel “lo de menos”, en opinión del citado periodista: partidos opositores, medios de comunicación, organismos no gubernamentales, órganos autónomos, agrupaciones patronales o gremiales, intelectuales, creadores e, incluso, los otros poderes de la unión y de la federación “no le hacen cosquillas. Por eso, a ellos el mandatario no duda en doblegarlos cuando puede, cuestionarlos, desafiarlos, provocarlos o minusvalorarlos con gesto y tono burlón”.
La crisis terrible
En julio del año pasado, Delgado —como el resto de los observadores de la realidad nacional— percibía que la crisis de México no había tocado fondo y que todavía faltaba lo peor:
“El paisaje nacional corresponde al de un drama, en cuyo corazón late una tragedia. Día a día y, más allá de las intenciones, la idea de nación se pierde, la noción de república se desfigura, el valor de la Constitución equivale al de un libro de hojas desprendibles, el margen de acción y operación gubernamental se reduce, el pulso de la vida institucional languidece y a la civilidad política la tienta el arrebato”.<br>
René Delgado, Reforma
Faltaba lo peor, según el analista citado, y no se equivocó: la situación es hoy en día mucho más grave y seguimos cuesta abajo. Y es que AMLO nada pudo hacer frente al “cuarto jinete del temor presidencial, el poder de la naturaleza”. Ni caso tiene discutir ahora que el daño en términos de vidas humanas habría sido menor si en vez de un rockstar de la epidemiología hubiera comandado la estrategia contra el covid un médico sensato, como Francisco Moreno Sánchez, del Centro Médico ABC, quien afortunadamente se convirtió en un contrapeso y, durante todo el tiempo de la pandemia, ha equilibrado con juicios sensatos los disparates de Hugo López-Gatell. ¿Qué ocurrió con el doctor Moreno Sánchez? En vez de ser escuchado en el gobierno, se le combatió con campañas de odio en redes sociales; sí, por trabajar en el sector privado, solo por eso. Lógicamente se convirtió en una carga para el hospital ABC, que no puede despedirlo, pero sí le quitó una cátedra, lo que deshonra a tal empresa.
Los análisis objetivos realizados por expertos internacionales ya pasan factura al prestigio de la 4T. A México se le ubica en los últimos lugares en las tablas de posiciones de la eficacia en el control de la pandemia. Es decir, no fuimos el “ejemplo mundial” que tanto se presumió en los meses iniciales del combate al coronavirus.
Es cierto, la campaña de vacunación avanza bastante bien, y debe reconocerse. Pero la ensucia la necedad de negar las inyecciones al personal médico del sector privado, en su mayoría no con contratos en hospitales de lujo, sino modestos trabajadores en consultorios de barrio o de farmacias, que son quienes tratan a los enfermos de covid cuando aparecen los primeros síntomas y son más contagiosos.
¿Qué hacer para que crezca la inversión?
Para que más o menos en forma aceptable se cumplan las metas de vacunación pasará por lo menos un año más. Es decir, estamos lejos de poder decir “misión cumplida”; esto es, expresarlo con seriedad, no como mal chiste del canciller Marcelo Ebrard.
Pero, seamos optimistas, el día de la liberación llegará. Es necesario, entonces, prepararnos para empujar la economía de tal manera de que crezca el empleo productivo. Debe ser la prioridad de un gobierno humanista como el de López Obrador. Pero, lo sabe el presidente de México, ello no ocurrirá sin la participación de los empresarios y las empresarias de nuestro país y del extranjero, que han perdido la motivación ante la necesidad de la 4T de ser leal, en la práctica, a su discurso de izquierda.
El colmo han sido dos hechos recientes: el más lamentable, porque huele a Venezuela y Bolivia, el artículo transitorio que alarga inconstitucionalmente en dos años el periodo del ministro Zaldívar al frente de la Corte, y lo que se considera un ataque a la propiedad privada, que podría ser imitado en todo México, la expropiación de un Club de Golf en Baja California para convertirlo en parque público —la gente del sector privado se pregunta qué sigue: ¿expropiar residencias, oficinas, hoteles, otros clubes de golf en las principales ciudades y zonas turísticas?
De Slim al Diablo
Hizo muy bien Andrés Manuel López Obrador al invitar al ingeniero Carlos Slim a su rancho en Chiapas. Lo de menos fue que hablaran del Tren Maya, que poco representa comparado con el tamaño, enorme, de la economía nacional. Lo relevante estuvo en el hecho de que dialogaran. Es una buena señal para el sector privado que el presidente de México escuche al empresario más conocido y sin duda más importante.
Pero ello no es suficiente. Slim no es el único empresario de México y seguramente en lo personal no se siente agraviado por nada ni nadie de la 4T. Si algo le preocupa al ingeniero Slim es el rumbo de la política económica —y de la política política— que se ha ido, para mal, demasiado a la izquierda.
Hoy en su columna de El Universal, Roberto Rock recuerda que el pasado mes de enero el presidente López Obrador estuvo en una cena privada “con los principales barones empresariales de Monterrey, en el Club Hípico La Silla, propiedad de Alfonso Romo… Ostensiblemente, la convocatoria, atribuida al propio Romo, no incluyó a José Antonio Fernández, de la poderosa corporación Femsa”.
Evidentemente la voz de El Diablo Fernández es tan escuchada como la de Slim en los círculos empresariales de México y el extranjero. Si el presidente de México no lo invita a platicar, no se van a entender. Se han reunido alguna vez, pero de mala gana. Debe haber mucho más diálogo entre Andrés Manuel y el mencionado inversionista... y con otros inversionistas, que definitivamente no están motivados para poner a trabajar su dinero en México.
Hizo lo correcto el presidente López Obrador al intentar contentar al sector empresarial por la vía de tranquilizar al ingeniero Slim.
Pero no es suficiente. Hay más empresarios inconformes. Debe hablar con todos, pero en el entendido de que el diálogo no bastará. La política económica ya se fue demasiado a la izquierda, y está bien: es el gobierno que México eligió. Pero ya no deben dar Andrés Manuel y la 4T ni un solo paso adicional en esa dirección. Ni uno solo. El país necesita inversiones y, a pesar de las transformaciones poco empresariales que hemos visto, si ya se pone punto final al giro a la izquierda, los hombres y las mujeres de negocios se adaptarán y volverán a invertir. Si la transformación en lógica izquierdista se vuelve más profunda, la economía no resistirá. Una nación en la que el 80% de la inversión es privada no podrá ser sostenida solo por el Estado.
Difícil reto el de AMLO: contentar al mismo tiempo al empresariado y a una izquierda ilusionada con hacer de la transformación una revolución.