Tipo informado y lúcido, Héctor Aguilar Camín reseña bastante bien, en su columna de Milenio, el diagnóstico —y el remedio— de un Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, acerca de la grave enfermedad que afecta al sistema económico de Estados Unidos.

El terrible malestar de la economía estadounidense tiene un nombre, que Krugman le ha dado: “Coronacoma”. Veamos sus síntomas:

√ “No es solo una crisis de recesión que pueda aliviarse con estímulos fiscales”.

√ “Es sobre todo una situación de desastre que pide alivio en una lógica distinta a la de reanimar la demanda”.

√ La economía está en un “coma inducido en el que debemos poner a descansar partes fundamentales del cuerpo del paciente, para que el cuerpo pueda, pasada la crisis, volver en sí, razonablemente sano”.

√ “La pandemia exige, para evitar su expansión, que la parte ‘no esencial’ de la economía se detenga por completo, en la forma de distanciamiento social o aislamientos extremos”.

En Estados Unidos alrededor de 47 millones de personas “dejarán de trabajar y de tener ingreso”.

√ El problema radica en que si no se ayuda —dándoles dinero— a quienes perderán sus ingresos en la parte “no esencial” de la economía, no comprarán en el sector “esencial” y este también colapsará.

√ “El punto clave del alivio para la catástrofe, dice Krugman, es poner dinero en las manos de quienes han perdido o van a perder su ingreso mientras dura el coronavirus”.

√ Como no será suficiente “el enorme paquete de 2 trillones de dólares aprobado por el gobierno estadunidense”, Krugman sugiere “que el gobierno se endeude más, hasta donde sea necesario”.

√ El pago de esa deuda debe diferirse “en una estrategia fiscal de largo plazo”, esto es, para “cuando regrese el crecimiento”.

√ Y es que “entre menos dañado el paciente durante el ‘coronacoma’, más rápida la recuperación al fin de la pandemia”.

Brillante síntesis de la propuesta de Paul Krugman ha hecho Héctor Aguilar Camín.

Y, en términos de economía pura —esto es, sin analizar factores éticos—, tal vez tiene razón el columnista de Milenio cuando trae las ideas de Krugman al caso mexicano: “el problema no son los que conservarán su ingreso, como los beneficiarios de los programas sociales del gobierno, sino quienes lo perderán. Es ahí donde hace falta el dinero público”.

Es decir, Aguilar Camín abiertamente dice que el gobierno del presidente AMLO debe dejarse de apoyar a los pobres de la economía informal, cuyas actividades no impactan ni en las actividades “esenciales” ni en las “no esenciales” de los sectores formales del sistema, que son los que deben protegerse para asegurar que algún día regrese el crecimiento tal como lo conocimos durante muchas décadas.

Tal vez en términos de pura ingeniería económica Aguilar Camín tenga razón. Pero desde el punto de vista de la ética resulta absolutamente inaceptable y hasta criminal reasignar el dinero público de los programas sociales a la economía formal “no esencial”.

Me recuerda Aguilar Camín a lo que hace años me contó mi hijo, que alguien elogió en alguna clase de economía lo que decía un analista de The Economist: es una tontería pedirle a la gente que deje de fumar; si dejan el cigarro vivirán más, y ya viejos costarán más a los servicios de salud del Estado; en cambio, si la nicotina los mata pronto, no representarán una carga para las finanzas públicas.

Todo eso hace sentido, pero no deja de ser una chingadera.