Engendrar hijos es muy fácil, ya sea por accidente, por tradición o por su función de muñecos de la familia. Hacerlo con responsabilidad es otra historia. Como ateo-ateísta prefiero no tenerlos cuando el mundo está sobrado de población, carente de humanismo y, sobre todo, cuando la responsabilidad significa dar vida a una entidad que tendrá que enfrentarse al fin no sólo con la problemática política, económica y social, también con el sentido de la mortalidad y la ausencia de paraísos y más allá.
En todo caso, cuando se decide procrear con conciencia, correlativa con esta tendrá que ser la magnitud de la responsabilidad asumida, tanto para el presente del fruto recién nacido como para su futuro. Y aquí cabe muy bien el planteamiento de Nietzsche: Si se ha de tener hijos, ha de ser para que sean mejores que el padre. Simple.
Y sin embargo no hay ninguna garantía de esa “mejoría”, pues está trazada desde la perspectiva del progenitor. En cuanto al filósofo, supondría una superioridad en el conocimiento y la ética.
Me llama la atención el caso de Mariana Moguel Robles, la nueva presidenta del PRI en el Distrito Federal, posición a la que llega bajo la tutela de su madre y del encargado del ejecutivo del desgobierno actual, Enrique Peña. ¿Por qué?
Porque siendo hija de universitarios y políticos de izquierda en su origen, Rosario Robles Berlanga y Julio Moguel Viveros, vía el pragmatismo politiquero ha arribado a la antípoda de la perspectiva progenitora que se supuso crítica del oficialismo durante décadas: al reino del PRI. Y cabe la pregunta, ¿cómo es que se extravió la familia?
Sí, un extraviarse ha sido el perentorio fin de la junior en las filas del PRI, pues para alguien de verdadera izquierda en México, quien no habite el mundo feliz de la simulación, antes que el paraíso, como en el caso de Moguel Robles, en el PRI se hallaría el infierno (de corrupción, injusticia e impunidad pronto a ser centenario). Aunque como se ve con frecuencia, cuando se impone ese mundo simulador, el paraíso suele encontrarse casi en cualquier sitio que dé lugar para el cínico usufructo del presupuesto público sin importar lo que algún día fueran los linderos ideológicos. La politiquería mexicana está plagada de ello en todas las vertientes.
Antes de unirse como pareja y de procrear, Moguel y Robles desarrollaron en lo individual una formación universitaria y una definición como militantes de la izquierda reunida después en el PRD y en torno a la figura de Cuauhtémoc Cárdenas.
Y en tanto que la ruta de Moguel prosiguió dentro de la izquierda: PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, EZLN, Andrés Manuel López Obrador (y ahora Morena, al parecer),… Robles terminó quemando su ruta inicial (STUNAM, Cárdenas, PRD) renunciando al PRD después de comprobarse que había ingresado el ente corruptor a dicho partido en la persona del supuesto empresario argentino Carlos Ahumada -con quien sostuvo una relación sentimental y/o pasional que facilitó la intromisión y los negocios turbios-, y girando su condición ética y la vida política hacia al objeto original de su crítica: el PRI; versión de Peña Nieto.
Mientras tanto, el PRD, la ilusión de ambos: 1. Acabó siendo el licenciado Chucho Burócrata; renunciando a los principios de lucha que le dieran origen y en búsqueda de la mejor transa-acción posible. 2. Vio su fin al fin como aliado de Peña Nieto y el PAN en el “Pacto por México”. 3. Ha puesto su futuro incierto en manos del priismo colosista trunco; pues nunca se sabrá si se habría tratado de una simulación o de un cambio más o menos saludable.
Así las cosas, Chayo se defendió de la defenestración argumentando machismo y abanderando un supuesto “empoderamiento” femenino neutro hasta que las redes secretas de la política la llevaron al lado de la estrella de televisa, Peña Nieto, quien la incorporó al equipo de transición a la cuestionada presidencia y la colocó en una posición para el control del voto como secretaria de desarrollo social (súmmum de su trabajo allí: “no te preocupes Chayo”). Cuestionada la honestidad de su labor y ante la desnutrida legión de precandidatos priistas, ha sido movida como encargada de desarrollo agrario, territorial y urbano; es decir, otra área presupuestal para la compra del voto.
Ya encaminada en el priismo militante de facto y unida a la cúpula de Atlacomulco, desde su posición de privilegio ha promovido a la hija dentro del oficialismo (con estudios en la Universidad Iberoamericana y bajo la guía materna, ha carecido de formación de izquierda) como burócrata del régimen, asambleísta y ahora como presidenta del PRI.
“Cuando el amor llega así, de esta manera, uno no se da ni cuenta…”, es una frase del “Caballo viejo”, de Simón Díaz, que sonaba y suena mucho en las tocadas de Ciudad Universitaria. Y así le llegó a Chayo, primero por Ahumada, después por el PRI. Supongo que Moguel Viveros ha tenido que tolerar la amargura de ver el derrotero truncado de las ilusiones de los años universitarios, de los tiempos de moza lucha en lo personal y familiar (Sol de Puebla informa que la ex pareja “hizo entrega” de la hija en el altar como esposa fugaz de un ex diputado priista poblano y con la presencia de un amigo “principal” del novio, el hijo de El Góber Precioso, y del Estado Mayor Presidencial, entre otros; amor paterno no se niega). Pero, como en muchos casos y en contracorriente nietzscheana en el punto, la sangre no es responsable del fenómeno en que los genes herederos muten.
Y si es de izquierda (pruebas las ha dado) y a pesar de los éxitos de su ex esposa e hija que debieran ser motivo de alegría para un ex y un padre, pobre Don Moguel: Tiene ante su horizonte el inevitable enfrentamiento más que ideológico con la hija (y la madre como asesora y guía), cuya trabajo principal será la ambición de recuperar la ciudad de México para el PRI a como dé lugar. Y la suya, desde su trinchera respectiva: ganarla cabalmente para la izquierda. Materializar y prolongar a la gran ciudad como símbolo de la libertad y la tolerancia, la justicia y la democracia donde no anide y prolifere la corrupción y la impunidad.
Atentísimo observador, cronista y analista agudo de los fenómenos políticos del país, Julio Hernández López ha puesto las cosas así:
“En ese contexto de división sostenida en la izquierda, el gobierno de EPN decidió que la conducción del comité priísta en la capital del país fuera asumida por Mariana Moguel Robles, hija de la polémica Rosario Robles Berlanga y Julio Moguel Viveros, articulista y activista de izquierda, quien fue asesor del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Moguel Robles se casó en enero de 2013 con Francisco Ramos Montaño (el matrimonio duró meses), poblano que había sido diputado federal del PRI.
“El ascenso político de Moguel Robles ha estado salpicado de acusaciones de que su madre le ha favorecido, primero desde la Secretaría de Desarrollo Social, para alcanzar la candidatura a diputada por el distrito 34 de la ciudad de México (dividido entre Tláhuac y Milpa Alta), y ahora, desde la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, para llegar a la presidencia del PRI capitalino (con el apoyo de Miguel Ángel Osorio Chong, quien había puesto al dirigente saliente, Mauricio López, y de Manlio Fabio Beltrones). Su arribo a este cargo coincide con una clara promoción de Rosario Robles en columnas periodísticas para hacerla sentir como carta electoral futura, no hacia el gobierno del Distrito Federal (que ya ejerció,…) sino, según eso, hacia Los Pinos, en cumplimiento de la ob-se-sión que tiene por ese cargo supremo, según relato de Carlos Ahumada, quien fue y es un ingrediente muy distintivo de la biografía política de Robles Berlanga (recuérdese, además, el episodio también así narrado, en el que Carlos Salinas de Gortari habría convidado a Rosario a colocarse la banda presidencial guardada por éste).”. La Jornada; 04-12-15.
¿Cómo conciliar amor paternal y antinomia política, ideología y pragmatismo, utopía y realidad?