La economía tiene algunas características que la hacen especialmente delicada. Por un lado, su funcionamiento con base en modelos y ecuaciones, la vuelven susceptible de manipulación y editorialización a conveniencia de determinadas narrativas e intereses. Esa misma terminología se utiliza, en ocasiones, para alejar deliberadamente al ciudadano común y corriente, y no cuestione las opiniones de los expertos. Por otra parte, la evidencia anecdótica en la economía pesa más que cualquier teoría, por más solidez que tenga. Cuando el jefe o la jefa de familia se quedan sin empleo, defenderán con ahínco, y de forma legítima, cualquier opinión o dato que acredite que la política laboral debe cambiar, que las condiciones para que la gente tenga trabajo digno, no existen. Nada como los problemas económicos es a la vez tan cercano a la vida de la gente y tan lejana en su discusión.

Durante muchos años, una sola narrativa hegemónica privó en las oficinas del gobierno, las instituciones financieras y casi todas las aulas universitarias; la convicción de que ciertas variables económicas actúan de forma predecible y precisa. Esto, aunado a la defensa de ciertas construcciones sociales como si fueran axiomas matemáticos, hizo que nuestra política económica estuviese, de facto, fuera del control de los gobiernos, y las alternativas políticas mexicanas renunciaron a crear nuevas opciones para corregir lo que no estaba funcionando. Se perdió la imaginación económica, y se le trató como si fuera una ciencia natural, la ciencia de lo irremediable. Pero la economía es una ciencia social. Y algunos de los datos económicos que se han revelado este año, para México, la devuelven a esa justa dimensión, una donde lo importante, además de las cifras, es su contexto, su interpretación, y donde la política económica es para servir a la gente, al interés nacional, no para observar con indiferencia cómo se despliegan medidas con altísimo costo social sin resultados verdaderos. En México, al menos, esto está cambiando.

Según la información del Banco de México del segundo trimestre, la cuenta corriente de la Balanza de Pagos registró un superávit histórico de 5,143 millones de dólares en el segundo trimestre del 2019. Este resultado es equivalente a 1.6% del PIB y es el mayor registro desde que Banco de México (Banxico) inició mediciones en 1980. Este superávit refleja un superávit de la balanza de bienes y servicios, por 3,670 millones de dólares, y específicamente, en la balanza comercial, las exportaciones sumaron 119,222 millones de dólares que contrasta con las importaciones que lograron un monto de 114,260 millones.

Lo anterior quiere decir que el México que vivimos no es el mismo país que aquel donde se generaron las grandes crisis económicas de 1976, 1981 y 1987. Era un México sin industria competitiva, donde la existente había sido creada y sostenida artificialmente, con base en medidas proteccionistas, y que de cualquier forma dependía de empresas extranjeras para toda su infraestructura y procesos productivos. Por eso cualquier caída del peso frente al dólar era catastrófica. Hoy México exporta más a Estados Unidos de lo que exporta. Cualquier persona que tenga más de 30 años de edad sabe que eso sonaba tan ridículo, hace algunas décadas, como insinuar el pago total de la deuda externa. Resultó posible. México es hoy una potencia exportadora, y no de talento, que eso siempre lo ha sido, sino de bienes y servicios producidos aquí. Como mexicana que nació y creció en medio de crisis y dependencia hacia el dólar, me llena de orgullo saber que el trabajo de tantas generaciones no ha sido en vano.

Con lo anterior no quiero minimizar los desafíos económicos, que los hay en demasía. La caída del PIB, el colapso de la industria minera, de la construcción y manufacturera, la caída en el ingreso de capitales, y el grave problema de la más importante empresa del Estado, no son problemas menores, y requerirán del esfuerzo de todos, además de decisiones de altura de quien deba tomarlas, y muchísima responsabilidad. Pero es reconfortante saber que quienes esperaban un sexenio de irresponsabilidad fiscal, gasto deficitario, y demás tragedias, estaban equivocados. Que sigan así.