El cambio histórico regional-global anuló la viabilidad de repetir el modelo de ruptura institucional mostrado en la vía cubana como ruta crítica en la construcción de nuevos derroteros  para lograr el desarrollo nacional, y de la fundación de un nuevo Estado, en ambos casos, teniendo como ejes las reivindicaciones de las mayorías populares, la Soberanía y el socialismo, lo que implicó un alineamiento estratégico en el contexto de la guerra fría con el área de influencia geopolítica liderada por la URSS.  Desde entonces, en América Latina, se han ensayado, con distinto nivel de éxito y fracaso, dos modelos hacia el cambio en el sentido del progreso social: los frentes amplios democráticos y el agrupamiento político de organizaciones en “polos de izquierda”. En este último sentido, el más destacado por la profundidad que logró alcanzar, fue el desarrollado en Venezuela por Hugo Chávez (Movimiento V República, 1998) y su programa de un modelo de socialismo bolivariano para el siglo XXI (hoy casi en ruinas). El modelo de las derechas continentales impulsadas desde EUA, ha sido el neoliberalismo: Estado auto-restringido, democracia política acotada e integración económica asimétrica, con supremacía de las cuatro libertades: de mercado, empresa, competencia y comercio.

La pregunta fundamental es ¿qué similitudes o grandes diferencias tiene el anunciado Frente Ciudadano por México con tales experiencias? Lo abordaremos con la extensión que nos permite un doble artículo periodístico, tomando como referente temporal la década de 1970 del S-XX y en adelante, las experiencias más representativas.

Los “frentes históricos” de mayor relevancia han sido: la Unidad Popular en Chile bajo el liderazgo del Dr. Salvador Allende,  el Frente Amplio en Uruguay liderado por el general Líber Seregni durante 25 años, y  en México, el Frente Democrático Nacional (FDN).

1.- El primero, formado en 1969 para competir en las elecciones de 1970, postulando por cuarta vez a Salvador Allende del Partido Socialista Chileno. Era un frente de izquierdas: más el Partido Comunista, el Partido de Izquierda Radical, una escisión de izquierda del Partido Democracia Cristiana llamada “Izquierda Cristiana”, el Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU) y el MAPU-Obrero y Campesino (otra escisión del anterior), más el apoyo explícito de la Central Única de Trabajadores (CUT) de carácter nacional,  quedando fuera, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR liderado por Miguel Enríquez., cuyo primer problema fue la designación del candidato, no hubo unanimidad (el PC proponía a Pablo Neruda, el Partido Radical a Alberto Baltra, cada organización tenía su propuesta)  pero al final se apoyó a Salvador Allende. Era “un polo de izquierda”, predominaba el enfoque marxista de los problemas sociales (su metodología de análisis y su teoría) y el eje de los disensos políticos frente al poder constituido fue el “desarrollismo económico dependiente” predominante en América Latina (y en los gobiernos de la Democracia Cristiana chilena, el último desde 1964, de Eduardo Frei), es decir, el crecimiento económico con acumulación de rezagos sociales, marginalidad y concentración de la riqueza en una élite social. Chile era un país excepcionalmente democrático en su sistema de elección y representación política. Por tanto, el Programa de Gobierno se concretó en las “40 Primeras Medidas de Gobierno” o “vía pacífica chilena al socialismo”. Dicho paso facilitaría y crearía las condiciones para llegar a un Estado socialista, todo lo anterior, por la vía del proceso democrático y por medio del uso de la legalidad del Estado de Derecho, es decir, creando un nuevo bloque histórico de dirección del Estado (Antonio Gramsci), difiriendo de la “vía cubana armada” cuya concepción predominaba en las décadas de los años 60 y 70 del siglo XX. Las medidas de gobierno tomadas fueron: la participación de los trabajadores en las empresas (cogestión), terminar con el latifundismo acelerando el proceso de la reforma agraria, nacionalización de la banca y las empresas financieras, nacionalización del cobre, acentuar la distribución de alimentos, y la creación de tres áreas de propiedad (social, mixta y privada) que No se pudo materializar por la oposición en el Congreso Nacional. Allende ganó con el 36.62%, y su más cercano competidor fue Jorge Alessandri Rodríguez (empresario próspero y Presidente durante 1958-64, cuya tesis era que todo lo que necesitaba Chile era una buena administración, es decir, “una nueva gerencia”, en su segunda candidatura por el “Movimiento Independiente Alesaandrista”, el Partido Nacional y la Democracia Radical, una coalición social y empresarial de derecha) con el 35.27%. Un tercer candidato, Rodomiro Tomic, por la Democracia Cristiana y el Partido Democrático Nacional, consiguió el 28.11%. Bajo esa correlación de fuerzas, expresada en el Congreso Nacional, Allende era un gobierno de minoría (la oposición obtuvo el 71.99%, obviamente, las transformaciones planteadas tendrían serios problemas para concretarse.  En la Unidad Popular las divisiones proliferaron, desde la transformación organizativa de los partidos originales (se creó en julio de 1972, un Partido Federado de la Unidad Popular), hasta la estrategia de gobierno, resumida en: “avanzar en las transformaciones para consolidar la base social” o “consolidar lo hecho para avanzar después”. Ello, más la recurrencia a la ampliación artificiosa del gasto público vía la emisión primaria de dinero, así como el control por decreto de los precios (aunque, ya estaba en marcha la ofensiva de la derecha mediante la restricción ficticia de la oferta de alimentos, que se agudizó con esta medida), provocaron una inflación galopante, un déficit fiscal progresivo y una severa escasez alimenticia, que desbordó a las clase medias, incluso, altas, contra el gobierno. Lo demás lo hizo la ofensiva externa encabezada por los EUA, opuesto a la nacionalización del cobre y de la banca chilena, la introducción masiva de dinero falso a la circulación, el financiamiento a los partidos de derecha (“Plan Track 1”) y la conspiración dentro de las fuerzas armadas (inició con el “Proyecto Camelot”) desde la embajada de EUA y la CIA (a la preparación del escenario para el golpe,  el desorden económico y social, le llamaron “Operación Caos” por parte de la CIA en Chile). El final es conocido: golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973. (Ver “La CIA en Chile”: 1970-73”, de Carlos Basso, Ed Aguilar, basado en más de mil documentos desclasificados por el gobierno de EUA). Toda similitud con el proceso político actual en Venezuela es una extraña coincidencia.

2.- El 5 de febrero de 1971, se creó el Frente Amplio como una expresión política de la izquierda uruguaya, durante un acto fundacional en el Palacio Legislativo, reuniendo a partidos, movimientos y sectores, teniendo como ejes de su discurso: el protagonismo popular que debía desempeñar en la política nacional dicho sector, y el ideario independentista de José Gervasio Artigas (prócer en Uruguay, Argentina y Paraguay), llamado también “Protector de Pueblos Libres” por su participación en las guerras independentistas de Latino América. Republicano, Autonomista, Federalista y Popular. Dicho Frente lo fundan los partidos: Demócrata Cristiano, Socialista, Comunista, Obrero Revolucionario, Socialista-Movimiento Socialista. Y los movimientos: Grupos de Acción Unificadora, Revolucionario Oriental, Herrerista Lista 58, Frente Izquierda de Liberación, Movimiento Blanco Popular y Progresista (desprendimiento del tradicionalista Partido Blanco, el otro era el Colorado, muy similar en Paraguay) y Por el Gobierno del Pueblo Lista 99, además, de la Central Nacional de Trabajadores (CNT) y grupos estudiantiles, de ciudadanos “no sectorizados”, como el general Líber Seregni.

En su Declaración Programática, los ejes son: “la construcción de una sociedad justa”, una “democracia institucional”, más los cambios económicos (revolución agraria que destruya el latifundio, el reparto de tierra correspondiente y la autonomía económica) con Independencia Política. Nuevamente, estamos ante un “polo de izquierda”, con un programa de transformaciones que alterarían la estructura socioeconómica de Uruguay, en donde llama la atención, la integración programática de la izquierda nacionalista, los socialistas y comunistas con la democracia cristiana, muy poco usual, a quienes unificaba el ideario político del prócer independentista y anticolonialista (José Artigas) y la figura y liderazgo del general Seregni, como vínculo con el ejército uruguayo. Otro gran acierto es el haber mantenido esa amplia coalición socio-política e ideológica por 25 años. El “General del Pueblo” muere en julio de 2004, sólo tres meses antes de la primera victoria del Frente Amplio en 2004, con Tabaré Vázquez.

Estas dos experiencias en la política latinoamericana son centrales, ambas derrotadas, pero la segunda triunfante después de un cuarto de siglo, las dos brutalmente reprimidas al momento de su derrota, una desapareció totalmente (UP), otra sobrevivió, interesantes como objeto de análisis y reflexión contemporánea, por su condición de frentes o coaliciones, una de contenido marxista-popular, y la otra,  nacional-popular. Expresión de pluralismo ideológico y socialmente estructuradas conforme a una colación de clases medias y sectores populares, aunque divergentes en el tiempo, que representan también, dos experiencias de gobiernos de coalición, de bloques de poder hegemónico y por lo tanto, formas de ejercer la hegemonía, nunca alcanzada realmente en el Chile de los años 70 (la UP ganó el gobierno, no tuvo el poder), y sostenida en el Uruguay del siglo XXI, lo que permitió la ruptura de las hegemonías tradicionales, oligarquías vinculadas orgánicamente a los gobiernos de EUA, ruptura, transitoria (UP) o sostenida (FA), incluyendo la representación popular, dentro y fuera del Congreso.

En un caso (UP), una coalición dispuesta a una ruptura gradual con el modelo económico predominante, en el otro (FA), buscando cambios moderados a largo plazo que permitan mantener la cohesión de la alianza lograda y el poder mismo. En los años 90, la situación cambia, surgen nuevas experiencias, destaca “la coalición bolivariana”  encabezada por Higo Chávez Frías, que toma el poder (no solo al gobierno) en Venezuela en 1998. El Frente Amplio en Uruguay es una especie de puente histórico entre ambos periodos, de los años 70 y el triunfo chavista, pero el “movimiento bolivariano” pareciera más bien, una síntesis organizativa, ideológica y político-social de ambas experiencias latinoamericanas comentadas: la concepción dominante marxista de la UP chilena en busca de una vía de desarrollo nacional basada en tal ideología (sin excluir el castrismo cubano), y el uso de una retrospectiva histórica referenciada en los héroes independentistas (en el caso de Venezuela, Simón Bolívar) presente en el Frente Amplio uruguayo, con una parte sustantiva del ideario político de José Artigas, lo cual constituye una amalgama filosófica e ideológica llamada “el socialismo bolivariano del Siglo XXI” (por ello, hablar de “populismo” en Venezuela es una simpleza, carece de contenido analítico histórico concreto y latinoamericano desde el trayecto de las izquierdas), y lo que se pretende es generar un estigma ideológico, útil a las oligarquías latinoamericanas y sus ideólogos de la derecha política, siempre, pro-estadounidense. 

Pero, México No está ausente en el escenario latinoamericano, el Frente Democrático Nacional (FDN), es precursor de las nuevas coaliciones de la década de los años 90 que llevan a otros movimientos populares coaligados al poder, e inauguran una oleada de gobiernos de contenido nacionalista, democrático y popular, cuyo eje de lucha son los estragos causados en la región por la implantación del modelo económico neoliberal.

3.- La experiencia mexicana del Frente Democrático Nacional (FDN) 1987-88, convertido luego, como proyecto político (sin la totalidad de sus integrantes originales) como Partido de la Revolución Democrática, fue posible mediante una escisión orgánica en el partido hegemónico en México, el PRI, que sustentaba al nivel de un sistema de partidos -en amplia medida artificial-, el Presidencialismo mexicano constitucional y meta constitucional (Carpizo), represivo y de cooptación de la oposición como práctica sistemática (Vargas Llosa), así, el FDN hizo su aportación a la politología regional.

La ruptura que protagoniza la “Corriente Democrática” del PRI en 1987, postulaba cuatro cuestiones esenciales (“Documento de Trabajo No. 2”): la vigencia de los principios de la “Revolución Mexicana” de 1910-17 en los artículos constitucionales fundamentales surgidos de ella; la indispensable aplicación de los Estatutos del PRI que consagran principios democráticos en su vida interna; de lo cual se derivaba, la necesidad de democratizar la selección interna para los cargos de representación popular, especialmente, la del candidato a la presidencia de México; y la modificación de la vía del desarrollo nacional que cambiaba aceleradamente, desde los cambios introducido por el gobierno de Miguel de la Madrid. Es decir, se trató de una “rebelión interna programática” que  desemboca en la formación del FDN en 1988, integrado por los partidos: Mexicano Socialista, Popular Socialista, Socialdemócrata, Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, Auténtico de la Revolución Mexicana, Verde de México, el Consejo Nacional Obrero y Campesino de México y la Unidad Democrática, teniendo como candidato al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, ex gobernador del Estado de Michoacán por el propio PRI, para contender contra Carlos Salinas de Gortari del PRI, Manuel J. Clouthier del Partido Acción Nacional, Gumersindo Magaña del PDM y Rosario Ibarra de Piedra por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (también, opción de izquierda).

Ideológicamente, en el FDN predominó el Nacionalismo Popular y la Democracia, la “ideología de la Revolución Mexicana”, y aunque estuvo presente el marxismo, de ninguna manera fue la ideología central o dominante, porque la fuerza más importante la constituyeron los escindidos de la “Corriente Democrática” y su candidato a la Presidencia de la República. Todos, representando el disenso y la confrontación con el régimen (a esas alturas, proto-neoliberal), las clases medias y amplios grupos populares, campesinos y obreros, intelectuales nacionalistas y democráticos, estudiantes y grupos de colonos, etc. No estuvo presente ninguna corriente organizada que representará a la Iglesia católica, ni el perfil demócrata cristiano. Esto ha hecho una diferencia importante con otros frentes políticos latinoamericanos. En México las fuerzas con algún tipo de vínculo a la iglesia católica, sobre todo, con la alta jerarquía, marcaron su línea divisoria con esta coalición de fuerzas político-sociales y con esta versión del pluralismo ideológico, con un programa de izquierda respecto del gobierno.

El desenlace que da origen a otra etapa distinta de la vida política nacional, del sistema de partidos, de la composición de la representación popular, pero también, del desarrollo nacional, sabemos, que concluye con un gigantesco fraude electoral en la elección presidencial, reconocido por el ex Presidente Miguel de la Madrid, en entrevista con Carmen Aristegui, pero también con Martha Anaya, autora del libro “1988 el Año que Calló el Sistema” (2008) a quien le confesó: “Preferí pasar a la historia como un Presidente fraudulento, a uno que había entregado el poder a la oposición”. Hecho que el Ing. Cárdenas calificó como “técnicamente un golpe de Estado”, debido a la ruptura del Orden Constitucional que rige a la República. La nueva etapa entroniza la implantación plena del modelo neoliberal con Carlos Salinas, por la vía de un conjunto de reformas constitucionales y de la firma del TLCAN con EUA y Canadá. En ello estamos aún.

Las cifras oficiales de los resultados electorales dadas a conocer varios días después de la elección: Salinas de Gortari 9´687,929 votos (50.7%); Cárdenas 5’929,585 (31.1%); Clouthier 3’208,584 (16.79%); Gumersindo Magaña del PDM 190,891 (0.99%) y Rosario Ibarra de Piedra 74,857 (0.39%). Claro, cifras extremadamente cuestionadas.

El eje de la lucha de las coaliciones latinoamericanas que triunfarán en la primera década del siglo XXI (y en 1998-99 con Hugo Chávez) será el rechazo y el combate al modelo económico neoliberal, a la hegemonía política neoliberal, a los procesos de integración económica asimétrica, a la represión (militar o civil) de la protesta popular, a la crisis de la democracia representativa con Estados y regímenes liberales de abstinencia, incluso, señalado por especialistas, a gobiernos populistas de derecha como vías para consolidar el neoliberalismo (Salinas, Fujimori y Menen,  han sido considerados como tales).

¿Qué pretenderá combatir en lo fundamental el Frente Ciudadano por México formado muy recientemente por el Partido Acción Nacional (con cierto perfil demócrata cristiano), el Partido de la Revolución Democrática, aunque muy disminuido, surgido del FDN que apoyó la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, y el Movimiento Ciudadano (en lo central, una escisión del PRI a partir de su líder, Dante Delgado)? Lo sabremos y continuaremos con esta disertación la próxima semana.