Hacia 1999, con el respaldo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) echó a andar el proyecto nacional “Etnografía de las regiones indígenas de México hacia el tercer milenio”. Con cobertura en la mayor parte de las regiones indias del país, casi veinte equipos comenzaron a trabajar colegiadamente en sucesivas líneas de investigación temáticas anuales (por ejemplo organización social, territorio e identidad étnica) y en sus propios proyectos editoriales dedicados, bajo la forma de atlas, a los pueblos originarios de sus respectivas regiones (p.ej. Huasteca o Gran Nayar) o entidades federativas (p.ej. Oaxaca y Chihuahua). Las líneas de investigación suponían un trabajo de investigación más “científico” (si la etnografía, la etnología o la antropología sociocultural fueran ciencias) y un reto de mayor envergadura por su más elevado rigor teórico y metodológico, cuyos principales resultados a nivel nacional serían publicados en la serie Ensayos de la colección editorial “Etnografía de los pueblos indígenas de México”. Por su lado, los proyectos editoriales individuales de cada región o estado del país, serían publicados en la serie editorial Divulgación que, aunque hechos con rigurosidad, no esconderían sus miras puestas en la amplia difusión de la diversidad sociocultural que los pueblos originarios le otorgan a México.

Quienes trabajaron en, con o para ese proyecto nacional del INAH, lo llamaban Proyecto de Etnografía. Muchos de quienes lo vieron desde afuera, incluso otros profesores e investigadores del INAH, lo llamaban El Atlas o Los Atlas, llanamente, o el Proyecto del Atlas. Con el paso de los años y los consiguientes cambios de administración y de personal, desaparecieron y se crearon equipos de investigación, se añadieron series a la colección editorial “Etnografía de los pueblos indígenas de México” y el Proyecto de Etnografía, ya bien entrado el nuevo milenio, además de cambiar su nombre, pasó de ser un proyecto a convertirse en un programa del INAH. Hace tiempo que no se escucha que le llamen proyecto y menos aún programa de los Atlas, pero esos libros de intención enciclopédica que son los atlas etnográficos siguen siendo uno de sus rostros más visibles.

En 2004, el primer librote que se publicó como parte de la serie Divulgación fue el que Alicia Barabas, Miguel Bartolomé y Benjamín Maldonado coordinaron bajo el título de Los pueblos indígenas de Oaxaca. Atlas etnográfico, coeditado por el INAH, el Fondo de Cultura Económica y la Secretaría de Asuntos Indígenas del Gobierno del Estado de Oaxaca. Ese atlas definió en buena medida el diseño editorial de los que le siguieron, con un bien definido estilo cartográfico y una distinción continuada entre distintos tipos de capítulos y apartados, con extensiones diferentes y desiguales intenciones sintéticas y generales, unos, o descriptivas y de casos etnográficos precisos y limitados, otros. Bajo distintos sellos coeditoriales entre los que por supuesto se contó siempre el del INAH, y aunque con algunas inconsistencias en términos de la colección y la serie editoriales a las que fueron adscritos, amén de otras variaciones, al atlas oaxaqueño de la colección “Etnografía de los pueblos indígenas de México” le siguieron el dedicado a los pueblos originarios de la ciudad de México (que en 2007 todavía era Distrito Federal) y más tarde los dedicados a Chiapas (2008), Veracruz (2009), Puebla (2010), Morelos (2011), Hidalgo (2012), la Huasteca y el semidesierto queretano-guanajuatense (2012), Chihuahua (2012), el noroeste del país (2013) y el Estado de México (2016).

Si de cada equipo del proyecto o programa derivaría un atlas, resulta que varios atlas regionales o estatales no han sido todavía publicados y suponemos que algunos no lo serán nunca, pero en 2018 se publicó finalmente la más pesada (4 kg.) de esas pequeñas enciclopedias: Las culturas indígenas de México. Atlas nacional de etnografía, bajo la coordinación de Saúl Millán, con la investigación de Carlos Heiras, Alessandro Questa e Iván Pérez Téllez. Sin otro sello editorial que el del INAH, ahora subsumido por la Secretaría de Cultura federal, y desdibujado el hecho de que habría debido formar parte de la colección y serie editoriales antes señaladas (según lo asentado en la página legal del inmenso tabique), sin embargo el diseño editorial hace transparente el hecho de que en espíritu ese atlas nacional sí hace fila con los enlistados y en algún sentido etéreo forma parte de la colección “Etnografía de los pueblos indígenas de México” y de la serie Divulgación. 

El más pesado de los atlas en términos de masa, también es el más “pesado” en otros términos. En primer lugar por el “peso” de los fotógrafos cuyas imágenes conforman por sí mismas un discurso independiente en el atlas nacional, algunos de ellos tan prestigiosos como Graciela Iturbide, Walter Reuter, Nacho López, Bodil Christensen, Frederick Starr, Carl Lumholtz o los que verían su obra acrecentar el acervo del Archivo Casasola: grandes fotógrafos unos; entre los primeros que dirigieron su mirada etnográfica a los pueblos indios de México, otros. Pero el mayor peso del Atlas nacional de etnografía está puesto en la selección de los textos que compila, pues busca reunir lo más granado de la antropología mexicana siempre que los argumentos de los “clásicos” no hayan perdido actualidad (p.ej. Aguirre Beltrán y Bonfil Batalla), al tiempo que busca un justo balance en términos de representatividad de la diversidad etnolingüística nacional, de manera que aunque algunos pueblos inevitablemente están más representados por el contundente hecho de que constituyen poblaciones que contabilizan cientos de miles de personas (macroetnias) y naturalmente concentran la mayor parte de la atención que la producción bibliográfica les ha dedicado durante décadas (p.ej. nahuas y mayas), no por ello deja de haber referencias relevantes sobre pueblos que son minoría entre las minorías, con apenas algunos cientos de miembros o aun menos (microetnias), y a quienes, correspondientemente, poca atención les han prestado los escritores de etnografías (p.ej. yumanos y kikapús).

El título principal del atlas anticipa que está dedicado a las culturas indígenas. Si bien es imposible separar tajantemente lo cultural de lo social, el espacio que el atlas dedica a unos y otros asuntos deja ver cuál es el concepto de cultura para Saúl Millán, coordinador de la obra. Mientras que unas 100 páginas están dedicadas a “lo social” (la economía, la organización social, el cambio y la modernidad), en cambio alrededor de 500 están dedicadas a “lo cultural”: agricultura, pesca y cacería; la casa y su simbolismo; el alma y el cuerpo; salud y enfermedad; conocimiento local; fiestas y mayordomías; cosmovisión y mitología; música y danza; textiles y artesanías. En consideración a esas definiciones tácitas de cultura y sociedad, el coordinador y los investigadores que trabajaron en el atlas nacional buscaron una justa medida temática, sumada a los justos balances de representatividad y actualidad antes mencionados.

El atlas completa sus 739 páginas con algunos cuadros demográficos, mapas nacionales de lenguas y familias lingüísticas, y aun otros como los dedicados a textiles, géneros musicales y ciudades indígenas, entre otros cuadros, ilustraciones, mapas y gráficas. Una serie bien consistente de mapas y cuadros son los dedicados a todas y cada una de las regiones indígenas del país (algunas incuestionablemente definidas y algunas otras discutibles, pero en cualquier caso material para avanzar su discusión), mientras que también tienen lugar en el atlas cuatro catálogos precisos y extensos sobre los indios mexicanos: el que reúne las micromonografías de cada uno de los 62 pueblos indios de México; el de sus correspondientes lenguas agrupadas en 11 familias lingüísticas reconocidas oficialmente por el INALI; el de la lista del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad en la que la UNESCO reconoce ocho instituciones indias mexicanas (algunas simultáneamente mestizas), y; el de 98 danzas (esta última, más representativa que exhaustiva o definida con rigurosidad).

El mismo año en que fue publicado, Las culturas indígenas de México. Atlas nacional de etnografía recibió el Premio al Arte Editorial 2018 que otorga la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana. Si bien la Coordinación Nacional de Antropología del INAH ha abierto el acceso digital a varios de los atlas del proyecto o programa de etnografía, el atlas nacional no se cuenta entre éstos. Con un precio de $1,100 en las librerías del INAH, estamos convencidos de que el Instituto está obligado a permitir que el atlas nacional sea de acceso abierto y sin costo en su versión en línea, puesto(as) a disposición de los lectores en las plataformas del Instituto, de su Coordinación o de la Secretaría de Cultura federal (de la misma manera en que todas las instituciones del estado debieran estar obligadas a que sus publicaciones sean de libre acceso por internet). En tanto ello ocurre, celebramos que el INAH y el coordinador del Atlas nacional de etnografía, Saúl Millán, ya estén trabajando en una segunda edición que, si no será de bolsillo, sí deberá ser más económica.

PUES bien, este Atlas será presentado en la Sierra Norte de Puebla, en Pahuatlán, en el marco de los festejos que con motivo de la fiesta de Señor Santiago, el santo patrono del pueblo, ha organizado el ayuntamiento que preside la alcaldesa Guadalupe Ramírez Aparicio. El libro contará con los comentarios del coordinador y de dos de sus autores. La fecha es el sábado 27.

+++ Escrito en colaboración con  Carlos Heiras Rodríguez