El vigoroso arranque del gobierno lopezobradorista ha sido sorprendente en muchos sentidos: su inmediata y decidida intervención para combatir el grave asunto del huachicol, por ejemplo, le ha representado un mayor respaldo y aprobación popular de la que de por sí ya gozaba, cuando habitualmente el desgaste de la imagen presidencial empieza desde el primer día en funciones como presidente la nación.
Lo que es más, la trágica explosión del ducto de Tlahuelilpan, Hidalgo, intentó ser utilizada por sus detractores como un suceso que daría pasó a severas crisis de gobernabilidad y credibilidad, como los casos de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, o el fatal incendio de la guardería ABC del IMSS en Sonora, en el que murieron 48 niños, en la administración de Felipe Calderón Hinojosa.
Contra lo esperado, la tragedia de Tlahuelilpan le generó un mayor respaldo ciudadano a AMLO, lo mismo que el problema del desabasto de combustible, ocasionado por las maniobras iniciales en contra de los grupos delictivos dedicados al saqueo y venta ilegal de combustibles.
Dos parecen ser, de entrada, las razones de la aprobación ciudadana hacia López Obrador: Su muy hábil y oportuno manejo de la agenda mediática, así como su aún intacta credibilidad social, al encarnar al mesiánico y esperado ser que ahora sí cambiará la desgraciada suerte del pueblo mexicano.
Lo de Tlahuelilpan nos vuelve a ilustrar lo anterior: La espantosa muerte de más de un centenar de personas en esa calamidad, es una circunstancia que emergió como la dolorosa y casi apocalíptica prueba de que el robo de combustible es condenable y aborrecible.
En el ámbito comunicacional, el presidente se percató seguramente desde hace un buen tiempo, de la limitada y defectuosa comunicación de sus antecesores con la sociedad mexicana. No dudó entonces en ofrecer una conferencia de prensa diaria, con una agenda temática bien definida aunque no excepta de temas de “relleno” en algunos días.
Los reporteros de la fuente presidencial han expresado por lo pronto que ya no aguantan el ritmo de esas conferencias matutinas. El propio López Obrador luce cansado y, en ocasiones, sin la información necesaria para responder las preguntas que cotidiana y mecánicamente se le formulan.
Es previsible que esa táctica de la conferencia diaria pierda su efectividad en algún momento, porque desde ahora hay días en los que sencillamente no hay nada importante que anunciar, cuando menos en voz del propio presidente de México.
Pero AMLO ha impuesto por lo pronto su agenda, sus temas, sus prioridades. Se ha convertido en su propio vocero, en su estratega comunicacional y en su mercadólogo. No parece necesitar en absoluto de un vocero o titular de comunicación social.
Ese ejercicio es digno de un amplio y detallado análisis, sobre todo para muchos gobernadores, alcaldes, legisladores y servidores públicos que simplemente no logran comunicar, a pesar de gastar miles de millones de pesos en medios de comunicación y en empresas de mercadotecnia.
Claro está, no se trata de que todo mundo salga a diario a ofrecer ruedas de prensa. No todos y todas las figuras políticas tienen la prolongada trayectoria política de un López Obrador, ni su ingenio y humor, ni su estilo directo y coloquial.
Pero también se ha recurrido al montaje espectacular de temas como las camionetas “fifís” que serán vendidas, en tanto que problemas graves como los bloqueos del CNTE en Michoacán, que provocaron miles de millones de pérdidas económicas; los paros laborales y el retiro de maquiladores en Matamoros, y el imparable avance de la delincuencia organizada, han sido aludidos de refilón.