“La teoría de Weber abarca la racionalización religiosa y la racionalización social, es decir, por un lado, la emergencia histórica de la estructuras de conciencia moderna y por otro la materialización de estas estructuras de racionalidad en instituciones sociales”: Habermas
La conciencia crítica es vital, dejar pasar la realidad sin analizarla y juzgarla nos conduce a la ingenuidad o a la complicidad. La cultura y más aún la civilización, como fase superior de la cultura, son instrumentos de liberación, “un sistema de objetos, actividades y actitudes en la cual cada parte existe como un medio para un fin”: Malinowski.
Por ello, contrario a lo que receta la buena educación mexicana, es vital hablar tanto de religión como de política: la religión o las religiones no están vacunadas contra la crítica. No se trata de una provocación, aunque no me faltan ganas, sino de una reflexión que toca, no a la antigüedad religiosa del mundo sobre la que la racionalidad, la inteligencia y la libertad han dado grandes batallas a lo largo de la historia (recordemos a Giordano Bruno), sino respecto de las nuevas religiones laicas (que como sus antecesoras teológicas) están llenas de una superioridad ética que raya en el neofascismo o en el neonacismo del cual es necesario preocuparse seriamente.
Estas ideologías de la superioridad del bien a secas, con las que no se puede ser tolerante so pena de terminar como la ingenua República de Weimar, tales como new age, el veganismo, el animalismo, el movimiento antivacunas, el reiki, la meditación trascendental, el ecologismo (que no la ecología), el feminismo fundamentalista, la dianética o cienciología, el anarquismo vulgar y otras más, que como sus predecesoras teológicas e ideológicas (el cristianismo, el islam, el judaísmo, el comunismo bolchevique, el fascismo o el nacismo) parten de la falsa dicotomía moral del bien frente al mal. La vieja fábula en la que siempre hay un malo, un enemigo perverso, al que debe derrotar un héroe, profeta o mesías bondadoso que tiene todas las virtudes puestas sobre la faz de la tierra.
Con una democracia consolidada en el mundo, con derechos humanos garantizados tanto por la convencionalidad internacional como por la constitucionalidad interna, una sociedad abierta no tendría qué preocuparse de que unas cuantas personas, presas de su locura e ignorancia, se hicieran presentes en la vida cotidiana convocando a la humanidad entera a la nueva era del bien, al fin y al cabo la moda nos manda ser tolerantes y políticamente correctos.
Tolerantes pero no estúpidos diría el maestro Nietzsche. La tolerancia, valor al que los discursos de la oficialidad y la corrección política apelan, tiene matices y límites; imposible ser tolerantes o bobos frente a un fundamentalismo entrometido e inquisitorial, que desde el nuevo púlpito de la redes sociales determina qué es lo que no se debe hacer o decir y qué es lo que sí está permitido, según la creencia sentimental del colectivo bueno y correcto.
En una supragobernación exagerada, el lenguaje enmudece mientras los nuevos Savonarolas imponen modas y correcciones que los políticos de todas latitudes, ávidos de quedar siempre bien con el respetable público (los votos bien valen una misa), aceptan sin chistar aunque malversen las contribuciones públicas. Así, frente al objeto fundacional del Estado liberal, democrático y de derecho (la libertad) aparecen políticas públicas que van recortando libertades en todos los campos de la vida humana: la ciencia, el arte, el deporte, la literatura, el cine, la política, la economía, la gastronomía, las fiestas y la simple cotidianidad.
¡A cuidarnos todos los ateos, profanos y herejes! porque ahí vienen los nuevos sacerdotes del Wi-Fi, que con flamígera espada vendrán a decirnos que los animales tienen derechos y que por lo tanto pueden pedir mesa en cualquier restaurante, que comer carne trastoca la dignidad humana y de la naturaleza, que no hay que vacunar a los niños porque la madre naturaleza los protege, que todos los transgénicos son malos para salud y los científicos unos mercenarios al servicio de Monsanto, que la medicina es un invento de la farmacéuticas y que la energía cura con solo pasar las manos sin tocar el cuerpo enfermo, que hay que festejar la muerte de cada torero cornado en la lidia, que en toda circunstancia hay que feminizar cada palabra que pronunciemos, que somos descendientes de una nave espacial que nos sembró en el jardín del Edén y muchas pavadas más.
Si las viejas religiones eran y son absolutistas y fundamentalistas, por lo menos partían de argumentos que le daban sentido al mito y la fantasía (el maestro Dante es un ejemplo); pero las nuevas religiones no son más que el punto de partida de una nueva Edad Media que bajo la “bella” justificante de los sentimientos, invade a la razón transitándonos a la barbarie. Hoy más que nunca es necesario rehacer la ilustración, mediar entre teoría y praxis; moral y ética; arte y vida (tomando ésta última como praxis comunicativa cotidiana): “las tesis neoconservadoras que han encontrado gran eco público están pensadas para justificar la forma vital originada en la modernización capitalista. La planificación ideológica que para ello se prevé la ha acuñado Peter Sloterdijk en la fórmula: nada de reflexión y valores sólidos” Habermas.