29 de abril de 2024 | 09:59 p.m.
Opinión de Rubén Islas

    Filosofía sin escrúpulos . Michel Foucault, un Erudito Ilustrado

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    La grandeza de los textos de Foucault está en su dominio de la historia y la filosofía, un erudito que hace de la suma de conocimientos un acto ilustrado, un atreverse al saber libertario que nos conduce a la erudición del más grande de todos los filósofos, el maestro de Königsberg. Fue quizá la Prusia Oriental, bajo el reinado de Federico II, donde los diarios convocaban a sus lectores a preguntarse sobre temas desconocidos, respecto a lo que aún no se tenía certeza, problemas que no tenían respuesta, algo realmente divertido como bien afirma Michel, fue el espacio singular para que este metódico y sabio profesor prusiano se preguntara sobre qué diablos es la Aufklärung.

    Bien hace Foucault, en mostrarnos como punto de partida el pensamiento del abuelo de Felix Mendelssohn, el gran Moses creador del concepto de la Haskala, la lectura laica y erudita de la Thorá. La ilustración fundada en el cuestionarse un texto y sin someterse a dogma alguno; pequeña y gran diferencia entre las teologías judía y cristiana.  La correspondencia trágica entre la Haskala judía y la Aufklärung alemana, cuyo desenlace podemos escenificar en la primera conducción orquestal de Parsifal por Hermann Levi en 1882.

    La ilustración no es una época (el enciclopedismo que me fascina), es una forma de ser (afirma Foucault a partir del análisis del texto que Kant público bajo el mismo nombre en 1784 en la Berlinische Monatsschrift) que parte de un atreverse a ser, una salida, un desenlace que busca una diferencia entre el hoy moderno y ayer antiguo: salir de la minoría de edad (algo tan necesario frente al vacuo posmodernismo matador de las grandes historias). Una salida que sólo es posible a partir de modificar la relación preexistente entre la voluntad, la autoridad y el uso de la razón. Hecho que deberíamos refrendar ante una era como la nuestra, asediada por nuevos oscurantismos y dogmas anticientíficos.

    Auder Saper, “ten el valor, la audacia de saber”; “un proceso del que los hombres (sic también la mujeres) forman parte colectivamente y un acto de valor que se ha de efectuar personalmente”. Se trata, en un sentido Copernicano, de poner al ser humano individualizado en el centro de las decisiones. Ser un actor voluntario de cambio; del infante al maduro, bajo dos condiciones esenciales de carácter ético, espiritual y político: distinguir aquello que estriba de la razón de aquello que depende de la obediencia, desterrar el dogma político, militar o religioso que nos impele a obedecer y no a razonar.

    La ilustración, por esencia, es una oposición a toda forma de autoritarismo: Político, Religioso y Militar. “La humanidad llegará a ser mayor de edad no cuando ya no tenga que obedecer, sino cuando diga: Obedeced, y podréis razonar tanto como queráis”.  La ilustración siempre es revolucionaria.

    La segunda, el uso privado y público de la razón. Decía Kant que la razón debe ser libre en su uso público y sumisa en su uso privado, una visión opuesta a la simplista libertad de conciencia. Aquí estamos en presencia de la persona y la calidad de la persona, cuando obramos con autonomía y cuando obramos en razón de una responsabilidad colectiva, cuando somos libres en el hacer o no hacer y cuando estamos sometidos a la obligación contractual ("obligatio est iuris vinculum, quo necessitate adstringimur alicuius solvendae rei secundum nostrae civitatis iuria").

    De Kant a Baudelaire, no hay modernidad sin ilustración. En toda modernidad se expresa un sentido heroico, moderno es todo aquello que heroíza el presente. Moda y modernidad, una elegancia que trasciende en el presente en un despotismo de la forma que cubre al cuerpo. Ser elegante es una razón superior, una disciplina que nos hace viajar a un ascetismo dandi donde el cuerpo es la obra de arte de la imaginación (Dolores del Rio bajando por una enorme escalera, para escuchar el rugido del General bandido de la revolución que ordena: ¡el que se acerque a esa mujer, se muere!)

    La ilustración no es humanista y ni asume chantajes simplistas de infortunados ignorantes. Critica a la religión y por ello es atea; se opone a los dogmas políticos y por eso es anti estalinista y anti fascista. Asume que hay relaciones de poder, pero nos abre el espacio de la autonomía frente a la heteronomía que impone un igualitarismo uniforme que anula al individuo. En el eje ciencia, política, ética, la ilustración nos hace reflexionar sobre nuestro yo, he ahí la grandeza de Immanuel: ¿Cómo nos hemos constituido como sujetos de nuestro saber? ¿Cómo nos hemos constituido como sujetos que ejercen o sufren relaciones de poder? ¿Cómo nos hemos constituido como sujetos morales de nuestras acciones?

    Las respuestas están el acto ilustrado por excelencia, la crítica. Antes de la ilustración la crítica sólo estaba en el la visión cínica y contestataria de Diógenes (muévete que me tapas el Sol). De Copérnico a Galileo, de Newton a Einstein, de Mozart a Mahler, la ilustración es la piedra de toque de una modernidad que aún tiene muchas grandes historias que contar.