Hoy más que nunca, necesitamos recuperar a la República para hacer efectiva a la libertad, la libertad republicana. Bien afirma Daniel Raventós: “Ser libre significa no depender de otro para vivir y existir socialmente. Quien depende de otro para poder vivir socialmente es por tanto arbitrariamente interferible por otro, y por tanto no es libre. Quien no tiene asegurado el “derecho a la existencia” por no tener propiedad no es sujeto de derecho propio -sui iuris-, vive a merced de otros; y esto es así porque esta dependencia respecto a otro particular lo convierte en un sujeto de derecho ajeno: un alieni iuris, un “alienado”.La libertad republicana puede llegar a muchos (democracia plebeya, como defienden los republicanos democráticos) o a pocos (oligarquía plutocrática, como defendieron los republicanos oligárquicos), pero siempre está fundamentada en la propiedad y en la independencia material que de ella se deriva. Y esta libertad no podría mantenerse si la propiedad estuviera tan desigual y polarizadamente distribuida, que unos pocos particulares pudieran desafiar la república e imponer su concepción del bien público”.

La libertad ha sido vulnerada por los neoliberales (que en realidad son los nuevos conservadores antiliberales) al ser despojada de su definición republicana, es decir como no interferencia; la interferencia ahoga a la autodeterminación y en consecuencia la libertad se trasforma en atributo de unos cuantos que la disfrutan como libre albedrío vulgar para abusar de otros. La regla de la libertad conservadora es el dominio sobre los otros.

La libertad neoliberal, se usa para no para liberar sino para dominar, en tanto que la libertad republicana se garantiza más allá del poder discrecional que pueda ejercer cualquier relación de dominio. Contario a su origen, ser libertario ya no significa (al modo de los anarquistas teóricos, Proudhon, Bakunin, Rudolf Roker) postular la emancipación de las personas sino su dominación a partir del despojo patrimonial; de la propiedad privada transitamos a la propiedad monopólica. Por eso, el principal enemigo de la libertad y de la República es el despojo patrimonial de las mayorías en pro del libertinaje abusivo de una minoría microscópica que concentra toda la riqueza social. Si antes Maquiavelo describió al Estado como Repúblicas y Principados, hoy solo hay Principados financieros, no hay ciudadanos sino súbditos y clientes a quienes se ha expropiado la riqueza patrimonial.

Con descaro, el nuevo conservadurismo liberal (valga la contradicción) patentó al mercado libre como una actividad criminal perfectamente legalizada y legitimada en el nuevo discurso correcto de la competencia desleal y sin árbitro; la libertad ultrajada por los males asociados a la interferencia. (Philip Pettit, De la República a la Democracia).

Vivimos en el siglo XX la paradoja de las falacias del socialismo real y del neoliberalismo. El primero confiscó la libertad en razón de una igualdad en la pobreza y en el silencio de la inteligencia y el segundo abolió la libertad como emancipación para adoptar la libertad como despojo. La actual realidad del siglo XXI, nos presenta a una nueva casta de nobles sustentada en el derecho divino de la monopolización de la propiedad y el patrimonio, la República está muerta los Principados clientelares mandan.

Contra este estado del arte, es vital el renacimiento de la República desde la libertad de los ciudadanos que se fraternizan y se insubordinan desde sus contradicciones a partir de la causa prima de toda libertad, que como diría Shopenhauer no se funda en un liberum arbitrium indifferentiœ sino en la conciliación de la libertad con la necesidad.

“Con ella sola puede concebirse, en la medida de la fuerzas humanas, cómo la necesidad rigurosa de nuestros actos es compatible, sin embargo, con aquella libertad moral de la cual es testimonio irrecusable el sentimiento de nuestra responsabilidad: con ella somos verdaderos autores de nuestras acciones y éstas se nos pueden imputar moralmente” Arthur Shopenhauer.

La nueva libertad, la libertad para los actuales (para nosotros), obliga a reconocer el viejo principio republicano de una libertad trascendente que está ligada indisolublemente a las necesidades humanas, entender que por lo que hacemos nos damos cuenta de lo que somos y por eso somos responsables. La libertad a la que nos han convocado Isaiah Berlin,  Friedrich Hayek, Ludwig von Mises y Karl Popper como reacción al autoritarismo comunista y fascista del siglo XX, que en el plano económico elimino al ser humano como el factor esencial de toda economía por la cosificación un mercado “libre” sin reglas (Milton Friedman),  se  moldeo en el mito del Estado mínimo, cuando su efecto real fue la extinción de la República.

Encontrar el ADN de la República obliga a una gran revolución de la conciencia para hacer de la libertad no una coartada sino una realidad trascendente; contrario a lo que Malebranche afirmaba: la libertad es un misterio; la libertad nos impone un mínimo de igualdad en la satisfacción de nuestras necesidades para hacer de ella una realidad material.