Hace 19 años, conocí en persona, debido sólo a una circunstancia de la vida, a don Francisco Liguori, el mejor epigramista de México de todos los tiempos. Su carácter conspicuo destacaba por su vestimenta, esa que nunca abandonó porque representaba el México de las calles del Niño Perdido y de San Juan de Letrán, en donde las aceras se convertían en estudios ambulantes de los fotógrafos, que al terminar de tomar la fotografía, te entregaban en mano, un papel con un número para que al día siguiente, pasaras por el retrato y lo conservaras como testimonio de un México que dejaba ir sus tradiciones poco a poco.

Habiendo ocupado el cargo de Asesor del Secretario General de Gobierno del Estado de Nuevo León, con mi amigo Alejandro Lambretón Narro, le seguí a la ciudad de México en virtud de que fue nombrado Representante de Gobierno del Estado de Nuevo León en el extinto, Distrito Federal (D.F.).

La oficina está aún situada en un lugar envidiable: el mero centro de la capital del país. Ahí, donde queda cerca el tradicional restaurante Los Azulejos, ahora propiedad del hombre más rico de todo el mundo, Carlos Slim, el antiguo Senado de la República, el Palacio de Minería, la célebre estatua ecuestre de Carlos V y a pocas cuadras, el Zócalo, en cuyas laterales, alberga el Palacio Nacional, la Catedral y las oficinas del Jefe de Gobierno de la CDMX.

Un día de tantos, leí en algún lado, que siendo presidente nacional del PRI, don Alfonso Martínez Domínguez, el Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz le ordenó que se revertiera el proceso de selección de candidatos a gobernador en las entidades federativas. El esquema se denominó, “consulta de la periferia al centro” o sea que supuestamente se deseaba que de los mismos estados salieran los candidatos y que dejaran de ser personajes nacidos en los mismos estados, pero con residencia en el D.F.

Amigos cercanos del estado de Veracruz, me contaron que el epigramista, Francisco Liguori, siendo nacido en el estado jarocho, creyó en eso de la auscultación de la periferia al centro y decidió jugársela con el ex alcalde de Veracruz y ex Rector de la Universidad, don Arturo Llorente González. Muy metido en el juego, un grupo de simpatizantes de Llorente, buscaron a don Alfonso en el viejo y tradicional restaurante “Tijuana”, donde solía comer seguido. Don Alfonso, buen político al fin, comía con algunos amigos y cuando lo abordaron, se puso de pie y escuchó el apoyo a don Arturo. Les dijo con su voz gruesa que lo caracterizaba, que aplaudía que se diera el juego abierto en Veracruz, ya que Díaz Ordaz estaba muy interesado en que se auscultara a la gente de los estados.

Don Francisco y sus amigos se fueron felices de las palabras del presidente nacional del PRI, pero a los pocos días, el PRI “destapó” al Senador y Representante del estado de Veracruz en el D.F., don Rafael Murillo Vidal.

Molesto, Liguori, quien escribía en la revista Siempre, redactó un epigrama contra el sistema que supuestamente iba a implementarse para escoger candidatos, mismo que don Alfonso tomó contra él.

El epigrama era sencillo, pero demoledor y dice así:

“En el jarocho parlar,

una parábola encuentro,

las “piernas” acariciar,

luego empujar pa ́dentro,

eso se llama auscultar,

de la periferia al centro”.

Cuando le pregunté a don Francisco, que por cierto laboraba en la Representación de Nuevo León, por ese epigrama e incidente después de 25 años, se puso serio y me contestó que fue un desliz de su parte y que ya no quería tocar el tema. Con sutileza insistí y me dijo: “Me calenté y yo fui muy pendejo al creerles, sabiendo como es esto”. Para saciar mi curiosidad, le pregunté si era cierto que en lugar de la palabra “piernas”, conocida en el famoso epigrama, en el original se hacía referencia a las “nalgas”. Me contestó con una mueca picaresca que sí, pero como la palabra era muy grosera, que mejor la cambió.

Con don Alfonso toqué el tema en una comida que me ofreció en virtud que me titulé como licenciado en Derecho, debido a que me ayudó en la elaboración de mi tesis y me la prologó. En la mesa larga, él sentado en un extremo y yo en el otro, con amigos rodeándonos, le espeté la pregunta sobre el epigrama. Mi padrino y amigo se puso serio y me contestó: “Es un viejo tonto que escribió eso por inocente. Como si no supiera como se juega esto. Ese epigrama me causó una desavenencia momentánea con Díaz Ordaz”. Después le tomó un sorbo al único whisky que ingirió toda la tarde y cambió de tema.

Ambos personajes conocieron el sistema, lo vivieron y fueron beneficiados, pero también víctimas del mismo. “La política es el arte de servir”, me repitió don Alfonso muchas veces y don Francisco me comentó, que sentía que “la política era el arte de comer prójimo sin el menor recato”.

Al paso del tiempo, estoy convencido que ambos tenían y tienen razón, porque el ejercicio de la política se ha vuelto una guerra fratricida, donde sólo se buscan los errores del contrario y después destacarlos en los medios.

Es triste reconocer que en lugar de atraer la unidad entre los mexicanos para salir avante, se pierde el tiempo en investigar el pasado de los políticos, en lugar de ver hacia el futuro.

Parece que estamos en la cancha de Liguori.