Enrique, quiero decirte que en torno a la cultura hay más de un mito. Que la cultura por sí misma hace a los humanos mejores, más sensibles e inteligentes. Que los que han leído y estudiado, por ejemplo, son personas que deberían ‘liderear’– qué verbo tan feo y poco ilustrativo de lo que se pretende enunciar – a los demás, porque supuestamente saben más y ello, de alguna mágica manera, es la formación ideal del gobernante. Observa además Enrique, cómo se sustenta en todos los círculos intelectuales que los libros mejores son los literarios -en su mayoría repartidos entre la Novela y la Ocurrencia. ¿Y la ética cotidiana? ¿Y el sentido moral de la vida elegida? ¿Y el pensamiento propositivo, que construye? ¿Y la reflexión práctica sobre lo que se lee? ¿Y la comprensión demostrada en el acto concreto individual y colectivo de corte justamente constructivo? ¿Y la comprensión no lucrativa del Otro como modo de humanidad elevada a su deseable mejoramiento? Seguro conoces ejemplos de sobra de personas con múltiples doctorados – lo cual no equivale por cierto a ser un, digamos, lector medianamente avezado – que son verdaderas lacras humanas, y al decir esto pienso en esos seres anómalos que han hallado en el estudio la manera cómoda de usar su inteligencia académica sólo para sus propios intereses y logros, sólo para aventar libros-anzuelos al mar de los puntos, méritos y por lo tanto mejores ingresos personales. Pienso también en esos intelectuales, unos orgánicos y miembros destacados del sistema que los alimenta a precio de oro; intelectuales que desde el oneroso trono de sus becas y contratos con el gobierno en turno todavía se atreven a darle patadas al pesebre como para que nadie piense que estirar la mano para recibir dinero del sistema es algo indecente, o inmoral (curiosa manera de ejercer su intelectualidad); y pienso en los otros, en esos intelectuales que desde sus buhardillas se quejan eternamente del humano y de todos sus actos, personas que pueden ser geniales creadores o simples advenedizos pero que de manera pesimista y perezosa no contribuyen en nada a que el colectivo evolucione en medida alguna. Intelectuales que, yermos de generosidad y limpieza emotiva, creen que estar en contra de todo y a lo puro visceral es la base de algo diferente. Cuando en realidad lo diferente sería precisamente lo opuesto: voltear a ver las masas ávidas de educación, de cultura general, de sentido civilizatorio positivo. Enrique, debo terminar esta misiva, solicitándote que una vez asumida la Presidencia de la Zaherida República, elijas como titulares de las diferentes carteras federales de Cultura, a gente valiosa que entienda que sembrar cultura es ni más ni menos que sembrar ciudadanía. Quedo de ti.