Ninguna actividad como la política, refleja tan variado espectro de las pasiones humanas. El fenómeno del poder es inmanente a la naturaleza gregaria del hombre. La gente dice detestarla, pero el poder es una necesidad social necesaria para garantizar el funcionamiento de cualquier comunidad. El ejercicio del poder desarrolla sus propios parámetros y exige mecanismos de orden como premios y castigos, reglas, límites y contra pesos, para cumplir con su función social.
La reciente elección presidencial cambió diametralmente los roles que ejercían los grupos de poder en el país. El modelo solo admite 4 categorías: los que mandan, los que obedecen, los que aspiran a mandar y los que se sustraen al poder. Como resultado de la elección, los que mandan han sido sustituidos con una magistral exhibición de que la democracia es una eficaz herramienta que puede lograr cambios drásticos sin llegar a la ruptura o a la violencia. Como resultado, pronto mandarán los que antes sólo aspiraban a mandar y los que mandaban deberán ser remplazados. Ese es un giro positivo de 180° que refresca, que oxigena, que deshace de golpe complicidades y componendas, que disuelve los círculos de corrupción y podría considerarse un reset al sistema.
Un asunto de enorme importancia para los mexicanos consiste en encontrar las formas para lograr permitir la transformación del país y su adecuación a las nuevas necesidades sociales, ejerciendo el poder público con destreza, pero sujeto a límites republicanos, control, fiscalización, acompañamiento ciudadano de los actos de los gobernantes, preservando el respeto irrestricto a la ley, cerrando espacio y desalentando a la corrupción y procurando no sólo el buen gobierno, sino la gobernanza como meta útil para evolucionar como nación.
El ciclo que se cierra del regreso del PRI al poder (2012 - 2018) presenta nuevas oportunidades y amenazas que enfrentaremos sociedad y gobierno, gobierno y sociedad. El escenario inédito del ascenso de la izquierda mexicana a la Presidencia de la República, a través de Andrés Manuel López Obrador va acompañado de un bono de esperanza, apoyo y confianza que permitirá arrancar su gestión de gobierno con una combinación de legalidad y legitimidad muy fuerte, condiciones inmejorables para recuperar crédito, alentar a la ciudadanía a involucrarse en la resolución de los problemas colectivos, a participar en la búsqueda aspiracional de bienestar y acompañar a su gobierno en el ejercicio del poder otorgado, lo cual son acciones que en los últimos años habían sido desplazadas por el malestar, la apatía, la confrontación y el desánimo.
En medio de los cánticos de victoria y los festejos emotivos de quienes participaron en la campaña victoriosa presidencial, cabe la profunda reflexión acerca de ¿Quién emergerá en el país como el representante legítimo de la oposición? Fácil es nombrar a los activos cupulares de los partidos políticos nacionales, mas no obstante ello, difícilmente tendrán ni la confianza ciudadana ni el apoyo popular para convertirse en actores protagónicos legítimos. Dichos actores representan parte mayúscula de la derrota, pues se significan como aquellos a quienes la gente identifica y conoce, y que decidió desplazar y remplazar por nuevos actores que venían aspirando formados en la cola, desde la antigua oposición.
Los políticos que provienen del gobierno actual y de la nomenclatura político partidista hoy caída, deben asumir su derrota y restringirse en su actuar, dado que la lección electoral es que la mayoría desea que no hagan, que no obstruyan, que se aparten. La sociedad en este momento los coloca en un rol secundario de la vida política y mejorar esa condición exige ingenio, creatividad, ética, escrúpulos, colaboración e inteligencia, no gritos, reclamos, exigencias, sombrerazos y cantaletas ardidas que sólo prolongaría el castigo social que se les ha impuesto.
Muy debilitados están además los partidos políticos históricos y sus dirigencias. Antes de pensar en portarse como gladiadores deberán lamer sus heridas, cicatrizar hacia adentro y recomponer su organización buscando supervivencia. Oponerse a las decisiones y actos de un presidente electo por la clara mayoría electoral, equivale a ponerse en la diana para ser el blanco de innumerables ofensas, burlas y reacciones hostiles que provendrán de los aliados afines al nuevo régimen e incluso de manifestaciones espontáneas de repudio a la oposición.
Ser oposición en México depende de en qué tiempo, contra quién y numerosos factores que por acumulación lo hacen fácil o difícil de ejercer. No es para nadie una incógnita que Enrique Peña Nieto es un Presidente que se mostró débil durante su mandato, atravesando lo denso de la opinión pública negativa desde muy temprano de su periodo de gobierno. Errores, fallas, excesos, omisiones, una pésima estrategia de comunicación social y una separación profunda entre el ánimo social y sus actos de gobierno, permitieron que la oposición pudiera lastimar la piel de su victoria electoral e irlo mermando en credibilidad, respaldo y confianza, que lo llevaron a tener niveles tan altos de rechazo que rondaron la ingobernabilidad de manera feroz. Ser oposición en automático contra el régimen que empezará el 1 de diciembre no parece sencillo. Los opositodo no serán aclamados. No hay de momento personajes empoderados que le hagan sombra a Andrés Manuel López Obrador. No hay caudillos hechos. Quizá, la victoria contundente de pie al nacimiento de nuevos abanderados en su contrasentido, que se alimenten de sus errores, de sus fallos, de sus incumplimientos. La fuerza y poder que lleguen a tener, dependerán de los resultados del gobierno venidero.
La oposición en lo endógeno deberá de cultivarse, de profesionalizarse, de realizar acopio, análisis y debate de la información de programas, acciones y obras gubernamentales intentando en principio llamar la atención y en adelante aportar para que el gobierno dé resultados, para con ello despertar interés y acumular poco a poco adeptos nuevos. Es en lo exógeno donde tendrán dependencia casi absoluta de que al presidente le vaya mal, lo cual es a todas luces, un despropósito.
Por otro lado, necesariamente el nuevo presidente será comparado en principio con el saliente. Y ahí es donde al parecer la marca está muy sencilla de mejorar.
La oposición que representó Andrés Manuel López Obrador se fortaleció durante más de dos décadas antes de alcanzar el triunfo electoral. Numerosos opositores locales tendrán ahora la oportunidad de mostrarse como miembros del nuevo régimen y tendrán también la obligación de gobernar con tino, honestidad y, sobre todo, dar los resultados que ellos mismos exigían.
Hoy los opositores y los que gobernaban han cambiado de rol. Veremos si los unos saben gobernar como decían y los otros saben asumirse como piezas fundamentales de la democracia, para acotar y evitar que se extra limiten en el uso del poder los nuevos gobernantes. En torno a quienes mandarán y a sus opositores ronda la sentencia del sabio griego Plutarco: "La ingratitud hacia los grandes hombres es la característica de los pueblos".