Eva y el pecado original: la corrupción. Se dice en los ranchos del país que “tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata”. Eva Cadena encadena a Andrés Manuel López Obrador y, de mal paso, las elecciones en Veracruz y el Estado de México. Si ir en contra de la corrupción es la narrativa de Andrés Manuel, Eva ya impuso manzana de discordia.

 Esencialmente, la política significa salirse de las trampas. Redonda, serpentaria, Eva cayó en una trampa. Lo suyo ahora no es justificar. Al contrario, hay castigo para su insolvencia moral. No se trata sólo que decline. Se trata de absolver a Andrés Manuel. Para cualquier campaña, 500 mil pesos es nada. Y, no obstante, Eva los acepta.

 Y Eva tiene que decirle a Andrés Manuel y a la FEPADE quién fue su serpiente. No se puede aceptar la trampa sin nombrar cómplices. En el descaro de aceptar el sobre, coaligar de nuevo, está la corrupta voluntad de proseguir siendo lo mismo: la corrupción como sistema.

 En el ejercicio de la sumatoria, Andrés Manuel se equivoca. Condenar a los ajenos no suma si no se condena a los propios. Eva contamina a López Obrador. Eva es prescindible. Eva no aporta. ¿Devolvió el dinero? El caso es que lo aceptó.

Si Eva no nos dice quién se la jodió, también friega a Andrés Manuel. Cómplice de la corrupción, Eva tiene que declarar y declararse culpable. No menos.

 Eva y el pecado original.

 Andrés Manuel y el pecado final.