Es imposible no comentar el desmoronamiento histórico de 18.9 por ciento de la economía mexicana a partir del dato del Producto Interno Bruto (PIB) durante el segundo trimestre de 2020, comparado con el mismo trimestre del año anterior.

Mucho se puede decir sobre esta información catastrófica para las familias y para el futuro nacional, pero es necesario ubicarla en el marco del confinamiento impuesto por la pandemia del COVID-19 en el que las actividades secundarias, donde se ubica la industria, se desplomó -26 por ciento a tasa anual, seguidas de las terciarias, que contempla entre otros al comercio y los servicios, con descenso de -15.6 por ciento, mientras que el sector primario (agricultura y ganadería) observó un retroceso marginal de -0.3 por ciento.

Comparado con el trimestre enero-marzo, la caída del PIB en el periodo abril-junio fue de -17.3 por ciento, debido a que el sector secundario se hundió -23.6 por ciento, el terciario -14.5 por ciento y solamente las actividades primarias avanzaron 0.3 por ciento. Lo grave de este resultado para el país es que ya se acumulan 5 trimestres con tasa negativa.

No faltará quien trate de contrastar el desplome de -18.9 por ciento de México contra la de Estados Unidos, de -32.9 por ciento a tasa anual.

Pero cuidado, no son comparables porque en cada país se utilizan metodologías diferentes que, de seguirla, la caída para nuestro país sería de -52 por ciento. En cambio, si se puede confrontar el dato con la economía de Alemania, cuya caída fue de 10.1 por ciento en el mismo trimestre y también es histórica que para ellos.

¿Qué explica que otros países que, al igual que México, dieron prioridad a la atención de la emergencia sanitaria y el derrumbe de su economía no parece tan profundo?

De manera definitiva, la aplicación de políticas contracíclicas de corto plazo integrales, basadas en la conservación de la planta productiva, el empleo y el consumo, que aplicaron el diferimiento (no condonación) de la carga tributaria para comprometer a las empresas a reanudar actividades en la primera oportunidad posible con costos operativos marginales y sin presionar a la inflación.

La mayor parte de esos países, incluidos los de América Latina, no se quedaron con decisiones de política monetaria para asegurar la liquidez a fin de evitar, lo que los “neoliberales” llaman, un “choque de oferta” y que en México ha sido marginal porque la banca comercial no bajó sus réditos y comisiones a la medida de la emergencia y porque la banca de desarrollo no ha despertado.

El confinamiento impuesto por la pandemia paralizó la producción y contrajo al consumo o demanda agregada, como se observa en los números del PIB al segundo trimestre de 2020 que comentamos, por lo que esos gobiernos sumaron a las medidas monetarias algunas herramientas de política pública, como los subsidios a los más pobres, pero la mayoría se volcó por medidas fiscales emergentes que representan entre el 10 y el 20 por ciento de su PIB anual. Por eso su deterioro es menos profundo y su recuperación será más rápida.

En México, el gobierno prefirió crear un zafio coctel de austeridad con medidas de corte keynesiano o de intervencionismo estatal para priorizar el gasto público en obras de infraestructura, como el aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya, y el tren Interoceánico, además de incrementar sus ineficaces programas asistencialistas, que ante la situación de choque y recesión económica vigente resultan más que inoperantes.

La realidad muestra que la pandemia del COVID-19 en México ya provocó que el porvenir resulte más difícil que nunca, porque hay que remontar el derrumbe de la economía y tratar de resolver la generación de oportunidades para las millones de personas que caerán en situación de pobreza extrema por ingresos.

Al conocer el dato del desplome del PIB en México, el presidente dijo en su mañanera que “ya pasó lo peor” y que funcionó su estrategia. Confió que con el crecimiento de las remesas (que expresan lo que el país es incapaz de brindar a sus ciudadanos), junto con los créditos y los programas sociales, ya estamos repuntando, porque “crecimiento no significa más o menos pobreza”.

Es probable que el deslumbramiento que significa vivir en un palacio impida ver que muchos negocios ya no abrirán, que aumentó el desempleo en más de un millón de personas, que a muchas familias ya no les alcanza para comprar la canasta básica y que hay 40 millones de pobres en el panorama.