Al igual que en la crisis de 2008, los representantes de la banca que opera en nuestro país anunciaron que están preparados para enfrentar el impacto económico que resulte del coronavirus y los efectos del desplome de los precios internacionales del petróleo.

En el arranque de la 83 Convención bancaria así definieron cómo será su respaldo al gobierno de la Cuarta Transformación, que ya les mostró el grueso blindaje financiero con el que se dispone para hacer frente a una emergencia global extraordinaria para la que decidió que los mexicanos seremos espectadores, en lugar de aprovechar las circunstancias para reorientar el gasto público en favor de la inversión productiva y la seguridad.

Aunque los acontecimientos inmediatos obligan a actuar con acciones procíclicas de corte monetario, como asegurar la disponibilidad de dinero suficiente en los mercados para evitar que la incertidumbre favorezca a la especulación, propicie escasez, presione a los precios, y promueva la fuga de capitales, solamente es una parte de la solución que mitiga la emergencia, pero no garantiza el crecimiento y ni el bienestar prometido.

La medida adoptada favorece más a los intermediarios financieros, que son los que directamente mueven en el mercado los recursos del blindaje y no solamente obtienen importantes ganancias por ese movimiento, sino que, se ha visto en la historia de las crisis recientes, reducen la capacidad productiva de la economía, no compensan las deficiencias del gasto público ni resuelven los problemas sociales. Cuando mucho estabilizan, pero no curan.

En términos de rentabilidad social y ante la paralización gubernamental frente a la crisis mundial en gestación, se habría esperado que los bancos anunciaran en Acapulco un plan emergente y transitorio de fomento a la producción y el empleo, para apuntalar a la economía mexicana.

Sin la participación de los bancos y de los demás intermediarios financieros, parte del crecimiento del país no se habría logrado.

La movilidad entre los diferentes estratos de nuestra sociedad, la compra de vivienda, el consumo de automóviles, viajes, electrodomésticos y educación privada, no se habría producido sin el acceso al crédito.

Hasta se puede decir que los bancos han contribuido a la comodidad y bienestar de los ciudadanos con la operación de los cajeros automáticos, la domiciliación de servicios, las operaciones internacionales o la digitalización.

Aunque esos estímulos tan importantes para el desarrollo, se desvanecen por la soberbia y la codicia con la que los bancos dejan de lado la promoción del ahorro en favor del consumo suntuario y en una serie de actividades de intermediación que tienden a ser indispensables, pero por las que se cobran elevadísimas comisiones que hacen olvidar la parte positiva de su gestión.

Imaginemos el valor político y social si en un golpe de timón los bancos instalados en el país anunciaran un programa solidario de transformación económica.

Que, ante las limitaciones de la estrategia gubernamental frente a la crisis global, utilizara una parte del blindaje financiero, ya no solamente con la perspectiva conservadora de la contingencia monetaria, para convertirlo en créditos accesibles para las micro, pequeñas y medianas empresas, a fin de garantizar la viabilidad de las cadenas de valor con producción y empleo, al tiempo que favorecería las exportaciones porque se aprovecharía el diferencial del tipo de cambio.

Pensemos en las oportunidades de negocio y bienestar para para todos, como hizo la Alicia de Lewis Carroll en Al otro lado del espejo que se valió de un reloj que daba las horas al revés de lo usual para cambiar las cosas.

La realidad es otra, porque los bancos tendrían que reducir el elevado monto de sus comisiones, pero compensarían con la profundización o popularización del uso de los servicios financieros, aunque difícilmente darían una señal solidaria porque sacrificarían las elevadas ganancias que obtienen en nuestro país.

De ahí que su discurso de Acapulco no puede ser sorpresivo y su acción se recicla en función de las circunstancias, cuando éstas no los afectan.

Como intermediarios y ante la adversa coyuntura mundial y gubernamental, los banqueros (a pesar de su ADN) están en posibilidad de animar un movimiento que reconozca, procese y sacrifique sus prácticas abusivas, a fin de replantear la estrategia de crecimiento contracíclico sobre bases racionales de inversión, justicia y seguridad que necesita el país.

Pero eso, solamente ocurriría al otro lado del espejo.

@lusacevedop