Yo no tengo nada contra los posibles aspirantes a gobernar Nuevo León. Tampoco tengo nada a favor. Simplemente creo que las reglas para hacer política aquí igual que en todo México ya cambiaron. Y no se han dado cuenta. Ni Tatiana.

Ninguno de ellos está emprendiendo una campaña insurgente, disruptiva, que rompa esquemas, que sea auténtico , que conecte con la gente y no se pierda si una noche lo sueltan sin GPS en la colonia Obrera. Que escuche y luego hable. Todos creen que sacarán sus candidaturas de las dirigencias, las cúpulas empresariales y los mandamases del Estado. O del país. Y ellos ya no tienen la última palabra, por muy arraigados que estén en el poder.

Ninguno de los aspirantes acepta que la contaminación que aniquila Monterrey, delata culpables claros: se llaman empresarios y tienen nombres y apellidos. Pero con ellos no hay que meterse. ¡Qué miedo! ¡Qué riesgo!

Todos los aspirantes plantean similares propuestas abstractas, raras, ajenas a la gente de carne y hueso: que exigen reducir diputaciones, que quieren gobiernos chiquitos, que buscan reformas electorales, que negocian delegados de las asambleas partidarias, y no se cuántas cosas tan misteriosas y distantes; tan sofisticadas para mi o para el lector.

Por ahí anda un senatore enfocado 24 horas del día en su próxima boda, creyendo que de esos mil invitados saldrán los amarres finales para su candidatura. Por ahí anda un político muy inteligente, francamente diestro, pero que funda una asociación llamada “El Nuevo León qué queremos” y lo hace con los viejos mandamases del PRI.

Mientras, en muchos pueblos de Nuevo León no hay ni agua ni las familias del rumbo cuentan con una despensa mínima ni con centros de salud a la mano, por mucho INSABI que ya exista. Los homicidios siguen, los feminicidios no cesan, el transporte público en paulatina ruina, colonias populares como campos de batalla. Son esos problemas a los que se refería Martín Luther King en aquella frase célebre: “la feroz urgencia del ahora”.

Si no se aliviana esta caballada flaca, enclenque, raquítica, sólo abrirá paso a un emergente en la vida política de Nuevo León y entrará pronto por donde nadie lo tenga previsto; un candidato outsider, de afuera, con agallas, que no forme parte del carrusel de los apellidos ilustres ni de las élites pudientes. Que no espere la línea de AMLO, ni los amarres cupulares, ni por dónde le sople el viento, ni sea hueco ni frustrado ni simplón.

O puede ser alguien de los varios que ya se barajan, pero reciclado, renacido para rebelarse, dispuesto a partir de cero, para jugársela definitivamente con la gente común, como aquellos personajes indómitos de las películas de Kirk Douglas: los Espartacos o “los valientes que andan solos”. De ellos será el Palacio de Cantera.