El arduo proceso electoral ha terminado, no obstante, el ejercicio democrático debe de continuar.

En múltiples ocasiones hemos escuchado frases como: “si no votas, no te quejes después o, es tu culpa por haber votado por esa persona”.

No pretendo desmentir tales palabras en su totalidad, pero ahora es preciso entender que la democracia no termina con el sufragio universal, el voto es únicamente la chispa que incendia el fuego de la democracia.

La humanidad ha conquistado un sin fin de derechos que van desde los más básicos como lo es el derecho al voto, hasta derechos cargados de polémica como lo es el comerciar y consumir marihuana.

Detrás de la conquista de los derechos, existe una encarnada y sólidamente argumentada lucha social que ha permitido la evolución de los derechos.

Esta evolución se inscribe en la historia antropológica de la democracia que fue señalada por Tocqueville.

Evolución que se refiere a la igualdad de condiciones, igualdad de sufragios, igualdad entre mujeres y hombres, pero sobre todo y de una forma general, igualdad entre seres vivos.

No existe entonces una automatización de los derechos, la conquista de estos sigue siendo un deber e implica una vigilancia permanente.

Napoleón III, cuestionaba el derecho de los periodistas, pues consideraba que la prensa solo representaba intereses de particulares mientras que él, habiendo conquistado la presidencia mediante el voto, constituía el poder de la voluntad general.

A pesar de todo lo que nos separa con el último monarca francés, estos razonamientos han resurgido en distintas latitudes como Turquía, Polonia, Hungría y recientemente, en Italia.

Estos regímenes son ejemplos de las mal llamadas “democracias iliberales”, que solo asfixian a la democracia acotando derechos elementales como la libertad de expresión, derechos de los migrantes, o incluso, a los sistemas judiciales en su conjunto (caso Polonia).

La palabra iliberal, no es más que un término oxímoron.

La democracia es, y requiere de instituciones y de un estado de derecho, así como de la constante vigilancia y cuidado por parte del resto de los actores que deseamos vivir en democracia. 

La democracia no se compromete únicamente a respetar el sufragio universal, sino también, a coexistir con instituciones y poderes que, sin que su legitimidad haya sido obtenida a través de una disputa en las urnas, ha sido igualmente democrática.

El ejercicio democrático no se limita al poder de todos tal y como es expresado por una mayoría en un proceso electoral, se amplia al poder de “nadie”, es decir, en el que nadie puede “meter mano” y continua en el tiempo.

Estos poderes pueden ser constituidos bajo mecanismos independientes que permiten no solo la protección de los derechos de las minorías y de los más débiles, sino también, de la evolución de los mismos; por lo tanto, tales mecanismos devienen derechos de todos.

En este sentido, es preciso una prensa libre, organizaciones civiles y cortes constitucionales –entre otras-, a quienes, grosso modo, les corresponde defender el orden constitucional y ya que todos podemos recurrir a ellas, estas deben encarnar incluso, el derecho del más débil de los ciudadanos.

Enormes son los desafíos que enfrentará la nueva presidencia, pero igualmente grandes son los retos que los ciudadanos tenemos para que la maquinaria llamada México, sobrepase sus viejos desafíos, y alcance sus nuevos objetivos.

*El autor es abogado, egresado de la UANL y posgraduado de la Universidad de Paris-I-Sorbonne.