Apenas va una semana de los cerrados comicios en Estados Unidos y algunos opositores y analistas ya empiezan a echar campanas al vuelo, tratando de asociar el resultado de la elección presidencial del vecino del norte, con lo que desean que suceda en los comicios del 2021 en nuestro país.

Los argumentos han sido muchos pero en esencia, consideran que el discurso de polarización ya ha caducado y que con la derrota de Trump, se pone fin a un ciclo de victorias de personajes populistas en todo el mundo.

Sin embargo, todo esto no es más que un mero espejismo de la realidad, y es que no sólo estamos hablando de distintos países, sino también de diferentes condiciones y circunstancias.

Para empezar, en México no hay un modelo político bipartidista, al contrario, muchos de los liderazgos opositores han promovido la creación de nuevos partidos o por lo menos lo han intentado, y esto a final de cuentas divide más el voto del electorado.

La popularidad de Trump no es la misma que la de López Obrador. Puedes estar o no de acuerdo con el discurso y las políticas públicas del presidente, lo cierto es que nada de lo que dice o hace el primer mandatario mexicano es casualidad, el presidente mantiene un nivel de aprobación de casi el 60% cuando estamos a unos meses de la elección, mientras que Trump se mantuvo en todo el proceso oscilando entre el 38% y el 45%.

A pesar de la caída en la popularidad del aún presidente americano, este alcanzó una cifra histórica de votación y terminó con el 48% del voto popular, una contienda cerradísima, en la cuál solo pudieron derrotarlo gracias a ese modelo bipartidista que no tenemos en México.

Ahora bien, en las últimas semanas ha tomado fuerza la versión de que los grandes partidos de oposición en México, llámese PRI y PAN, irán en alianza en algunas entidades, lo que ayudaría a consolidar el voto y competir contra Morena. Si bien, esto aumentaría la posibilidad de que le pudieran arrebatar al partido en el gobierno la mayoría en la Cámara de Diputados o ganar las gubernaturas; todavía tendrían varios retos por delante, como convencer a sus militancias de apoyar a quienes hasta hace no mucho eran sus históricos contrincantes.

También hay que tomar en cuenta que el objetivo del Presidente y de su partido, no necesariamente es obtener el 51% del voto popular de todo el país, lo que requieren es ganar poco más de la mitad de los distritos electorales, no les importaría terminar vapuleados en otros, si ello, les permite concentrar sus fuerzas, programas, acciones y operación para lograr este resultado.

Y quizá el aspecto más importante y muy diferente a lo que sucede en Estados Unidos es la dependencia de un gran porcentaje de la población a los programas sociales o asistenciales del gobierno en turno. Esto no es una nueva realidad, ha sido así desde hace años, y hoy ante la crisis económica provocada en gran medida por la pandemia, existe una necesidad aún más latente en amplios sectores de la población por recibir estos apoyos que finalmente podrán incidir en el resultado de la contienda.

Para la oposición sin embargo, no todo esta perdido, Morena tiene sus propias debilidades, la amplia victoria que tuvieron en 2018, los hizo tener que improvisar cuadros que sin experiencia han quedado a deber en los puestos a los que han llegado, lo que les genera negativos que van a incidir en la votación. Además muchos de los hoy gobernantes de Morena en estados y municipios, no tienen idea de cómo operar una elección, ni de cómo hacer un buen gobierno y muestran además una soberbia que seguramente les pasará factura.

Por estas razones, es muy aventurado tomar conclusiones solo con ver el resultado de las elecciones americanas, cuando en México, la partida apenas va tomando forma. El resultado hoy es impredecible, lo demás es un mero espejismo.