El aniversario de la muerte de Carranza ha servido para que de nueva cuenta se ponga sobre la mesa, así sea de manera escurridiza, la cuestión de la violencia política.

El tema cobra importancia inusitada si consideramos que el país se encuentra sumido en el pantano de la violencia criminal, y entra una y otra los vasos comunicantes se tocan peligrosamente.

Rafael Rojas, un respetable historiador que enseña en el Colegio de México, recuerda que el nuestro es el único país de la región en donde el pasado es parte de un debate abierto que se dirime todos los días.

La pelea por la historia es parte de la discusión política por el presente; y hoy más que nunca hay una disputa por la definición del rumbo del México que se quiere para mañana. Porque finalmente, como dice el propio Florescano, la historia, sea como conciencia o memoria, acaba determinando el presente.

Al momento de su muerte, Carranza era presidente de la República en activo. Un político con una trayectoria no ausente de contradicciones, grandes y pequeñas. Sin embargo, al final del día contaban a su favor hechos relevantes como la promulgación de la Constitución de 1917, el primer proyecto de nación que le daba sentido organizado a la Revolución, también contaba en su alforja la derrota del tirano Huerta, y la siempre discordante y polémicas desaparición de las revueltas de Zapata y Villa.

Ambos ejércitos, hay que decirlo, le otorgaron carácter popular a la gesta de aquellos años, pero finalmente se trató de reivindicaciones políticas y sociales de contenido localista y hasta étnicas. De manera subrayada es el caso de Zapata, cuyas acciones estaban circunscritas a Morelos y cinco o seis estados colindantes.

El único de aquellos revolucionario que tenía una visión nacional era Carranza, y por lo tanto sólo Carranza tenía la capacidad, como la tuvo, de diseñar un proyecto de nación.

Carranza no era militar, era político. Un político de carrera. Probado en esas lides. Tenía en su haber la experiencia de cargos de elección de alcalde de su pueblo, diputado local, senador y gobernador. Además de ministro de la Guerra y Marina, con Madero. Había estudiado leyes. Pertenecía a las clases acomodadas del norte.

Javier Garciadiego lo dice con la elegancia del especialista, en pocas líneas en un ensayo de su autoría que en estos días circula en la edición de Leras Libres.

Carranza encabezó el grupo Constitucionalista, con Álvaro Obregón como su principal militar, contra el grupo Convencionista de Villa y Zapata. Su triunfo significó que el Estado que estaba surgiendo de la Revolución tendría un liderazgo experimentado; y también una visión nacional, en términos geográficos y sociales, capaz de resolver los problemas del país a partir de una propuesta global y pluriclasista”.

Una de sus acciones con un gran sentido de justicia social, fue la gestión de la Ley Agraria de 1915, promulgada en enero de aquel año en Veracruz, mediante la cual se restituía y dotaba de tierras a los pueblos y comunidades indígenas. Las desavenencias entre él y Villa fueron más de clase que de proyecto. Los dos eran norteños, sin embargo, habían entrado en la Revolución por rumbos distintos. El primero se manifestó contra Díaz desde 1909; el segundo entró de manera ocasional.

Había un recelo natural entre el gobernante civil y los gobernantes militares. Finalmente las armas y no las palabras habían hecho la Revolución, como para dejarla en manos de catrines de ciudad. Entre Carranza y Villa el recelo era mutuo. Villa se negaba a recibir órdenes de Carranza y Carranza veía en el antiguo vaquero un “semisalvaje con delirios de grandeza que podría ser utilizado por cualquier intrigante que le cayera en gracia” , según se lee en el libro de “La burguesía mexicana”, de María del Carmen Collado.

La emboscada contra Carranza fue el segundo magnicidio contra un dignatario, seguido de la muerte del también presidente Francisco I. Madero, ocurrido siete años atrás. El motivo declarado de su muerte fue la sucesión presidencial empujada por esa locura que fue el Plan de Agua Prieta. Como presidente y con proyecto de país, e incluso con marco legal, Carranza no hizo recaer la candidatura en un militar. ¿Quién era ese militar? “El Manco” Obregón.