Sin entrar en detalles, todo indica que las elecciones del año entrante estarán dominadas por políticos que tuvieron su época de oro hace un par de décadas. Hablo de Puebla.

Ante la falta de resultados satisfactorios de los nuevos gobernantes, particularmente los surgidos del partido Morena, han encontrado condiciones propicias para retornar por la puerta grande a los puestos que ya tuvieron.

Personajes que apenas ayer fueron motivo de severos cuestionamientos y acusados de ser los causantes de todos los males (corrupción, violencia, pobreza, desigualdad, desgobierno, incompetencia, etc., etc.), ahora están de vuelta como los grandes salvadores.

Incluso, y he aquí lo paradójico y espeluznante, muchos de esos políticos (PRI, PAN, PRD) son buscados con ahínco con la finalidad de que participen en la contienda del año entrante, envueltos en el color del partido en el gobierno.

La evidencia demuestra que los procesos electorales siguen estando supeditados a los intereses y mando de los gobernantes en turno. Sean del partido que sean y del color que sean. El patrón se mantiene inalterable.

La consigna del gobierno es ganar, sea como sea y con quién sea. Las ideologías, los principios, la honorabilidad, la honra, el cambio, pues, son –ahora lo sabemos– insumos de campaña de los que enseguida hay que prescindir.

Un primer dato es que entre la población hay poco entusiasmo (para no decir desencanto) por los gobiernos surgidos de la transición hacia la izquierda, por su magro desempeño.

La pluralidad partidista (muchos partidos en el escenario) no se manifiesta en diferencias sustantivas en el ejercicio de gobierno y en la puesta en prácticas de nuevas políticas públicas (PP).

Es muy evidente en los tres niveles de gobierno y en los congresos. Puebla tiene la legislatura más condescendiente con el Ejecutivo que se recuerde, además de ser la más ineficaz por el número de controversias en contra de la promulgación de leyes.

La población, las partes, no está representada en el Legislativo; alguien me dirá que nunca lo ha estado. Bueno, había la esperanza de que cuando llegaran los comprometidos de la izquierda todo cambiaría.

En lo político y en lo económico: las libertades y los derechos no se han ensanchado, se han reducido (libertad de expresión: un estudio indica que 20% de las agresiones a periodistas en el país corresponden a Puebla); las oportunidades en el mercado se han contraído.

Uno esperaría de un nuevo gobierno surgido de un partido distinto, que las PP no sean las mismas que nos han hundido en el pozo de la pobreza, desigualdad, violencia, narcotráfico, feminicidios, miedo y parálisis económica.

Morena y PAN se presentan como fuerzas antagónicas, con plataformas, objetivos y propósitos diametralmente opuestas, pero a la hora de ejercer el gobierno no se encuentra ninguna diferencia. Se mantienen el mismo patrón.

En algunos casos se ha retrocedido peligrosamente. Por primera vez en la historia de la capital como municipio, Puebla brincó a las primeras planas nacionales como el peor gobierno del país. Está en manos de Morena y lo encabeza la señora Claudia Rivera Vivanco.

En general, la gente de la calle encuentra que el nuevo gobierno tiene poco qué mostrar, para no decir que nada, al cabo de uno o dos años de gestión. La gente actúa motivada por incentivos, no por ideologías y promesas.

El caso es que los grandes problemas que prometieron resolver siguen ahí tan campantes como antes de que subieran, y algunos de ellos han empeorado, producto del ejercicio de mando, como en los hachazos en contra de la comunidad cultural, tal vez la más entusiasta con el cambio hacia la izquierda.

Si nos ponemos un poquito sofisticados, podemos decir que muchos problemas endémicos ni siquiera se han entendido en su verdadera dimensión (que se sepa no hay diagnósticos de nada), el primer paso obligado para encontrarles solución.

El especialista Luis Rubio escribió el domingo en su comentario de Reforma que la burocracia equipara voluntad con resultados.

La pandemia vino a complicarlo, cierto, pero hay que decir que los signos de inacción se anunciaron desde el año pasado. Yo propuse por acá que ante la amenaza de la enfermedad había que relanzar el gobierno con base en un nuevo diagnóstico y nuevas prioridades.

El cambio a la izquierda no ha servido para nutrir la actividad política y el espacio público con nuevas voces y nuevos actores. Se le ha retraído, por la concentración en la figura de un solo hombre.

Tampoco ha servido para el surgimiento y visibilidad de nuevos liderazgos de izquierda, de estímulo para la rotación de las élites.

Como escribió en días pasados una especialistas en el NYT. “En tan solos unos meses, México se ha convertido en un país de dos bandos: el conservador en el poder y el conservador en la oposición. Y, en medio de estas dos alternativas, ha quedado huérfano un sector importante de los votantes”, sin opciones políticas.

Chayo News

El retorno de los viejos políticos se inscribe en una especie de instrumentalización salvaje de la política.

La aceptación de viejos políticos en atención a la experiencia, ausenta de los asuntos públicos a las nuevas generaciones y enquista peligrosamente una casta de gobernantes.

Veamos el caso de la capital a modo de ejemplo de los 217 municipios. En la capital poblana el puesto de presidente se lo disputan en los primeros lugares de preferencia, ex gobernantes del PRI y del PAN. La señora Blanca Alcalá, ex senadora y ex embajadora, y Enrique Doger, ex legislador y ex rector.

Eduardo Rivera y Antonio Gali, por el PAN. El primero fue un buen gobernante aunque perseguido por su correligionario Moreno Valle con el fin de que no luciera en el puesto y no le hiciera sombra en su afán de ser presidente de la República. El segundo no solo fue alcalde también fue gobernador.

Morena no tiene ningún aspirante visible que sea medianamente competitivo. Ni en su versión reciente de Morena ni en su versión PRD.

En la Sierra Norte, en Huauchinango, el puesto se lo disputan de manera cerrada entre el PAN, PRD y PRI. Morena es gobierno, pero no tiene candidato, así que pelea la plaza a través del PRI, con un ex presidente, Rogelio López Ángulo. Por el PRD están los hermanos Martínez Amador, que ya gobernaron en dos ocasiones; van por la tercera. El PAN compite con la actual diputada Liliana Aguirre, esposa del ex presidente por el PRD, Gabriel Alvarado.

Todos son grandes adinerados, pues ya tuvieron en sus manos la chequera. La excepción a la regla, y esa es su mayor virtud (moral), es Zeferino Hernández. Quien busca ser candidato por el PRI. Es un hombre surgido de los suburbios más empobrecidos que se mueven a medio camino entre los que no acaban de abandonar el campo y no acaban de apearse en la ciudad.

Es el más popular y el más conocido y el que ostenta la mayor honra. Porque en política no puede haber mayor honra que la de ser pobre. Independientemente de la máxima atlacomulqueña tan en uso.

Por ejemplo, Zeferino es el dirigente de las decenas y decenas de cuadrillas de danzantes de carnaval, la fiesta más importante de la región, porque agrupa a la población subordinada de derechos.

Todos le reconocen grandes méritos, incluso sus adversarios; sin embargo, todos suelen concluir en lo mismo. “Es un buen candidato, lástima que no trae dinero”. Con lo cual se está reconociendo en los hechos que las elecciones son una apuesta de mucho dinero en juego, que gana quien más invierte.

En el libro Dinero bajo la mesa, los autores hacen una radiografía de neurocirujano sobre la procedencia del dinero ilícito metido en campañas. Al parecer se trata de un fenómeno generalizado, arriba y abajo, lo vemos en el caso de Lozoya y lo vemos también en el libro Dinero ilegal y elecciones en Puebla, de Sergio Mastretta.