El presidente López Obrador, en medio de la crisis sanitaria y económica que amenaza nuestro país, dirigió, el domingo pasado, un mensaje que suscitó un sinnúmero de críticas, tanto por parte de economistas de todos los espectros políticos como de personajes principales de la vida política.
El presidente mexicano dice inspirarse en el liderazgo de héroes históricos. Basta con observar el logo de su gobierno, muy al estilo de los libros de texto de primaria. Sin embargo, esta vez hizo alusión a un presidente estadounidense: Franklin D. Roosevelt, quien ocupó la Casa Blanca desde 1933 hasta su muerte en 1945. López Obrador, se infiere, busca consolidar ante la crisis un liderazgo como aquel ejercido por Roosevelt en tiempos de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial.
Roosevelt fue un político que creía firmemente en el papel activo del Estado en la economía nacional, tras años de un aislacionismo estatal abanderado por los republicanos. El New Deal, propuesta faro de Roosevelt, se basaba en una tasa fiscal progresiva y en la expansión de la intervención del gobierno federal en materia laboral y de salud. La reforma fiscal permitiría financiar una inversión pública sin precedente, con el propósito de convertir al Estado en eje rector de la economía nacional, dentro de un marco legislativo de libre mercado, y muy alejado de los experimentos socialistas que tenían lugar en la Unión Soviética.
La propuesta del presidente demócrata se respaldaba en los principios del economista británico Keynes, quien daría su nombre a la teoría económica que propugnaba la intervención pública en la economía. El propio Keynes sugirió recurrir a la deuda pública en tiempos de crisis, mismo si ello significaba hipotecar los recursos de los contribuyentes.
En suma, el New Deal favorecería eventualmente la recuperación de la economía estadounidense, pero sería la guerra lo que capultaría al país hacia la plena consolidación.
En este tenor, López Obrador parece contrariar los principios de liderazgo político ejercidos por Roosevelt y otros personajes quienes estuvieron al frente de sus gobiernos en momentos de crisis. La decisión de continuar sus magno proyectos, como parte integrante de la autoproclamada 4T, aunado a su instinto discursivo de incitar la polarización social, no encajan en la nueva realidad económica.
En el contexto de la crisis sanitaria, las convicciones ideológicas de López Obrador le impiden contemplar la necesidad de la utilización de las vías crediticias. En otros momentos, la deuda pública fue utilizada como medio de financiamiento para el gasto corriente, lo que ponía en evidencia las flaquezas estructurales de la economía mexicana: débil capacidad recaudadora, corrupción gubernamental, presencia abrumadora de una economía informal y la evasión fiscal de grandes corporaciones. Por otro lado, la conducción de los proyectos de inversión e infraestructura financiados por medio de empréstitos eran puestos ocasionalmente en manos de una burocracia incompetente. Como resultado de ello, aunado a una compleja regulación interna, el dinero recibido no se traducía en beneficio de los mexicanos.
Sin embargo, ahora -lo asegura el presidente diariamente en su espacio mañanero- no existe más la oportunidad para un uso opaco de los recursos públicos. La autoridad moral, pulcritud, eficiencia y honestidad de los burócratas que integran el gobierno federal –AMLO dixit- deben garantizar la limpieza en la utilización de los recursos dirigidos a navegar la tormenta económica.
La crisis económica en ciernes exige todos los esfuerzos del Estado mexicano. Los proyectos no esenciales deberán ser cancelados, se deberá desechar un alza de impuestos -pues es muy tarde para ello- pero sí que será imperativo, ante la caída de los precios del petróleo y la emergencia sanitaria, la adquisicIón de deuda pública extranjera, sea a través de financiamiento del Fondo Monetario o del Banco Mundial mediante proyectos de desarrollo en materia de salud.
Franklin Roosevelt , un hombre de su tiempo, comprendió la realidad política y económica que sufría su país, y puso en marcha una serie de reformas legislativas dirigidas a convertir al Estado en un agente de cambio y transformación. López Obrador, por el contrario, parece no comprender las vicisitudes del mundo, y desdeña abiertamente las recomendaciones en materia económica y fiscal.
Las creencias del presidente mexicano deberán ceder ante el pragmatismo y la necesidad de hacer frente a una realidad que amenaza el orden nacional e internacional. De lo contrario, López Obrador no será recordado como un Juárez o un Roosevelt, sino como un Santa Anna o un Díaz; estos últimos villanos en la historia de México, según como ésta es interpretada por López Obrador.