El tema en boga de estas semanas es la creación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Fue presentado el proyecto con bombos y platillos, y se explicó los beneficios que reportaría para todo el país.

El presidente de la República manifestó: ?El actual aeropuerto no permite despegues y aterrizajes simultáneos, lo cual es inaceptable. Uno de los principales desafíos era encontrar una alternativa viable para construir el nuevo aeropuerto que necesita nuestra capital?, dijo el jefe del Ejecutivo.

Mientras tanto, un grupo de integrantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) acompañado por miembros de diversas organizaciones sociales, estudiantiles y activistas realizan dos movilizaciones, una hacia el Tribunal Unitario Agrario con sede en Texcoco y otra al Tribunal Superior Agrario en el Distrito Federal, para mostrar su inconformidad en contra de la construcción del nuevo aeropuerto en la zona de Texcoco.

Parece que falta mucho para que verdaderamente esta comedia tenga un final. Curiosamente el tema del aeropuerto me hizo recordar lo acontecido con varias aerolíneas.

Hace algún tiempo se armó en el mundo una pequeña polémica al conocerse la decisión de algunas aerolíneas de cobrar dos asientos a pasajeros con problemas de obesidad. La polémica medida, adoptada entre otras empresas por United Airlines, se estaría aplicando a aquellos pasajeros que, por su sobrepeso, ocupan un espacio tal en el asiento como para no permitir que se baje el apoyabrazos intermedio, utilizando de tal modo parte del asiento contiguo. El argumento de las líneas aéreas es bastante sencillo: si estas personas ocupan más de un asiento, de modo tal de impedir que se venda el pasaje correspondiente a la butaca de al lado, entonces deberían pagar por los dos. Como era de esperarse, el anuncio despertó inmediatamente la indignación no sólo de los pasajeros con kilos de más, sino también de una amplia gama de militantes en contra de la discriminación. "¡Injusticia!", "¡discriminación!", "¡bestias inhumanas insolidarias!", exclamaron los exaltados detractores de los avaros usufructuarios del espacio aéreo. Toda clase de argumentos lacrimógenos, que por supuesto no evitaron la descripción de los graves traumas que sufrirían los obesos pasajeros por tener que pagar de más, ni el minucioso recuento de todas las bajezas en las que incurrirían los empresarios aeronáuticos para incrementar su lucro, fue utilizada para blandir el dedo acusador contra los deleznables obesófobos de los cielos.

Y es precisamente aquí donde entro yo, gustoso como siempre de jugar al abogado del diablo, a preguntarme si realmente es tan injusto exigirle a quien ocupa dos asientos de un avión... ¡que pague por dos asientos! Al menos mientras no esté lo suficientemente excedido de peso como para dejar de pagar sólo por un pasaje, mis argumentos son más o menos los que voy a exponer a continuación.

En primer lugar, y antes de ponernos sentimentales con cuestiones de discriminación, igualdad, etc., tenemos que reconocer que la ecuación "pasajeros obesos + butacas estrechas", da como resultado un costo que, desde que se descubrió que los almuerzos gratis no existen, alguien deberá afrontar. O lo pagan los propios afectados por el sobrepeso, o lo pagan los restantes pasajeros, o lo pagan los empresarios, pero que alguien lo paga, lo paga.

Según el criterio de quienes consideran que la decisión de las aerolíneas es discriminatoria (cuestión en la que no dudaría en estar de acuerdo, si desligáramos al término "discriminación" de su clara connotación negativa), deben ser éstas las que asuman el costo, cobrando al pasajero obeso lo mismo que a cualquier otro, y haciéndose cargo de la pérdida que implica tener una butaca vacía a su lado, que no puede ser vendida a otra persona. Ahora bien, en este caso, ¿serían realmente las empresas aerocomerciales las que asuman los costos derivados de la voluminosidad de algunos de sus pasajeros? Mi opinión es que no. Obligar a las aerolíneas a volar con asientos vacíos, o instalar butacas más grandes, para satisfacer las necesidades de pasajeros con sobrepeso, no haría otra cosa que reducir la oferta total de pasajes, lo cual, si se mantiene constante la demanda, tendría por efecto elevar su precio. Es decir, en mayor o menor medida, la totalidad de los pasajeros de la línea aérea terminaría afrontando el costo del pasajero obeso.

"¡Vamos por más!", dirían los activistas de los derechos de los gordos. "Si esos codiciosos infelices quieren hacer pagar al resto de los pasajeros el costo de transportar obesos, entonces también debemos prohibirles que aumenten los precios", podría ser el razonamiento que se esconda detrás del siguiente paso en pos del igualitarismo aéreo. ¿Pero qué pasaría si prohibimos los aumentos en los precios de los pasajes después de obligar a las líneas aéreas a transportar pasajeros obesos sin cobrarles un adicional? Obviamente, la rentabilidad de las empresas aerocomerciales bajaría. Y en un mundo con libre movimiento de capitales, es de esperar que éstos se dirijan allí donde se les asegure el retorno más alto. Ergo, de a poco los empresarios empezarán a desinvertir en aviones, y dirigir los recursos a otras actividades que ofrezcan expectativas de GANANCIAS superiores. Por lo que en algo de tiempo, probablemente tendríamos menos aviones surcando los cielos del mundo. Y si menos aviones significa una menor oferta de pasajes entonces tendríamos... ¡precios más altos, o pasajeros que no consiguen lugar en el avión! Es decir, nuevamente, el costo del pasajero voluminoso sería "socializado" entre el resto de los potenciales clientes de líneas aéreas.

Como se ve, cualquier medida que adoptemos para evitar que las personas extremadamente obesas tengan que pagar más de un pasaje, implica, de un modo u otro, en mayor o menor medida, la "socialización" del costo de la obesidad entre todos los potenciales pasajeros. La pregunta que deberíamos responder entonces es: ¿es justo que el conjunto de los pasajeros aéreos sin sobrepeso deba ser obligado a afrontar las consecuencias de un problema estrictamente individual, cual es la obesidad?

En este sentido, creo que podríamos diferenciar dos casos, que muy burdamente podríamos denominar el del "obeso voluntario" y el del "obeso involuntario".

En el primer caso, es decir el de aquellas personas que libremente optan por un estilo de vida que implica la posibilidad de padecer un gran sobrepeso (consumir alimentos con gran contenido calórico, no efectuar actividad física, etc.) o bien que, teniendo problemas de obesidad derivados de algún tipo de enfermedad (como por ejemplo derivadas de cuestiones hormonales) que puede ser tratada médicamente, y disponiendo de los recursos para hacerlo, deciden convivir con la obesidad y no llevar a cabo un tratamiento, me parece que la decisión de las líneas aéreas resulta totalmente justa. Ningún argumento que invoque principios de igualdad o solidaridad sirve, a mi entender, para contrarrestar la idea obvia de que cada persona debe afrontar los costos que implica el plan de vida que ha elegido libremente. En este caso, ¿quién sería el egoísta y el insolidario? ¿Los pasajeros "flacos" que no quieren pagar de más? ¿Los empresarios que no quieren resignar ganancias? ¿O quienes elijen ser gordos y después pretenden imponer al resto de la sociedad los costos que, en algunos casos, puede tener esa elección? Creo que el correlato de la libertad de cada uno para elegir aquello que estima lo hará más feliz, no es otro que cargar con las consecuencias negativas o desagradables de esa elección. En mi caso, elijo ser políticamente incorrecto y quizá hasta hiriente con estas reflexiones: no puedo después sentirme ofendido por el hecho de que alguien después me exprese su desagrado por ello. ¿No deberían hacer lo mismo los "obesos voluntarios" al momento de viajar en avión? ¿No sería lo más justo que deban pagar de su bolsillo el asiento vacío a su lado, o bien optar por viajar en los más costosos, pero también más espaciosos, asientos que se ofrecen en la primera clase o en la categoría "business"?

Sin embargo, ¿qué sucedería con los obesos "involuntarios"? (a los que podríamos definir como aquellos que deben su sobrepeso a causas orgánicas o psíquicas contra las cuales no existen tratamientos efectivos, o bien que no tienen el dinero para afrontar sus costos). En este caso, quizá no sería justo obligar a las personas que afronten el costo de un problema que es ajeno a su voluntad. Podría ser entonces razonable "socializar" de algún modo el costo que implique paliar la incomodidad de estas personas de algún modo, recurriendo a alguna clase de argumento "a la Rawls", según el cual todos estaríamos dispuestos a resignar algo de nuestro patrimonio para prevenirnos de eventuales situaciones de desventaja ajenas a nuestra voluntad que la vida pudiera imponernos. Con todo, de esto no se deriva necesariamente que sea evitando pagar dos asientos a los obesos el modo más eficiente de resolver este problema. Probablemente implique un menor "costo social" financiar tratamientos contra la obesidad para aquellas personas que no puedan pagarlos por sí mismas, o establecer subsidios para afrontar el pago del asiento extra en los casos de aquellas personas que padecen de una obesidad irreversible.

En conclusión, el problema de los gordos que no entran en las reducidas butacas de los aviones no tiene por qué resolverse necesariamente apelando a la coacción contra las empresas aéreas invocando el argumento de la discriminación. Se trata más bien de un problema de costos privados o sociales ("externalidades", en el lenguaje del análisis económico del derecho), que admite diversas soluciones según cada caso. Y en mi opinión, esas soluciones deberían adoptarse tratando de no imponer a terceros los costos de decisiones individuales y, en los casos en que ello sea inevitable, tratando de buscar la opción menos costosa para el conjunto de la sociedad.

 

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