La nominación de Josefina Vazquez Mota para el Estado de México, confirma que muchos estrategas políticos continúan viendo al Estado de México como el “Mexiquito”, laboratorio de elecciones presidenciales.
Recordemos en el 2012: Aquel bombazo anímico cuando Felipe Calderón, con semblante gustoso, nombraba a Peña Nieto ganador de la elección presidencial. Nadie salió a celebrar. Y al analizar los votos veíamos cómo si se sumaban los votos de AMLO (15.8 millones) con los de Josefina (12.7 millones) superaban por mucho a los de Peña (19.2 millones). Dejando a los votantes anti-PRI, de AMLO y Josefina, “como al perro de las dos tortas”.
Vázquez Mota fue una candidata gris, abandonada por la cúpula de su partido, y que tal vez sin saberlo, cumplió una misión maquiavélica: La teoría es que su postulación fue un plan magistral de la cúpula priista para quebrantar el voto opositor, con el apoyo de encuestadoras y medios de comunicación que ubicaban a la candidata del PAN en segundo lugar, esto para dar esperanzas a sus seguidores de una virtual pelea entre el PRI y el PAN, cuando en realidad era que la verdadera contienda era entre los otros dos, PRI y PRD; donde el rival a vencer siempre fue Lopez Obrador.
Hoy en el 2017: Regresa Josefina “reloaded” (recargada), irrumpiendo nuevamente la escena política como “tercera en discordia”, ya que otra vez (en el Edomex) la pelea a la gubernatura sigue siendo entre dos: Peña Nieto y López Obrador. Ella no imaginaba ni anhelaba esta candidatura; fue un dedazo de su partido gracias a la publicidad electoral que embadurna una campaña presidencial, que la hace conocida. Según Álvaro Delgado de Revista Proceso, después de perder en el 2012 la señora se olvidó de forjar un México “DIFERENTE” y se refugió un tiempo largo en Dublín (Irlanda), posteriormente dirigió una ONG que ha sido cuestionada por el financiamiento millonario recibido por el gobierno de Peña Nieto.
La estrategia es reciclada, dividir el voto de la oposición en el Estado de México para que triunfe el PRI con su cuota fija, llamado “voto duro”, que no es más que el voto amasado, maiceado, gorgojado, con el que históricamente ha triunfado.