Es definitivo que asistimos al fenómeno del determinismo social. Como su mismo título lo dice, este determinismo auspiciado por la élite determina de manera fehaciente los resultados electorales y las estrategias gubernamentales de control social. Este control social está determinado por la construcción de percepciones sobre las cuales quiero abundar un poco.
Tengo la certeza de que los sistemas gobernantes trabajan en la creación de una percepción de la realidad. Los estímulos utilizados para ello son en extremo sofisticados. La perversión en el uso de ciertas palabras utilizadas de manera repetitiva (muchas veces su ambigüedad ayuda bastante, doy un ejemplo de slogan de campaña:
Los sistemas políticos ofertan la búsqueda de la elusiva felicidad, llegando al extremo de estipularla en algunas constituciones políticas, como si en efecto, el que esta búsqueda de la felicidad estuviese en papel fuera suficiente.
Y la construcción de esta percepción es lo suficientemente fuerte como para que se desarrolle toda una maquinaria alrededor de ella.
Se establece el mecanismo de percepción-simulación donde el ente político se convierte en el neo-evangelista que pregona el paraíso laico a través de su evangelio político, que aspira también a convertirse en sistema económico. Porque al final de cuentas la ecuación poder-dinero es lo más importante.
Aunque también las supuestas diferencias políticas tienen una función. A los ojos de los ciudadanos se simularán posiciones encontradas en público, y en privado se llegará a acuerdos. Estas posiciones encontradas son el aceite que lubrica el status quo, el gatopardismo. Un ejemplo de esto sería la multicitada guerra contra el narcotráfico, que es un excelente negocio para los políticos, no para los ciudadanos. El temor vende bastante, el terror vende aún más. Sin los elementos adecuados se declara una guerra contra el efecto y no la causa. Contra los frutos del árbol pero no contra su raíz. En nombre del bien común se ejecutarán acciones de tipo político o aún económico donde se socializarán las pérdidas y se privatizarán las ganancias (Chomsky dixit) y el circo mediático del ogro filantrópico disfrazado de azul, cuyas acciones fruto de un miope determinismo político hablarán por sí solas.
También esta percepción de división se acentuará en las campañas políticas. Se es demasiado bueno, o demasiado malo. Una vez que la pasión gana el sentido crítico se marcha. Se hace imposible dimensionar la realidad de aquellos que aspiran a gobernarnos aunque eso juegue a su favor. Se puede ser un ignorante redomado, pero las leyes de nuestro determinismo social dictaminan que ese es el presidente que nos toca. Y no podría ser de otra manera. Los políticos son proyecciones de nosotros, no tenemos ningún convenio con algún país avanzado para que nos envíe los políticos que necesitamos. Nosotros los producimos. Y ellos nos producen a nosotros convirtiéndonos en el eterno catoblepás, criatura mitológica que se devora a sí misma.
Y el circo seguirá. Los pobres seguirán muriendo y los políticos enriqueciendo. Y el ministerio de propaganda (que existe pero bajo otras siglas) seguirá desarrollando los mecanismos de adormecimiento de las conciencias desde el jardín de niños.