Escribir sobre el éxito de Netflix ya es un lugar común, quizá el punto de reflexión es que el triunfo de esa empresa no requirió de contar con una concesión de televisión radiodifundida o por cable, de una compañía telefónica o de ser propietaria de un servicio de acceso a Internet. Netflix funciona porque tiene los contenidos y son accesibles como le plazca al consumidor.

En México, pareciera que la supervivencia de Telmex y las televisoras dependiera de contar con triple play, pero la realidad es que eso no es cierto e incluso revela un profundo desconocimiento de la historia de los medios en México.

Por ejemplo, Emilio Azcárraga Vidaurreta sabía que si quería que se vendieran radios, se necesitaba que hubiera estaciones que emitieran contenidos que hicieran atractivo adquirir esos aparatos. Hay que recordar que la RCA fue en principio accionista mayoritaria de la XEW.

A pesar de que en México existe televisión abierta radiodifundida desde hace 64 años y que, desde entonces, el estándar de transmisión analógica es virtualmente el mismo en América del Norte, las televisoras mexicanas no se preocuparon por establecer, con tiempo, las condiciones para que se transitara exitosamente del sistema analógico NTSC al digital ATSC.

Y aunque es entendible ese error, no es justificable.

Ciertamente existen muchas personas (la gran mayoría) que no pueden pagar un televisor digital. A final de cuentas, hasta una televisión de bulbos de hace 40 años puede usarse para ver los programas actuales de Televisa o TV Azteca. Sin embargo, si las televisoras pretendían ocupar un lugar en el nuevo banquete de los medios digitales, tenían la obligación de facilitar e impulsar el cambio, no de entorpecerlo.

Así llegamos al caso de dos televisoras que pretenden ofrecer servicios de voz y datos y una telefónica que ofrece voz y datos, pero también quiere transmitir televisión.

Pero, en esa guerrita, se han llevado de corbata al país.

Por un lado, no puede más que generar molestia la falta de consideración y respeto que tienen las televisoras con sus audiencias. Ya es proverbial la ausencia de cuidado, puntualidad y continuidad en la transmisión de contenidos: series que se emiten con episodios saltados o desordenados y con mucho retraso frente a sus países de origen. Este problema no es sólo de la televisión abierta: no hay que olvidar que a Sony Entertainment Television Latin America (SETLA) “se le olvidó” transmitir la final de la Séptima Temporada de American Idol (programa que tenía en exclusiva). Como si se tratara de una emisora de rancho, SETLA no se disculpó con los 13 millones de suscriptores que pagan por ver su señal.

Además, en un mundo digital en el que la Undernet (en menos de 48 horas) tiene en acceso y traducida cualquier serie o programa, resulta ridículo que las televisoras abiertas y de paga tarden semanas, meses o años en ofrecer los mismos productos: con su incompetencia, las televisoras abiertas y restringidas alimentan el crecimiento de la piratería.

Pero incluso en el mundo legal y de paga, hay alternativas mucho más eficientes de consumo de contenidos audiovisuales, que las ofrecidas por la televisoras abiertas y restringidas mexicanas. iTunes de Estados Unidos permite comprar el ticket para la temporada actual de las series más importantes, algunos canales de televisión premium permiten ver en Estados Unidos los capítulos más nuevos de sus producciones y el mismo Netflix trajo en tiempo récord la última temporada de la aclamada serie Sherlock de la BBC.

Curiosamente, Apple no ofrece en México tickets para las series actuales e incluso se tarda meses en traer las películas que se ofrecen en el iTunes estadounidense. ¿La causa? Una industria nacional del entretenimiento que no sabe competir con velocidad global, que requiere un mercado cautivo para que le vean sus comerciales de limpiador de pisos, destapacaños, tiendas de autoservicio y pastelitos.

Para 2016 habrá 4.3 millones de tabletas en México y actualmente hay más de 26 millones de personas con teléfonos inteligentes en el país, considerando que existen 119 millones de mexicanos y que hay 14.7 millones de suscriptores de televisión restringida, el presente y futuro del consumo de contenidos audiovisuales están en las computadoras, tabletas y smartphones.

Sin embargo, basta con dar una mirada a las app y servicios web de las televisoras mexicanas para darse cuenta de que son poco atractivas y nada funcionales. Mientras Netflix permite ver cualquier programa, episodio de serie o temporada en el momento que quiera el usuario, la oferta nacional se reduce a la señal del día o a un catálogo limitado de productos. La telefónica no funciona mejor: sus canales web son de muy baja calidad y su servicio de acceso a películas, series y programas es la versión quintomundista de Netflix, con una oferta escasa y verdaderamente mala.

Pareciera que la nueva legislación secundaria de telecomunicaciones es un castigo para Telmex, que deberá sentarse 24 meses a esperar si puede tener canales de televisión. Tampoco es buena para las televisoras, aunque se beneficiarán de una agonía de dos años en que podrán continuar nadando “de muertito”. Lo cierto es que confundir el negocio de los contenidos con el de la difusión es una de las fallas del modelo nacional. ¿Acaso no existe el talento para que las televisoras ofrezcan todos sus contenidos en un modelo multiplataforma y de acceso a selección del usuario? ¿Telmex no puede buscar una asociación con Netflix para transmitir sus contenidos exclusivos, como noticiarios y campeonatos deportivos? ¿En verdad los agentes nacionales no pueden ver por separado el negocio de hacer leche y el de llevarla a domicilio?

Y en esto le ha faltado carácter al gobierno mexicano: mientras Estados Unidos disolvió a Standard Oil y dividió a AT&T, aquí resulta impensable fraccionar a Telmex o nacionalizar todas las redes de transmisiones de voz, datos y video.

Si al gobierno le preocupa tanto la dominancia de los agentes económicos, le corresponde dividirlos.

Hasta que el gobierno se decida a suprimir estos oligopolios, deberá jugar a las vencidas con actores privados que no tienen intención de competir, mientras las nuevas audiencias seguirán consumiendo contenidos adquiridos en iTunes o Netflix… o descargados ilegalmente a través de la Undernet.