En 2010, el filósofo y ensayista francés Michel Onfray publicó Le crépuscule d’une idole. L’affabulation freudienne; traducido por Horacio Pons y publicado en México por Taurus como Freud. El crepúsculo de un ídolo. Un exhaustivo ensayo de 500 páginas. Lo leí en 2011 e hice anotaciones en cada capítulo y reflexiones finales que consideré publicar pero aunque utilicé material en algunos artículos, no lo hice. Al ver que el 23 de septiembre de 2020, a 81 años de su muerte, el éxito de Freud continúa al grado de ser tendencia en tuiter y seguir siendo un “científico” de referencia de no pocos académicos, profesores, historiadores, escritores, comunicadores y periodistas -hayan ido o no al diván psicoanalítico-, como lo es de “amas de casa”, el “hombre común de la calle”, usuarios de las redes sociales, psicoterapeutas sudamericanos, especialmente uruguayos y argentinos (que además de freudianos son lacanianos), tomo el libro por la mañana, lo reviso y 9 años después de su lectura creo que vale la pena releerse y repensarse (además, Onfray ha publicado una secuela en 2013, Les Freudiens hérétiques).

Mientras eso ocurre, comparto las notas de 2011, pues no deja sorprender, por ejemplo, cómo un afamado historiador en México ofrece conferencias bastante malas, de seguro bien pagadas, en las que de manera desvergonzada utiliza, al igual que en sus escritos, la teoría freudiana para explicar su esquemático pensamiento y propuesta de análisis histórico y político de la realidad de toda una sociedad; acabo de verle balbucear una de ellas en la universidad privada de una próspera ciudad del norte del país. No puede causar sino perplejidad cuando menos, algo inconcebible ya en un académico, profesor, investigador y/o escritor serio en cualquier parte del mundo; aunque siga siendo muy popular entre comadres el juego de relacionar vínculos de conductas con traumas o de interpretar sueños eróticos o de fortuna.

 

De intuiciones: Sigmund Freud, ¿un hijo de la chingada?

Después de leer El malestar en la cultura, Introducción al psicoanálisis y otros textos de Sigmund Freud en la Universidad, solía detenerme ante el fuego, una fogata o una chimenea, y me la pensaba dos veces antes de orinar; no es que hubiera tenido en mi historial personal una afición a regarlas, pero la maldición de Freud parecía funcionar. Y es que el médico austriaco ya había sentenciado: “la condición previa para la conquista del fuego habría sido la renuncia al placer de extinguirlo con el chorro de orina, placer de intenso tono homosexual”. Con el tiempo, leí la noticia de que un mexicano había apagado con sus meados, durante los juegos olímpicos en París, Francia, “la llama eterna” del Arco del Triunfo. Expresar la homosexualidad potencial de todo hombre en el acto de apagar con los orines el fuego resultaba cuando menos curioso pues no se encuentran fogatas en cada esquina. La hipótesis freudiana representaba algo así como una batalla de falos, la llama del fuego contra el pene…

La posibilidad de soñar a la madre vinculada a la prohibición erótica, era otra preocupación constante derivada del mito de Edipo. Aún más perturbadora era la imagen de matar al padre o cuando menos “mentarle la madre”, insultar al representante de la autoridad divina en la tierra; si se cometía parricidio sería para ocupar el sitio como nuevo jefe de la horda familiar. Olvídate de caer en algún lapsus o “función fallida”. ¡Incluso leer a los griegos clásicos podría ser una revelación psicoanalítica! Una suerte de preminencia intemporal del oráculo sometido a la teoría freudiana. Y así, otros cuentos explicados o fabulados por Sigmund Freud tenían un efecto en el ánimo estudiantil ejercitado por profesores universitarios de una generación que se había tendido casi toda al diván.

La lectura de Friedrich Nietzsche, un formidable instinto para la psicología a partir de la observación de la biología (Freud mismo lo advirtió y abrevió de él sin revelarlo), serenaría las inquietudes al tiempo que confirmaba o alentaba las intuiciones sobre la farsa del freudismo. ¿Era posible explicar al individuo y al mundo a partir de la construcción fantasiosa de un médico vienés vuelto célebre por la edificación de su propio mito partiendo de la autobiografía subvertida como “culpa científica” al universo y la propagación del mismo a través de fieles parroquianos de una iglesia pseudocientífica?

Pasaron los años y todo quedó en intuición, especulación, duda. Además de Nietzsche, Eric Fromm, desde la perspectiva de la psicología social, proporcionó ciertas luces contra la fantasía freudiana y su protagonismo lapidario. El filósofo artista alemán se había convertido en un asirse a la tierra, a la biología bajo el brillo de su filosofía poética vacía de la distorsión de la mentira filosófica, entre ellas, la del psicoanálisis; pese a la aspiración primero y la presunción freudiana posterior de haber creado una ciencia. Marx y el marxismo si bien se mostraban como un instrumento teórico y explicativo asequible, parecían distantes de la realidad pues habían sido vividos como un terrible fallo de la praxis política.

Y un día apareció, no un artículo o un breve ensayo, sino una obra monumental elaborada desde una especie de filosofía científica; armada de pruebas, de evidencias, de 20 años de experiencia académica sobre el tema, de 10 mil páginas de lecturas y revisiones para presentar el mayor desmentido a la obra, la persona y la personalidad del fraude vienés (el mayor ataque, señalan sus críticos): Freud. El crepúsculo de un ídolo. El magistral ensayo del filósofo francés Michel Onfray. El creador en 2002 de la Universidad Popular de Caen, Francia. Escuela gratuita dedicada al estudio de los filósofos poco conocidos y leídos y a la revisión de los filósofos tradicionales desde una perspectiva crítica novedosa.

El ensayo de Onfray abruma de manera sorprendente y grata por la lucidez, el rigor, lo exhaustivo, la cantidad de evidencias en contra del psicólogo vienés y “su” “ciencia”, el psicoanálisis. El impulsor del diván y el sillón detrás del mismo, para que el paciente nunca se percate de cuándo el costoso terapeuta dobla el cogote y queda dormido o se entrega a raptos personales cuando tendría que estar atento al relato de quien paga la sesión; esta es la persona menos importante en realidad. De todas maneras, siempre hay una argucia: el inconsciente es la vía de comunicación entre paciente y terapeuta; y al cabo, este tiene ya todo un catálogo freudiano (y ahora lacaniano) a su disposición.

El libro se publicó en 2010 y constituye uno de los trabajos contemporáneos más brillantes. Una de esas obras que uno habría querido construir –si se tuviera la formación, la capacidad y la voluntad- con las propias manos como instrumento del pensamiento. Como diría Emil Cioran, frente a esta obra y a Onfray sentimos una auténtica envidia positiva (algunos sugieren que esta no existe; es envidia a secas y ya). Vaya trabajo extraordinario de Onfray que lo ha colocado en el blanco del rencor y la mira de los fanáticos de Freud y sus teorías; esos que siempre andan en busca de pacientes y discípulos para mantener viva una catedral decadente. Catedral, el psicoanálisis, que “no es ciencia sino un arte interpretativo”; especulación, ficción, filosofía…

El autor francés refiere haber encontrado en sus lecturas juveniles de Freud, Nietzsche y Marx el impulso de proseguir una vida de filósofo y escritor. El valor de este ensayo y otras obras suyas como Política del rebelde (1997) o Tratado de ateología (2005), mueven naturalmente al conocimiento y a la reflexión. Dentro de su prolífica obra, espero leer pronto su escrito sobre Albert Camus, pues es parte de la ruta “moderna” de Onfray después de Nietzsche, como este también lo fue del autor de El hombre rebelde. A continuación, un resumen breve complementado en ocasiones con ciertas reflexiones de cada uno de los capítulos de Freud. El crepúsculo de un ídolo.

Continuará…