No importa si el dinero de un videoescándalo se muestra, no se muestra, se muestra poquito o se muestra mucho, sino que el videoescándalo, en sí, tiene poca utilidad para probar cualquier cosa, ya que: 1. Todo material audiovisual puede ser alterado. 2. Un video puede ser una puesta en escena. 3. Un video no muestra más que una parte la realidad, que se presta a malas y buenas interpretaciones, no necesariamente ciertas.

Recuerdo con ternura el videoescándalo de Carlos Ahumada de 2004, donde aparece dándole una feria a René Bejarano y él mismo se cubría la cara con un efecto (no lo fueran a reconocer). Allí Bejarano se guardaba, con cierta gracia, fajos de billetes con ligas en los bolsillos (gesto que muestra una gran confianza en el Ángel Protector de la Impunidad), video con el que lo lincharon, aunque en ese video no se veía más que eso: Bejarano guardando dinero. El video no mostraba ningún pecado: no estaba matando, robando, fornicando con la mujer de su prójimo, nada malo (ni siquiera divertido), solo guardándose dinero. ¿Era mucho dinero? ¿De dónde la sacó? Pudo haber dicho: ‘me lo prestó mi compadre’, y sanseacabó. Punto, se acabó la declaración. Si hay alguien que quiera presentar cargos, que haga una acusación formal y desahogue las pruebas correspondientes.

Allí Bejarano se hizo bolas y la regó, mientras Brozo lo pendejeaba frente a las cámaras peor que Trump a Peña Nieto. Y hasta al bote fue a dar, sin que objetara la ineficacia del video, pues las imágenes en sí mismas no tienen tanto peso como el dinero que allí parece, y si ese dinero no se muestra físicamente (y se comprueba su categoría de realidad), el video pertenece al resbaladizo terreno de la política ficción. Pudo haber dicho: “Era un video experimental para una clase de guion cinematográfico en la Casa del Lago. Es dinero de a mentiritas”.

En 2017 llegó Eva Cadena recordando al rey del churro, Juan Orol, sacando a la luz unos videos donde se veía recibiendo una supuesta lana para el Peje, negociando con personajes siniestros que jamás se ven a cuadro y hablando de dinero que nunca se muestra. Con todo y la evidentemente puesta en escena, algunos medios publicaron como si realmente hubiera dinero. A la gente que se creyó esa patraña le hace bien que estén cerrados los cines, para que vayan aprendiendo a distinguir entre la realidad y la fantasía.

Ahora, con Lozoya, fueron balconeados Guillermo Gutiérrez Badillo y Rafael Caraveo, contando fajos de billetes. No se están guardando esa “feria” ni se la están gastando, solamente la están contando. Cualquiera de ellos, si fuera interrogado por aparecer en ese video, puede argumentar: “Aquí no dice: hola soy dinero para sobornar a un legislador para que se aprueben las reformas estructurales de Peña Nieto, dice: dinero que me pidieron que contara”.

Si ese video no culpa a los que aparecen a cuadro, mucho menos a quienes se les acusa de recibirlo. “Me hubiera encantado que realmente me llegara esa lana”, replicaría el más cínico de los senadores, “pues la crisis está gruesa y sí me está haciendo falta esa lana”.

Nada prueba un video, ni aunque los personajes salieran hasta el queque, peor que Maradona metiéndose cocaína frente a la caja fuerte de Palacio de Gobierno, totalmente abierta y vacía, en medio de una orgía poliamorosa, pues, con efectos digitales, se pueden crear todo tipo de escenas falsas.

Si se llegaran a colar imágenes vergonzosas mías en el Internet, quiero que sepan que me tiene sin cuidado que las vean. Después de todo no son reales, me fotoshopearon los rusos.