Tuvieron que pasar 190 años para que México tuviera una secretaría de cultura. El primer intento de crear una institución cultural se dio en el México independiente, cuando el presidente Guadalupe Victoria fundó el Museo Nacional de México.
Después vino lo que se sabe: la creación de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, la Secretaría de Educación Pública, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional de Bellas Artes, hasta llegar en 1988 a lo que, hasta hace poco, se conocía como Conaculta, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Hoy, después de casi doscientos años, y a iniciativa del presidente de la república, Enrique Peña Nieto, con aprobación del Congreso, la cultura tiene un rango institucional a nivel de gabinete.
La pregunta es si la Ley General de Cultura que está pendiente de construir y aprobar, le va a dar al sector la fuerza y alcance que debe tener en un país cuya sociedad ha sido devorada por la violencia y la cultura del crimen organizado.
La primera pregunta que surgió después de conocer su creación es si su nacimiento responde verdaderamente a una convicción o si se trata de un mero cambio de nombre.
Para ser francos: a pocos políticos mexicanos les ha interesado la cultura. Esa es la razón por la cual el nacionalismo revolucionario que encabezó un José Vasconcelos o un Jaime Torres Bodet, no ha podido ser sustituido por una política cultural de gran calado.
Rafael Tovar y de Teresa es uno de los mejores políticos culturales que ha tenido el país. Ha sido y es el más idóneo para presidir el sector cultural. Sin embargo, darle a la cultura rango y visión de Estado no depende sólo de él.
¿La cultura para qué? ¿Con qué se mastica? Cada vez que llega el momento de aprobar el presupuesto para ese rubro, los diputados de la respectiva comisión tienen que “pasar el sombrero” por los diferentes grupos parlamentarios para convencer a los bárbaros legisladores de que la cultura es importante para un país que no sólo se ahoga en pobreza económica, sino en ignorancia.
Las cifras lo dicen todo. Mientras Gran Bretaña invierte anualmente el 6.74% de su PIB en cultura; Japón 5.9%; Francia y España 5%, México con dificultad llega al 2.7%.
Aunque la iniciativa presidencial se aprobó condicionada a que no habrá más burocracia, lo que sin duda es una buena noticia, lo cierto es que la Secretaría de Cultura va a requerir no sólo de presupuesto propio sino de recursos suficientes para tener el peso político, social y cultural que le permita incidir en la transformación del país.
¿Alguien se habrá dado cuenta de lo que puede representar para la economía mexicana el desarrollo de su potencial cultural?
El declive, al parecer irreversible, de los precios del petróleo tendría que obligar a replantear la estrategia para obtener divisas.
Faltan proyectos para crear un concepto integral donde turismo y cultura entren en una sinergia que permita detonar el desarrollo de ambas infraestructuras hasta alcanzar niveles de calidad similares a los de Europa.
Lo cierto, sin embargo, es que la Secretaría de Cultura nació en la soledad. No fue resultado de un movimiento cultural o de un proyecto político. Esa es la razón por la cual intelectuales, académicos, arqueólogos y artistas no salieron a lanzar cohetones. Recibieron la noticia con indiferencia y escepticismo.
Y es que la Ley General de Cultura va a resolver lo jurídico, pero no lo más importante: la decisión de construir una poderosa política cultural que sirva como instrumento para provocar un gran cambio social.
Beatriz Pagés
@PagesBeatriz