Tiene toda la razón el secretario de la Defensa Nacional, General Salvador Cienfuegos Zepeda. Cuando dice que la guerra contra la delincuencia no es algo que se pueda ganar a balazos. También la tiene cuando señala que los militares no estudiaron para ir detrás de delincuentes. No se equivoca en nada de lo que dijo en un discurso que se antoja histórico, por claro y fuerte, por directo, ante los medios de comunicación, el pasado 8 de diciembre.
Pero sobre todo, el General secretario tiene razón en un punto: urge un nuevo marco jurídico, uno que brinde facultades especiales para actuar a las Fuerzas Armadas, en estas tareas en las que ya suman una década. O bien, los soldados y acaso las instituciones militares en su conjunto, podrían echarse para atrás, y preferir ser juzgados por desobediencia –desobediencia ante quien los envía tras los criminales sin protegerlos legalmente, y los expone, y los hace vulnerables-, que ser juzgados por haberse extralimitado en sus funciones y por haber transgredido los derechos humanos de los delincuentes.
El General Cienfuegos ha sido muy claro y aquí hacemos un recuento de los puntos clave de su discurso:
1.-La inseguridad y la violencia no se van a acabar a balazos.
2.-Los militares no estudiaron para perseguir delincuentes.
3.-Las policías estatales y municipales no se han reestructurado y no cumplen con sus funciones de combate real a la delincuencia.
4.-Que está el Ejército en las calles porque los que deberían combatir a la delincuencia, al crimen organizado –léase las policías-, no tienen la capacidad de hacerlo… luego de tantos años…
5.-Que falta compromiso de muchos sectores sociales para coadyuvar en la lucha contra la delincuencia.
6.-Que el sistema judicial penal no ha sido capaz de mantener a los delincuentes tras las rejas.
7.-Que las Fuerzas Armadas requieren de un marco legal que dé certeza a su actuación.
8.-Pero sobre todo, que los soldados “ya le están pensando en si le entran a seguir enfrentando estos grupos, con el riesgo de ser procesados, por un delito que tenga que ver con derechos humanos, o a lo mejor les conviene más que los procesemos por no obedecer”.
No hay duda de que el General habla con la verdad, y es un digno representante de todos los militares mexicanos, y sus palabras encarnan lo que entre las filas se está pensando, se está sintiendo, lo que se está, en realidad, sufriendo.
Gobiernos que envían a un combate a los soldados, un combate para el que no fueron concebidas las Fuerzas Armadas, y una vez que fueron lanzados a esas tareas, ante la ineptitud de las policías todas -entiéndase del gobierno federal, de los gobernadores, y de los alcaldes- son señalados por círculos críticos como culpables de todo, de violar derechos humanos, de cometer crímenes…
Pero si los militares no estudiaron para esto, es verdad. No querían hacer esto. Ni están obligados a hacerlo. No tendrían por qué hacerlo. Se han disciplinado ya 10 años haciéndolo, y han hecho funciones que sólo tocan a las policías. No a ellos.
Y luego de 10 años, las policías no se han logrado profesionalizar. Efectivamente, ya lo dijo el General, por falta de voluntad política de “muchos” sectores. Acaso entre los cuales está en primer lugar la voluntad de la Segob, la cual debe negociar en el Congreso nuevas leyes que regulen de manera favorable la valiosa actuación de los militares en las calles.
Sería un grave error que en las actuales circunstancias el Ejército tuviera que regresar a los cuarteles… Es impensable… El crimen ha incluso repuntado en este año, y las policías no pueden aún por sí mismas resolver la inseguridad. Hay algunas cuyos elementos incluso han sido señalados de ser cómplices del crimen y pese a ello no son expulsados de sus filas, bajo argumentos inverosímiles.
Aun cuando ya hubieran sido totalmente profesionalizadas las policías –metamorfosis que podría demorar tal vez una década más, y eso si es que hubiera voluntad política suficiente para hacerlo-, la inseguridad y la violencia no son sólo asunto de policías, ni de militares.
Los otros “muchos sectores” que alude sin decir su nombre el General Cienfuegos, son, por supuesto, el educativo, y la sociedad civil organizada. Deja mucho qué desear que la SEP no esté haciendo activamente todo cuanto quede a su alcance para inculcar valores en todas las escuelas, que nos lleven a construir una mentalidad de sana y armónica convivencia social.
Que enseñen los profesores -no sólo los del sector público, sino los del privado también, que tampoco tienen para cuándo, y nadie sabe en qué mundo viven- cómo podemos vivir juntos, cómo debemos dialogar, cómo debemos perdonar, cómo debemos procesar nuestras ofensas, cómo debemos actuar civilizadamente cuando algo nos hiere, nos ofende, nos hace daño, pero sin optar por la violencia.
La familia, por supuesto, ocupa un papel fundamental en que México sea un país más seguro y sin violencia, es decir, en la construcción de la paz con valores. Pero también las organizaciones de padres de familia, que son muy pocas en realidad, no parecen tener en sus agendas el principal tema que debería ocuparlas, que es éste, justamente, el cómo vivir unidos todos los mexicanos de la mejor manera, el cómo hacer que los niños vivan los valores, y que estos valores sean a prueba de todo.
Las organizaciones religiosas y algunas ciudadanas, lucen a veces más ocupadas en promover la familia tradicional y oponerla a otras expresiones que no concuerdan con su fe o con su imagen de lo que debe ser una familia, que en fortalecer el respeto a los demás, el diálogo, la convivencia armónica, el trabajo en equipo, la justicia, la honestidad, el amor, la fraternidad y la libertad. Tenemos todos que educar, que educar a los niños y a los no tan niños, en valores, en la unidad, en la solidaridad.
Por lo que en la actualidad, de ninguna manera podría ser conveniente que el Ejército sea retirado de las calles. Esto sólo derivaría en un gran caos. Sería irresponsable. Imaginemos cómo podría vivir la gente en muchas ciudades y zonas peligrosas sin la presencia de los militares. En Guerrero, Michoacán, en Zacatecas, en Tamaulipas, en Veracruz, entre otros muchos territorios. No podrían los alumnos ir a sus escuelas tranquilos, no podrían las madres salir a trabajar en paz, ni los hombres regresar a sus casas sintiendo seguridad: sin el apoyo del Ejército, cientos de miles de personas no podrían hacer su vida cotidiana hoy en día. Quedarían a merced de los caprichos estúpidos de los criminales. Expuestos a sus extorsiones los comercios, y todos, a los secuestros, a los chantajes, violaciones, asesinatos, robos, despojos.
Por esta razón, si bien estamos de acuerdo en todo lo que dijo mi General secretario, desde la sociedad civil elevamos la voz para que se considere el gran beneficio que ha hecho esta honorable institución a México.
Nunca podremos alcanzar a agradecer lo suficiente, lo justo, a las muchas labores que desempeñan los militares por la gente. No hay que olvidar que no es gratuito que sea el Ejército, en todas las encuestas sociales, la institución más querida y respetada, la que la gente considera más confiable, de todas las del país. Y eso no es poca cosa.
Sobre todo, en un país en donde la corrupción, por desgracia, es la sopa de todos los días y a gran escala, lo cual también es una cara más de la ausencia de valores y de instituciones que los enseñen, o de familias que pongan en este tema la suficiente energía, dedicación, interés, y tiempo.
Este país, hay que decirlo, no podría conservar la forma de país en estos momentos, de no ser por la muy loable labor del Ejército. El Ejército, o mejor, algunos de sus elementos, los menos, unos pocos y de forma aislada, pueden haber cometido errores. Los que todos hemos visto en un lugar u otro, pero son eso, casos aislados, y nada debe mancillar el honor de la milicia, lo mucho que han aportado a México en estos 10 años y a lo largo de toda la historia. No se vale generalizar, y mucho menos hacer esa suerte de campañas difamatorias anónimas contra esta institución enorme que es el Ejército.
Y no sólo es imprescindible el Ejército en términos de seguridad y combate al crimen, sino en apoyo en desastres, por ejemplo. Sin duda el Ejército es una institución que merece todo el apoyo de la ciudadanía, y todo el respeto.
Afortunadamente, legisladores en el Congreso ya están empezando a trabajar en brindar a la brevedad nuevas opciones de marcos legales, para que los soldados puedan –así sea de forma temporal, eventual, en lo que se profesionalizan las policías y se hacen serias y confiables-, estar en las calles y apoyar a las familias mexicanas en su desarrollo, en su bienestar cotidiano.
Mientras las cosas mejoran, cuente usted, General secretario, con el respaldo solidario y fraterno de los ciudadanos –y, humildemente, de las organizaciones en las que participamos desde hace una década- que reconocen el trabajo del Ejército por nuestro país.