¿En qué se parecen los casos de Elisa Ayón y del actual conflicto de Crimea? En que ambos son evidencias claras de errores de decisión política, en los que la condición actual es hija de equivocaciones en el manejo de situaciones.

Empecemos por la crisis entre Estados Unidos, OTAN, Unión Europea, Rusia y Ucrania:

No es gratuita la tensión entre Occidente y Rusia, por el asunto de Crimea: la ubicación de esta península en el Mar Negro es y ha sido estratégica, como lo demuestra la guerra que lleva su nombre (1854-1856) su posición como refugio anticomunista después de la Revolución Rusa (1917-1920) y como territorio ocupado por los nazis y apoyado por el colaboracionismo tártaro (1942-1944). En una decisión que actualmente se cataloga de error político, el premier soviético Nikita Kruschev la regaló a la República Soviética Socialista de Ucrania, a pesar de tener una población mayoritariamente rusófona. Ahora, que el Parlamento de Crimea votó por unanimidad a favor de realizar un referéndum sobre si se separan de Ucrania para unirse a Rusia (y que cuenta con el beneplácito de los legisladores rusos), más de uno se pregunta si la puntada de Kruschev, de mover de adscripción a una región dentro de la misma federación que gobernaba, no es la causa de un posible conflicto entre Estados Unidos y Rusia que podría reeditar la Guerra Fría en el siglo XXI.

En efecto, no había razones de peso para que Kruschev transfiriera una región de cultura rusa a una república ucraniana. Cuando se disolvió la URSS, la nocividad de esta ocurrencia se hizo evidente para más personas. Una torpeza política de los años cincuenta del siglo XX tiene en riesgo la seguridad global de este siglo.

Ahora veamos el caso de Elisa Ayón:

No voy a hacer leña del árbol caído, Elisa es indefendible, pero no es peor ni mejor que muchos de los políticos que hoy la condenan con antorchas: sus casi 4 millones de pesos de enriquecimiento injustificable (porque explicable sí es) son migajas en comparación de las decenas y cientos de millones que algunos de sus detractores poseen de forma poco clara. La ex regidora pertenece a una clase política que ha jugado con la doble moral mucho tiempo: no son dobleteros pero cobran porcentaje de todas las plazas que consiguen, no tienen una declaración patrimonial abultada pero las de sus amigos y parientes tienen ingresos impresionantes, les niegan la permanencia en sus cargos a los funcionarios honrados, no levantan un dedo contra persona alguna pero sus sicarios y guaruras deben muchas agresiones violentas, ni siquiera dicen «agarren, pero repartan» porque agarran, no reparten y hasta le quitan a quienes obtienen sus ingresos honestamente.

¿O ya se nos olvidó que al diputadazo panista Gustavo Macías Zambrano se le destituyó por no acatar una suspensión ordenada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN)?

Y no hay espacio suficiente para describir los relajos financieros de esta Legislatura y las anteriores.

El crecimiento del escándalo político de Elisa Ayón es resultado de malas decisiones: desde el punto de vista de la realpolitik, el primer error fue que no hubiera sanción política por el fuego amigo que ella recibió a través de la filtración de una grabación donde se registraban sus corruptelas.

Y no se requiere ciencia de cohetes para saber quiénes eran los más interesados en anular políticamente a la señora Ayón.

¿Por qué no hubo una sanción política contra el filtrador? ¿Por qué se dejó que un asunto controlable se convirtiera en un gran escándalo? El Juicio Político no remedia el perjuicio de imagen gubernamental causado por no haber realizado control de daños.

En México, sacrificar chivos nunca ha sido una estrategia inteligente, porque la población no cree que el resto de los políticos sean mansos corderos, sino cabras y chivas iguales o peores que las castigadas.

La filtración no fue un acto de honestidad valiente, sino una operación de desgaste que no sólo perjudicó a la ex regidora, sino a la imagen pública del gobierno en el que ella participaba. Esa acción es equivalente a la del defensa que le entrega el balón al contrario para perjudicar a su portero.

Para el electorado, el gobierno está lleno de elisas, que cobran comisiones y prebendas, así como de ejecutores de chivos que también castigan a funcionarios honrados, venden cargos públicos, hacen negocios desde el poder, así como calumnian y difaman aunque su trayectoria está construida sobre corruptelas, raterías y amenazas. En lugar de tranquilizar a la ciudadanía, el sacrificio de chivos expiatorios alerta a la gente contra la clase política. En eso radica este error político.

Desde el punto de vista de transparencia, el caso Ayón revela que el sistema de declaraciones patrimoniales es inútil. La revelación de corruptelas es muy importante para la rendición de cuentas, siempre y cuando no sea un hecho aislado contra los adversarios políticos: eso también pasa en las dictaduras y países del cuarto mundo. Basta con recordar los casos de Trotsky y Bujarin para saber que son los gobiernos más autoritarios los que purgan y castigan al pensamiento disidente.

En suma, debe aplaudirse que no se permita la corrupción, pero ese combate a la ilicitud no sucede cuando los castigos sólo son para los débiles o contrarios a los detentadores del poder.