El día de ayer, jueves 15 de octubre, iniciaron las reuniones anuales conjuntas entre el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. A diferencia de otros años, esta ocasión tanto la agenda como los acuerdos a los que puedan llegar, trascienden la esfera de los economistas y los expertos en políticas públicas, puesto que la recuperación económica global ha puesto bajo los reflectores tanto los dogmas económicos del último siglo (de los últimos 100 años, no del siglo XXI) como la capacidad de respuesta y coordinación del sistema financiero internacional, guiado, siempre, por la brújula de estos organismos, junto con un puñado de calificadoras y grandes fondos de inversión.

No está por demás recordar que la creación de un Fondo Monetario Internacional, así como de los bancos internacionales cuyos sujetos pasivos son los Estados Soberanos, tuvieron en la lógica de su creación, la intención de que no hubiese otra crisis global como la de 1929. El FMI nació en 1944, como una iniciativa de los aliados vencedores de la Segunda Guerra Mundial, en la conciencia de que los problemas, pese a que se originen en un país determinado, impactan al mundo entero luego de que escalan a determinada magnitud. Era imposible para ellos prever que la interdependencia financiera posterior llevaría esa idea a sus últimas consecuencias, pero hoy, más que nunca, es evidente que ningún problema que concierna a millones de personas puede ser ignorado por el resto del mundo.

En su libro “El Club de la Miseria”, que es ya un clásico de la provocación, el economista francés Paul Collier denuncia que el grupo de los 50 países más pobres del mundo no son materia de atención de fondo por parte de los países desarrollados, aunque su pobreza sea siempre una de sus banderas. En otras palabras, y según este autor, los países ricos y los organismos internacionales, que siempre tienen una agenda muy similar, prefieren anunciar para los países más pobres ayudas humanitarias en forma de caridad, en lugar de meterse de lleno a las trampas que impiden su desarrollo, como las guerras civiles permanentes o las economías extractivas, que ha tratado Daron Acemoglu, y que convierten a algunos Estados en pozos sin fondo para empresas multinacionales, que tienen estándares distintos de ética en sus países de origen y en aquellos en donde establecen sus sucursales. En un comentario sutil pero poderoso, Collier incluso señala que ni el FMI ni el BM suelen tener siquiera oficinas de representación en países verdaderamente necesitados de ayuda.

¿Cuáles serán los consensos a los que se llegará en este ciclo de reuniones conjuntas? Esperaríamos un poco de humildad intelectual de todas las partes, pues sus primeros documentos de trabajo, al inicio del confinamiento, erraron prácticamente en todo, sobre todo los del FMI. Y eso es una buena noticia, porque el mundo se está recuperando más rápido de lo previsto. Pero si no conseguimos rectificación ni autocrítica, por lo menos estemos atentos a que sus diagnósticos y recomendaciones no sean las mismas de siempre, que generan los malos resultados de siempre. La próxima semana analizaremos el desenlace, en este espacio.