Nunca como en 2018, la elección de presidente de México había tenido dos factores dominantes tan claros y visibles en el desarrollo de los resultados electorales que vendrán: 1.- La hegemonía de principio a fin, y desde prácticamente dos años antes de la elección, de un aspirante presidencial; y 2.- la debilidad generalizada de los partidos políticos nacionales como nunca antes.

A pocos días del veredicto popular final, las campañas electorales no han logrado crecer, atraer a los electores, sino en niveles muy bajos, que desmotivan a directivos, militantes, candidatos y equipos de campaña. La calidad de los temas y mensajes de la campaña, a nadie sorprendieron y la emoción que provocaron, se mantuvieron en poca aceptación y números negativos.

La sociedad prestó oídos sordos a las voces de los candidatos. Los grandes temas que afectan a la gente estaban claros y predefinidos: seguridad pública, pues de ella carecemos en gran cantidad de municipios, en todos los estados de este país; economía familiar debido al menoscabo de la calidad de vida y la pérdida del poder adquisitivo; corrupción,  el gran cáncer que lacera el tejido social, clave del hartazgo y del descontento popular.

De las campañas, la promesa que más vendió fue la de acabar con la corrupción, que llegó al imaginario social y se alojó cómodamente en el aspiracional de la mayoría de los mexicanos que anhelan mejorar sus condiciones de vida y que encontraron una respuesta entendible y sobre todo, creíble, del por qué estamos como estamos. Esa fue la gran propuesta, el paraguas de la campaña y parte de la explicación del por qué las encuestas registraron los números que hoy vemos.

Andrés Manuel López Obrador logró hilvanar un mensaje que no tuvo contradicción, puesto que nadie puede estar a favor de la corrupción, y al final, acabaron por sumarse al tema todos los candidatos presidenciales, aunque al emisor original, le valió doble y le contó como buena, fidelizándole millones de votos.

Ricardo Anaya intentó también se refirió a la corrupción, pero ese tema ya estaba ocupado y él no logró quitarse los señalamientos de enriquecimiento ilegitimo y de sacar ventaja a las posiciones de poder que ha tenido.

José Antonio Meade consumió su campaña electoral, urgido de ser conocido, pues entró con desventaja en posicionamiento, amén de no militar en ningún partido. Sin duda es un mexicano valioso que esgrimió propuestas con argumentos y valor superior para la sociedad mexicana, pero no permearon. La gente escucha lo que quiere y a él no quisieron escucharlo.

Jaime Rodríguez “El Bronco”, de plano sólo tránsito en las etapas de la campaña para ser testimonial su activismo. No logró despegar y su mejor propuesta fue una broma incivilizada: cortar manos a delincuentes.

Margarita Zavala, salió de la contienda temprano, quizá por la traumática experiencia de hablarle a las piedras y no convocar ni a sus amigos.

Los partidos políticos por su parte, cruzan y se ensucian en el mar profundo del descredito, lo cual se nota en el mínimo interés que existe por afiliarse o pertenecer a ellos, la baja participación voluntaria en las campañas, el mínimo interés de la población por involucrarse en las campañas electorales y en la pérdida de interlocución social que los tiene en el umbral más bajo de su popularidad de la historia nacional.

El momento socio político actual se caracteriza por mostrar a la izquierda mexicana viviendo su mejor momento y por ello se apresta a ocupar el lugar privilegiado desde donde enfrentara la prueba de fuego superior –si no acontece algo insólito y extraordinario- que es el escarnio popular y el enfrentar a la turba que no busca quien se la hizo sino quien se la pague, y elige desde siempre como villano favorito al gobernante en turno.

Todo cambio genera resistencia y turbulencia. Romper el modelo actual implica un cambio drástico y estos no pueden ser amortiguados al 100%. Hoy la gente ya no se satisface con cambios graduales. La prisa, el ansia, el hartazgo y la posición anti sistémica van ganando la partida. El próximo presidente de México tendrá como primeros retos, lograr el cambio sin ruptura, mantener la estabilidad macroeconómica, conservar los niveles mínimos de gobernabilidad responsable, realizar los ajustes a la administración pública y sobre todo, darle acceso a equipo y colaboradores que esperan recompensa, oportunidad y espacio público.

El despegue del nuevo gobierno hará que nuestro nuevo Presidente camine en un valle saturado de lobos. Lobos propios, neutrales y opositores, todos acechando y merodeándolo. Lobos solitarios y manadas aullando la victoria -grupos de poder, sindicatos, cúpulas-. Estarán políticos de siempre que se acercaran intentando sumarse, ponerse a la orden, involucrarse en el nuevo gobierno; también los proveedores que tienen su mira en las compras de gobierno y en jugosos contratos y concesiones, que esperan anhelantes el cambio para ingresar a disfrutar la piel del poder. El pago de facturas políticas generará largas filas de jubilosos ganadores pidiendo audiencia y recompensa.

La presión será fuerte.

Pero estarán también los cuervos. Activistas, militantes, promotores, ex candidatos tanto ganadores como perdedores del 1J, postulados por el partido del ganador, se intercalarán con los antiguos seguidores, con los fundadores del movimiento, con quienes han seguido por lustros al candidato vencedor. Ellos querrán escoger primero. Oportunistas, advenedizos y recién llegados, no siempre estarán hasta atrás de la cola.

Y entre los lobos que acechan y la convivencia con cuervos, el grueso de la sociedad y la generalidad de los votantes que eligieron junto con la mayoría, enfrentarán entre fiestas, el inicio del periodo de prueba, de tolerancia, de justificación ciega. El bono de confianza para el ganador, ese que da piso democrático, legitimidad e impulso para arrancar el gobierno, sin duda será muy corto. 6 meses a lo más. “El que con lobos anda, a aullar se enseña” y “Al que cría cuervos, le sacarán los ojos” son reflexiones que desde ya debiera ir haciendo quien se sienta ganador de la elección.

Nuestra sociedad se ha acostumbrado a exigir, a exhibir, a no ser paciente. La dureza y el rigor popular no tienen exentos. Evaluar a los gobernantes en su desempeño se ha vuelto una práctica basada en la desconfianza, en la crítica radical, frontal, sin dobleces y eso no se va a acabar, gane quien gane. El juicio popular es severo, es implacable ante la falla del político. 

México exige resultados de inmediato. El ganador de la elección se habrá sacado la rifa del tigre, a quien tendrá oportunidad de ver a los ojos e intentar domar, so pena de ser de consumido por el depredador invasivo que es el enardecido, furioso y harto pueblo mexicano.