Hemos visto arder Notre Dame, sueño etéreo, cincelado en piedra, más allá de la fe; símbolo inequívoco de la fuerza y determinación de la humanidad.

Notre Dame es hablar del gótico, de 800 años de historia; de coronaciones (incluyendo la de Enrique VI, rey de Inglaterra), beatificaciones y el réquiem por de Gaulle. Sin olvidar que a sus puertas, aún sin terminar, se quemó al último templario, Jacques de Molay.

Notre Dame es considerado el punto cero de Francia y una de las iglesias más importantes de la cristiandad; imán de turistas y símbolo de la cultura occidental. Declarada por la Unesco, desde 1991, patrimonio de la humanidad, por los parisinos parte de su familia y, por el mundo, un símbolo y ensueño.

Casa de Cuasimodo en “Nuestra Señora” de Víctor Hugo, templo de auto-inmolación de Antonieta Rivas Mercado y símbolo de la victoria en la segunda guerra mundial, cuando sus campanas sonaron a arrebato aquel 25 de agosto de 1944, anunciando la liberación de París.

Ni las guerras, ni las hordas de turistas (13 millones al año) habían causado tanto daño a la catedral parisina como el fuego que en menos de 8 horas consumió la mayor parte de su techo, su aguja y aún no sabemos los daños a las obras de arte albergadas en su interior.

Mientras el mundo contemplaba anonadado la destrucción de un símbolo, medio millar de anónimos bomberos plantaban cara al fuego y contra todo pronóstico —pensaban que se perdía toda la catedral— lograron controlarlo y salvar la estructura de la basílica.

Tal vez porque un pedazo de la historia de la humanidad ardió en llamas, tal vez porque evoca historias románticas, tal vez por ese sabor parisino, Notre Dame nos ha dolido a todos. Más allá de la religión, porque nos vuelve a demostrar lo frágil que es nuestro mundo, especialmente de lo que consideramos tan perfecto.

Un nuevo amanecer despuntó hoy en Paris, sin una aguja esplendorosa, sin los rosetones que convertían la luz en arcoíris. Con las volutas de humo nublando los ojos y un órgano sin voz. Sin embargo, la tragedia ha servido para que el género humano tan mezquino en tantos ramos, vuelva a unirse para recordar al pueblo galo, que Notre Dame es de todos y, como tal, con colectas y memorias, volveremos a construir catedrales.

¡Qué alcancen el sol y alaben a Dios!