Los números de la industria de la construcción en México van en picada. De hecho, su contracción dramática durante este 2019 se utiliza como un indicador, a su vez, para demostrar la recesión de la industria del país en general, puesto que es uno de los sectores del que dependen más empleos,y otros rubros secundarios de la economía. Es hora de asumir realidades: este gobierno no tiene dentro de sus prioridades ni la construcción de nuevas viviendas con ayuda gubernamental ni la contratación de obra pública equitativa a nivel estatal. Su apuesta es en tres o cuatro grandes proyectos, ya asignados de iure o de facto, en el sureste y en el callejón sin salida del sistema de aeropuertos del centro.

En este marco, la industria mexicana de la construcción requiere de un autoexamen profundo y de una reingeniería que le permita sobrevivir los siguientes años, que parecen de obstinación política respecto a las prioridades presupuestarias. Tengo la convicción de que si el gobierno insiste en frenar la inversión pública en infraestructura, liquidar todos los activos gubernamentales y dedicarse a transferir sumas de dinero a grupos específicos, que ni invierten ni producen, antes de que termine el sexenio sufrirá una parálisis que le impedirá cumplir hasta con sus funciones más básicas, como la fiscal, la de policía o la de impartir justicia. Espero equivocarme. Y cuando la tormenta pase, se reactivará la industria de la construcción, pues se entenderá, como ocurre cíclicamente, la importancia transversal que tiene en todos los rubros de la economía nacional. En ese sentido, es complementaria de la industria energética, por ejemplo, que sí es prioridad de esta administración y que requiere de infraestructura para funcionar; en ese sentido, su supervivencia es también un tema de seguridad nacional (no es gratuito que la ley que ha invocado Trump para poner aranceles, de forma abusiva o no, sea una que se promulgó ligando la industria de la construcción norteamericana con la seguridad nacional). Mientras tanto, los actores económicos que viven del negocio constructor e inmobiliario deben reinventarse y ser sensibles a los cambios que la industria está teniendo a nivel global, porque aunque las cosas vuelvan al estado anterior, no serán exactamente iguales. 

En concreto, considero que las constructoras y las inmobiliarias en México se han quedado en un modelo de negocios tradicional y, a decir verdad, uno que las vuelve dependientes de las decisiones políticas del gobierno en turno. En ese sentido, y aprovechando la tendencia que parece seguir una permeabilidad económica y migratoria con centroamérica, las empresas mexicanas pueden ampliar su vocación geográfica y de actividad. 

En el primer aspecto, haciendo un cabildeo agresivo con el cuerpo diplomático mexicano para que se promuevan las inversiones de infraestructura de países de Centro y Sudamérica haciendo partícipes a las empresas mexicanas. La política exterior de Donald Trump ha provocado, casualmente, que países tradicionalmente proteccionistas hacia su precaria industria, deban ser receptivos a las propuestas de México como principal instrumentador del plan de desarrollo de la región. Muchos de esos países están por construir plantas hidroelécticas, sistemas de transporte colectivo como el metro y otras obras para las que nuestro país tiene toda la capacidad instalada y experiencia de sobra.

En el segundo aspecto, el de ampliación de las actividades, conviene que las empresas mexicanas de la construcción e inmobiliarias celebren alianzas estratégicas o formen dentro de sí nuevas áreas de investigación aplicada a su industria, puesto que en otros países se están colocando de manera prioritaria en las agendas nacionales temas como la certificación ambiental de edificios, la tecnología de realidad virtual para compraventa de vivienda, los grandes datos (big data) para mejorar la oferta de proveedores y vendedores y la ingeniería civil que optimiza, además del espacio, el entorno completo del desarrollo que se construye. Es decir, la utilidad se está desplazando desde la construcción propiamente dicha a valores que antes se consideraban como simplemente agregados.

La industria de la construcción, en suma, tiene una importancia estratégica para el desarrollo que todos los gobiernos acaban aprendiendo, pero en esa curva de aprendizaje, que puede resultar dolorosa, no pueden ser daños colaterales ni los empresarios ni los trabajadores que mantienen de pie nuestras ciudades. Es tiempo de ser creativos y no solamente reactivos.