No la busquen por favor, se las cuento.

El bisabuelo, originario de África, el más pequeño de los 19 hijos de la familia del jefe de una tribu de la costa del Mediterráneo, de donde, alrededor de los ocho años, mientras él y sus hermanos se bañaban en el mar, traficantes de esclavos lo subieron a un barco que navegó llevándolo a un mundo desconocido mientras su hermana mayor nadaba en vano mucho tiempo tras el barco que se llevaba a su hermanito.

Lo desembarcaron en un mercado de esclavos en Constantinopla, allí lo compró un terrateniente y diplomático mercenario ruso, el conde Sava Vladisavić Raguzinski, hombre poderoso en dos estados grandes, con un palacio en Venecia, herencia de su mujer (Van Dyck los retrató a ambos); poseía otro palacio en San Petersburgo que recibió del zar Pedro el Grande por sus “servicios”. Raguzinski regaló al pequeño niño negro al zar. El niño demostró enormes capacidades en las matemáticas, y notables facilidades para los idiomas. El zar lo bautizó dándole su propio nombre: Abraham Petróvich Hanibal. Lo envió a la escuela militar rusa y luego a la francesa en París. Hanibal siguió siendo amigo de a Raguzinski y cuando este fue enviado por el zar como su delegado a China, Hanibal partió con él con el propósito de delimitar los imperios de ambas naciones.

Aquel niño africano creció, prosperó, triunfó.

El zar lo casó con una novia de una familia de nobles rusos.

Contrajo matrimonio en dos ocasiones. La primera mujer le detestaba; al descubrirla infiel la hizo encarcelar varios años, luego le permitió salir de prisión y ella ingresó en un convento religioso.

Fue feliz en su segundo matrimonio procreando ocho hijas y un hijo, Osip Abrahamovich Hanibal, de quien una de sus hijas fue la madre de Pushkin.

Aún más interesante es que aquella hermana, la que nadó tras la nave que se llevaba a su hermanito, le había enseñado el arte del uso de las agujas africanas que le iban a servir en la vida de la magia y el embrujo.

Gratitud a Milorad Pavić (1929-2009)