La semana pasada tronó tremenda bomba mediática, la distribuidora nacional Cinemex, anunció que pos siempre no iba a distribuir en todos sus complejos cinematográficos la nueva producción Suicide Squad, de la compañía de comics gabacha, DC Comics, lo cual causó harta comezón entre todos los fans de súper héroes y simpatizantes del género cinematográfico.

Es muy chistoso ver cómo una de los dos titanes de distribución de películas en nuestro país se queja, y toma una ofensiva “anti monopólica” cuando ellos mismos fomentaron, alimentaron e hicieron tradición ese tipo de prácticas. En vez de atentar contra el consumidor, reventar el consumo, que es de lo que viven, lo que deberían hacer es replantear y revisar la venta de palomitas,  chuchulucos y demás golosinas en sus complejos. ¡Ah claro!, en vez de eso regalaron exhibiciones de otras películas y con las palomitas incluidas, para compensar la cancelación. Error fatal. Vamos por partes.

Yo no sé si usted sepa amig@ lector (a), y si no sabe yo le platico que el verdadero negocio de los complejos cinematográficos no es la venta de boletos para las películas o exhibir estas cotidianamente, el verdadero negocio, el que deja, el que los ha hecho ricos, es la venta de palomitas, una que otra golosina y platillo botanero, sin mencionar los refrescos. ¿No me cree?

Escribía el connotado sociólogo francés Frédéric Martel, en su libro Cultura Mainstream, editado en México en 2011 por Editorial Taurus lo siguiente: “Contrariamente a los responsables de los estudios hollywoodenses, que se arriesgan y a veces juegan a la ruleta rusa, los dueños de las salas de cine saben perfectamente lo que hacen: saben que su negocio son las palomitas.

Las palomitas de maíz, un producto mágico, se vuelven populares en la década de 1930. Cuentan con la doble ventaja de ser fáciles de producir y de tener un costo ínfimo respecto a su precio de venta: 90 por ciento de los ingresos son puro margen (de ganancia). Y he aquí que los drive in (autocinemas), y después los multicines, construyen su modelo económico alrededor de las palomitas.”

Efectivamente. Es tal el negocio para los distribuidores de películas gabachos que provocó que los USA se convirtieran en el primer productor mundial de maíz palomero durante la década de 1930 a 1940 (y lo siguen siendo). Fue tal el trancazo que la monopólica y gigantesca red de multicinemas Cineplex Odeon compró su propia compañía de maíz de palomero con sembradíos y todo para hacer aún menor el costo y ganar aún más. En Estados Unidos para 2011 se promediaba que cada boleto de entrada vendido para ver una película incluía el gasto de 2 dólares mínimo de consumo de palomitas.

En México durante 2015 se vendieron 296 millones de boletos de cine, según la CANACINE, si entraron o no, o solo vieron la parcialidad de la película los que compraron las entradas ya es otra cuestión, si tomamos en cuenta que las cifras gringas sobre el consumo de las palomitas, resulta que por cada boleto vendido, se compra una presentación de palomitas como mínimo, no importa el tamaño o un combo que lo mismo incluye el refresco, dulces, chocolates, helados o nachos y un larguísimo etcétera. Si entendemos que el 90% de esa venta de las palomitas es de pura ganancia: ¿cuál es el negocio?, ¿cuántos miles de millones de pesos se meten Cinepolis y Cinemex por ese concepto?

El “invento” de las palomitas en los cines gabachos se debió a la histórica y brutal recesión económica de 1929, o sea, cheque como al consumo no le interesa si hay crisis o no, crecimiento o estabilidad económica. Lo mismo sucedió en México, aunque el desarrollo de la industria distribuidora de películas fue muy diferente a la estadounidense.

Si bien en México desde siempre existieron los grandes y hermosos cines como el Opera, Metropolitan, Real Cinema, Palacio Chino, Maya y una grandísima lista, eso solo sucedía en la zonas urbanas, al interior de la república en los estados y municipios, por mucho tiempo las funciones de cine se daban en iglesias, escuelas o al aire libre y la construcción de enormes salas donde se proyectaran los éxitos del cine nacional y su época de oro no fue una constante.

Ni qué decir de los autocinemas que llegaron tardísimo a nuestro país y que la neta, no funcionaron como en los USA. La cuestión de los multicinemas si llegó en los 70´s y 80´s pero no detonó, no hizo boom por la precaria situación económica y las casi diarias crisis económicas. Pero ojo porque el cine siguió siendo negocio y aquellos hermosos y gigantescos cines seguían siendo el soporte de la industria no obstante que no hubiera mucho cine mexicano, y el que había de muy dudosa calidad.

Lo que Fréderic Martel nos describe en su capitulo dedicado a las distribuidoras de películas en Cultura Mainstream, es un ritual convertido en modelo económico, una costumbre para consumir otros productos que necesariamente no son el pretexto, o sea, la película. Ese ritual también se daba en México, pero de forma muy diferente en la década de los 80´s del siglo pasado.

Hoy la chaviza, los millenials, practican un ritual muy cómodo para consumir películas, palomitas y chuchulucos, a mi generación y las pasadas nos tocaba formarnos por días enteros para conseguir siquiera un boleto ya no se diga para el día del estreno, sino para algún día en el mes que nos garantizara ver la película. Ese espectáculo era permanente, los cines grandotes no se daban abasto en la demanda, y además no le atoraban bien al negocio.

¿Se acuerda usted cuando en el cine nos tocó vivir la “cine permanencia voluntaria”? Era una “estrategia de mercado” que nos dejaba estar en el cine las horas que quisiéramos, me explico para las nuevas generaciones. Si por el amontonamiento que se generaba afuera de las salas se nos pasaba el tiempo para ingresar a la hora pactada (entre otros mucho fenómenos), al terminar la cinta, podíamos quedarnos a ver la siguiente exhibición en teoría para no perdernos la parte que no vimos, o de plano, si nos gustó mucho las película volver a verla.

Se daban los casos en que una misma sala, un mismo cine exhibía dos o más películas el mismo día, la película 1 en el horario A, la película 2 en el horario B y así sucesivamente, en muchas ocasiones no había la “cine permanencia voluntaria”, pero había veces que si, entonces imagínense el caos, pero también la perdida de venta de localidades, o sea, boletos. Ni que decir de la compra de palomitas, refrescos y golosinas. Que si bien se vendían en los cines, pues no era ni necesario ni de a fuerzas comprarlas, ya que nuestras mamaces y/o/u acompañantes se llevaban las típicas bolsas de mano estilo costal de Santa Claus (y hay de aquel que las quisiera esculcar), repletas de palomitas y demás productos indispensables para reproducir el ritual consumista de ver una película.

Los antiguos y bellos cines mexicanos terminaron por quebrar y poco a poco fueron siendo adquiridos por Carlos Amador, para fundar una monopólica cadena de distribución que respondía al nombre de CASA (Carlos Amador S.A.). Pero lo que acabó por tronarlo, fue lo mencionado en el párrafo anterior, las crisis económicas, pero principalmente, la aparición de las video caseteras y los video clubes donde se rentaban películas en formato Beta, luego VHS para verlas cómodamente en la casa de cada quien y consumir las palomitas que se quisiera sin restricción y aprovechar el negocio que no querían los distribuidores de cines.

Posteriormente la piratería haría tronar los videos clubes en México. Les debo una columna sobre piratería y consumo, nomás para que chequen que el león no es como lo pintan y que en donde quiera se cuecen habas. Por ejemplo, ¿cómo la piratería no truena el negocio de los multicinemas? ¡Ah verdad! Al tiempo.

Ya para la década de los 90´s es cuando se “liberaliza” el mercado y aparecen Cinepolis que hoy ostenta el 50.5 por ciento de las salas o multicinemas del país y Cinemex con el 42.3 del total de las salas, si bien hay otros distribuidores a nivel nacional, esos solo representan el 7.3 por ciento de los complejos donde se exhiben películas. O sea, de liberalizar y proteger el mercado, pos nada.

Y obvio, con dos exponentes y acaparadores del mercado pues comienzan con sus prácticas monopólicas que, ojo al parche, los limita aunque no lo quieran reconocer. Primero unos dicen, yo voy a vender refrescos rojos, ah pos los otros solo venden refrescos rojos con azul. Luego a pos yo vendo dulces de tal marca, y los otros de la principal competidora de caramelos y así sucesivamente. Dichas prácticas se extienden hacia los productores, en este caso especifico de Universal y Suicide Squad, y viene el sabotaje, el boicot disfrazado de “defensa empresarial ante un brutal agandalle”.

El problema es que golpean el consumo, de lo que viven aunque parezca que no, porque por sabotear el consumo del otro pierden el mayor de los ingresos (¡regalan las palomitas!), y luego entonces el esfuerzo se convierte en pérdida, ni siquiera en tablas aunque las matemáticas hagan que parezca que salieron a mano. ¿Y la PROFECO y la reguladora de la competencia en México apá? Pos ellos siguen “trabajando” en sus oficinas, nada contentos, eso que ni qué.

¡Qué coincidencias! Mire amigo lector yo no contaba con esta puntada de las distribuidoras de películas y quedó como anillo al dedo después de las columnas sobre Héroes, y como siguen siendo vacaciones, y esta bueno el tema del cine, veamos en la próxima columna el tema de los productores en México y como desaprovechan el furor del cine de súper héroes, pero también el de terror para rescatar a la industria del cine nacional. Todo desde la historia de un cuento, de una revista que hace mucho existió en México.