Siempre admirador de Chavela Vargas, en el año 2009 me propuse conocerla, y si más señas me fui a Tepoztlán, a preguntarle a la gente del mágico pueblo de Morelos por el lugar de residencia del ícono de la música popular mexicana, que trascendió fronteras. Finalmente, y después de no pocas negativas, una amable pero aun algo desconfiada Señora me dio su dirección y me explico cómo llegar hasta ahí, no sin antes decirme: "¿Pero es en buena onda, no es para algo malo?", la convencí de que no, mostrándole un par de regalitos que yo llevaba para ella en caso de poder verla. Tomé un taxi, la misma Señora le dio las instrucciones, ya que en Tepoztlán la gente la cuidaba con cariño y celo, y en cosa de 20 minutos estábamos ahí, a las puertas de su casa, una tranquila villa a los pies del mítico cerro "El Chalchi", y propiedad de su amiga y protectora en los últimos años, la escritora, periodista e incansable promotora cultural María Cortina; al tocar el timbre se asomó y abrió la puerta Lorena, una de sus dos inseparables enfermeras y guardianas, como les llamaba Chavelita, "está dormida", me dijo amablemente, pero después de un rato de plática me recibió los regalos que llevaba para ella y me dio un par de números de teléfono, con ellos, a las pocas semanas al fin la conocí. Tuve la oportunidad de platicar con ella varias veces, en persona y más veces por teléfono, aun me tocó asistir a dos de sus conciertos, uno en el 2010 en el Teatro de la Ciudad "Esperanza Iris" y otro más en el marco de una de las ferias del libro del Zócalo de la CDMX.

Todo lo anterior viene a colación a partir de una fotocopia que me encontré, de la dedicatoria de otro entrañable amigo, Félix Salgado Macedonio, de un libro que recién había escrito, con el nombre de "los pubertos de mi tierra", ameno y picaresco se lo di a Doña Chavela en otra de mis visitas, a lo que, semanas después y en una de las llamadas que yo le hacía periódicamente, Liliana, su otra enfermera y compañera me pregunto de qué era el libro que le había yo regalado, porque Chavela "soltaba las risotadas en el jardín", al tiempo de leer el citado libro. Chavela amaba a Acapulco, aquí trabo amistad con las grandes luminarias de Hollywood en los años 50s y 60s, llegando a cantar en la boda de Liz Taylor con Mike Todd, en 1957, en la casa del actor Mario Moreno "Cantinflas". Amiga de grandes personajes de todo tipo y de varias épocas, fue la mejor amiga de José Alfredo Jiménez, también de Frida Kahlo y Diego Rivera, incluso vivió dos años en la icónica Casa Azul de Coyoacán, donde tuvo cercanía con Juan Rulfo, María Félix, Pita Amor, entre otros muchos, incluyendo al líder exiliado de la Revolución rusa, León Trostsky.

Esta historia, que pudiera parecer banal, la comparto al tiempo que me congratulo del regreso del buen "Toro sin cerca" al ruedo político, personaje transparente, simpático y de una sola pieza, bohemio, por qué no decirlo, y sobre todo muy cercano a la gente común y del pueblo trabajador, que puede caminar y lo hace por todo Acapulco y Guerrero, sin escoltas ni miedo, que no es poco decir por estos lares.

Así que, el autor del último libro que leyó Chavela Vargas está de vuelta, después de retirarse de la política ante la decadencia de su partido de origen, el PRD; hoy, de la mano de Andrés Manuel López Obrador seguirá sirviendo a su gente, ya no solo desde las trincheras de las letras y el periodismo, sino desde de donde pueden sus acciones impactar de mayor y mejor forma, que es en el servicio público.

  ¡Bienvenido de regreso, "Torito", y muchos éxitos en lo sucesivo!