Joven murió José Pablo Moncayo (1912-1958), a los 46 años. Casi tan joven como Silvestre Revueltas, el genio absoluto de la música mexicana, muerto a los 41. Le bastó a Moncayo esa vida, sin embargo, para dejar testimonio de su talento al grado de que su Huapango se ha convertido en una suerte de segundo himno nacional que en realidad supera en belleza y sensibilidad al himno oficial.

Los más destacados críticos musicales del país, José Antonio Alcaraz, Juan Vicente Melo, Luis Ignacio Helguera, entre ellos, han escrito estupendas páginas sobre el valor de Moncayo y de sus obras como contribución pilar a la música mexicana que va más allá de su propio tiempo. Así que aquí solamente me referiré al homenaje que el domingo 22 de julio pasado y en ocasión del centenario de su nacimiento, llevaran a cabo la Compañía Mexicana de Danza Contemporánea de Guillermo Arriaga (co-dirigida por el entusiasta y multifacético Rodrigo González) y la Compañía Nacional de Danza Folklórica, de Nieves Paniagua, en el Teatro de la Ciudad.

Antes que nada debe destacase que el magnífico Teatro de la Ciudad esté abierto y funcionando en condiciones bastante óptimas y, como el domingo de referencia, lleno a su máxima capacidad. Ojalá este hecho se convirtiera en una constante.

El homenaje a Moncayo fue un espectáculo dinámico que permitió ir más allá del lindo  pero trillado Huapango. Tan trillado, que se presentó durante la noche en tres versiones distintas, lo cual fue un exceso. La mejor y más gustada interpretación quizá haya sido la del Taller Coreográfico de la UNAM, de Gloria Contreras, presentada en pantalla “gigante” sobre el escenario. La realizada en vivo, a cargo de la compañía de Paniagua, aunque con entusiasmo, colorido y cierto vigor en general, necesita  mayor trabajo aún, pues la rítmica de los bailarines y los mismos trazos dancísticos, no se coordinan del todo propiamente con el carácter de la pieza. Un problema objetivo quizá sea que, aunque basado en temas y sones populares, el Huapango no es una danza folklórica sino una obra sinfónica, pensada más para el oído y la imaginación que para los pies. Otro, es la “eterna” contrariedad de la danza mexicana, que escasamente y por dificultades varias, recurre a composiciones originales y expresas paras las distintas coreografías, de este modo, tiene que acudir una y otra vez a obras que no han sido concebidas por sus autores como piezas dancísticas.

El programa ofreció dos estrenos coreográficos sobre música del homenajeado. Muros Verdes, de la coreógrafa y bailarina Cynthia Paris, bailada por ella misma (con lo cual regresa a los escenarios luego de una ausencia de más de año y medio) y Cumbres, de Rodrigo González. Ambas coreografías con buenas posibilidades hacia el futuro. Se presentó asimismo Tierra de Temporal en la evocadora, energética y sentida versión coreográfica de Guillermo Arriaga, Zapata, ya clásica de la danza mexicana moderna del siglo XX.

Aunque un buen espectáculo en general y bien aplaudido, sería necesario incorporar una suerte de conexión o puente escénico entre las diferentes secciones del programa, para procurar la continuidad y propiciar cierta unidad dramática, digamos. Así, este espectáculo tendrá mayores posibilidades de éxito cada vez que se reponga, lo cual es deseable.

 

P.D. Aquí, Tierra de temporal en la versión coreográfica de Guillermo Arriaga, Zapata: http://www.youtube.com/watch?v=vl1VuZdKGoo