Poco antes de que estallara la revolución rusa, que derrocó a los zares, en 1917, era famosa en toda Europa la decadencia de la clase gobernante en ese país. Se dice que los nobles, los zares y sus familias, ni siquiera se trasladaban por los mismos caminos que el pueblo, así que no veían a los campesinos ni de reojo. No existían. Hay testimonios y referencias históricas de que los hijos de los últimos nobles, antes de la revolución, ya ni siquiera sabían hablar ruso; hablaban francés, que era el idioma de moda en las clases culteranas a principios del siglo XX. No extraña, pues, que los únicos a los que tomó por sorpresa la furia de las clases populares, combustible de los ánimos revolucionarios, fue a los propios aristócratas derrocados, que llevaban muchos años viviendo en otro mundo.

Los gobiernos siempre han sido mejores para ocultar a los pobres que para sacarlos de su pobreza. Y luego de 40 años de mercantilismo descarnado, que no llevó a ninguna parte, podemos ver, en nuestras élites políticas y económicas, ese mismo asombro de los nobles rusos que no se explicaban de dónde salieron tantos pobres y por qué estaban tan molestos con su situación. En México, pero también en el resto de América Latina, se fue construyendo a lo largo de las últimas décadas un modelo de medición de desempeño económico, con dos características: se privilegiaba lo macro económico sobre la situación real, vivencial, de las personas; y se dejaba fuera del esquema, a propósito, el costo social que conlleva entregarle el control de los países a los grandes capitales, dejando para los gobiernos un reducido margen de maniobra con el que puede, en el mejor de los casos, jugar al asistencialismo sexenal.

Lo anterior viene muy a lugar luego de que la semana pasada, el Banco Mundial publicó su reporte Doing Business, en el que analiza una muestra de 190 países, y de acuerdo a 10 indicadores determina cuáles son los mejores y peores destinos para hacer negocios. México bajó 6 lugares, para posicionarse en el lugar 60, respecto a 2018. Los rubros donde más caímos como país fueron los de pago de impuestos, facilidad para abrir un negocio y obtención de electricidad. Nada que objetar. Es apremiante una reforma fiscal (aunque nadie quiera hacerse responsable de ella), la industria eléctrica y energética en general requieren un impulso masivo, y no puede hacerse tan fácil la apertura y operación de negocios cuando al mismo tiempo se trata de combatir la evasión fiscal y el lavado de dinero.

Pero el resultado que llama mucho la atención es el de Chile, que desbanca a México como primer lugar de la región, al mismo tiempo que su presidente, Sebastián Piñera, le pide la renuncia a todos sus ministros y tiene a su país en estado de emergencia nacional por los disturbios populares que provocaron…las medidas económicas. Si bien el detonante fue el anuncio al aumento del boleto de metro, ya los expertos reconocen que ese país lleva varios años reproduciendo y alentando jurídicamente un modelo de crecimiento que promueve la desigualdad y la precarización de los salarios.

Es obvio que, si el presidente chileno hubiese previsto el tamaño y agresividad de las protestas, no hubiese tomado las decisiones que llevaron a ellas. También es poco probable que él, uno de los 10 hombres más ricos de Chile, con una fortuna personal de varios billones de dólares, tuviera un pulso preciso del descontento social en los barrios y comunidades más marginadas de Chile. Por otra parte, también es muy probable que los analistas del Banco Mundial, hechos a las cifras optimistas y a las variables macro económicas, no hayan previsto el ridículo de salir con ese ranking al mismo tiempo que destruían el metro chileno a tubazos y bombazos molotov. Su miopía es honesta y peligrosa. No están entrenados para ver más que lo que su modelo exige.

La invisibilización de la miseria es un tema común en las élites sociales que se hicieron durante el periodos neoliberal. Todavía muchas personas, de la clase media mexicana, critican a un gobernante por haberse formado en el trabajo social y en las dificultades económicas, por haber sido formados en el oficio político en lugar de en una universidad extranjera; en fin, lo critican por parecerse demasiado al pueblo que representa y por cuyos intereses vela. La democracia es compleja, no hay una sola virtud para gobernar ni un solo perfil idóneo para ver por el interés público. Pero es urgente que las élites económicas ortodoxas se den por notificadas sobre los puntos ciegos que tienen acerca de los países cuyos destinos deciden, todos los días, desde proyecciones estadísticas y paneles de expertos.