La inseguridad pública que padecemos en todo México nos alarma. Situaciones, noticias, sucesos y escenas que parecieran tomadas de libros de terror o de sangrientas películas nos han alcanzado ya en nuestra vida cotidiana, repercutiendo en nuestra cultura, nuestros hábitos familiares, nuestras actividades diarias e incluso se han ido quedando impregnados en nuestra cultura popular.

Jalisco sufre una de las etapas más violentas de su historia, donde los estragos de la inseguridad pública, de la escalada del narcotráfico, de los robos, asaltos, secuestros, desaparición de personas y homicidios alcanzan cifras elevadas y los esfuerzos coordinados entre las fuerzas del orden federal, estatal y municipales parecieran ser insuficientes para contener y disminuir las incidencias escalofriantes, lo que nos obliga a cuestionar ¿qué se tendría que hacer para disminuir radicalmente la comisión de delitos y cómo devolverle a la sociedad jalisciense seguridad, tranquilidad, paz, confianza y armónica vida en sociedad?

Pareciera que nos vamos acostumbrando a sobrevivir intercalados con los delincuentes en nuestro país, en nuestro estado, en nuestra colonia, en nuestra comunidad. Una combinación de factores nos trasladan del miedo al conformismo. La amenaza permanente es una condición con la que nos estamos habituando a sobrellevar.

En tan solo unos años, hemos pasado de conocer relatos criminales que antes nos indignaban y horrorizaban porque ocurrían en otros países del mundo. Pero ahora esos mismos relatos son cada vez más cercanos, incluso, han llegado ya a la vivencia personal, a la afectación consanguínea. Víctimas es la generalidad de nuestra sociedad jalisciense. Y esta situación necesita combatirse y sofocarse, pues no podemos permitir que siga avanzando y destruyendo nuestra sociedad presente y futura.

Las bolsas negras que contenían al menos 138 cadáveres, localizadas en La Primavera, en Zapopan, Jalisco, aunadas a otras 17 localizadas en Tala, más la frecuente localización de fosas y sepulcros clandestinos nos alarman sobremanera. Nuestras experiencias y nuestra memoria registran descabezados, encobijados, pozoleados, descuartizados, como voces de uso frecuente. Cada vez nos sorprende menos. La mayoría de los jaliscienses conocen casos que nos duelen y nos afectan familiar o socialmente. La pérdida de vidas humanas y las estadísticas de la inseguridad pública hace que el saldo blanco sea una condición de excepción, cuando debiera ser lo ordinario y cotidiano.

Es terrible ver cómo ante la pérdida de seres queridos nos envuelve la sensación de “no se puede hacer nada”. La impotencia es producto de la impunidad. Lamentablemente, los delincuentes y los criminales saben que difícilmente serán castigados por las autoridades y en ello, llevan varios pasos adelante a las corporaciones policiacas, que temen por enfrentarlas, por las represalias, por ser castigados, por ser señalados de uso excesivo de fuerza. El estado mexicano, nuestro gobierno, es el único facultado legalmente para hacer uso de la fuerza, con el objetivo de brindar seguridad nacional, condiciones de vida ordenada, conservar las instituciones y a la población segura y en paz.

Me parece que es tiempo de que el estado nacional enfoque sus recursos de toda índole para combatir este trance que a nadie sirve, a nadie conviene, a nadie le interesa y a nadie le deseo. Doblar las manos y replegarse esperando que entre ellos acuerden y se pacifiquen las células criminales, obedece a una realidad que ya no es la nuestra. La estrategia contra el crimen, la limpieza de nuestra sociedad es la tarea principal de este régimen y debiera ser una misión libre de dogmas, de ideologías, de partidos políticos y de cultos al ego y propaganda política. La tarea es de todos.

De nada sirve crecer económicamente a un pueblo si no hay condiciones mínimas de desarrollo social. Pensar que el tema de la inseguridad y la violencia es uno más de los problemas de México, es una forma de luchar derrotado. En tanto no entendamos que esa es la gran misión y el máximo objetivo a alcanzar en nuestro país, no estaremos dando pasos firmes para enfrentar y abatir el problema. Nuestra sociedad se desquebraja, el tejido social está desgarrado. Soluciones de fondo y no desfiles, acciones y no discursos. Castigo a corruptos y protectores. Desmantelamiento de la maquinaria financiera del crimen. Endurecimiento severo de penas. Inteligencia militar expandida y estrategia policial por objetivos. Un plan nacional interinstitucional, intersectorial y un llamado a trabajar en este sentido, no puede esperar más. La situación se agrava cada día que seguimos empecinados en hacer como que hacemos.