Por enésima vez, ahora desde Argentina, el escritor Carlos Fuentes volvió a arremeter en contra de los candidatos presidenciales que actualmente andan en busca del voto a todo lo largo y ancho del país. Al mismo tiempo, el autor de Los días enmascarados se declaró admirador de Marcelo Ebrard Casaubón, jefe de gobierno del DF, al que hubiera preferido como representante de la izquierda mexicana. 

El escritor está en su derecho de declarar lo que se le pegue la gana, atenido a su estatus de vaca sagrada (otros suelen decirles cacas sagradas) de la mafia literaria mexicana, donde ningún otro autor le hace sombra al reducido círculo de exquisitos que conforman la cofradía; pero también los lectores podemos ejercer nuestro sagrado derecho para pedirle que ya le baje a su actitud de viejo Zeus iracundo contra la “mediocridad” de los tres candidatos con posibilidades de obtener el triunfo.

Al final de cuentas, en un país en el que casi no se lee y en el que un escritor tiene una influencia nula sobre el ánimo de los ciudadanos, el de Carlos Fuentes no pasa de ser un voto más. A todo esto, ¿qué tan buen autor es Carlos Fuentes? ¿Tiene autoridad moral para descalificar a los candidatos presidenciales? ¿Es acaso el Herman Melville mexicano, creador de una obra monumental equiparable a Moby Dick? ¡Para nada!

En realidad, a reserva de la opinión que le pueda merecer a su corte de aduladores, Carlos Fuentes es un escritor mediano, tirando a mediocre. Basta echarle un ojo a sus libros para confirmar lo anterior. Así, salvo Aura, su novela más decentita, el resto de su obra es infame. ¿Alguien ha tratado de hincarle el diente a Una familia lejana? Es un asco; de hecho, resulta completamente decepcionante porque al inicio se quiere parecer al arranque de Aura, para luego hacer que nos demos el frentazo de nuestra vida.

Dicen que La región más transparente es la primera novela urbana de México. Puede ser, pero no existe nada que la haga trascender, salvo el título, cuya autoría le corresponde a don Alfonso Reyes. Más interesante y profunda resulta la novela Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, pero al menos éste ha sabido tener la prudencia de no andar de mamón.

De otras novelas, como Las buenas conciencias –que parece inspirada en Vicente Fox—, donde se aborda la historia de personajes que viven en la ciudad de Guanajuato, mejor ni hablar: no aportan nada nuevo a la literatura mexicana. Y en cuanto a La muerte de Artemio Cruz, que se inscribe en el boom de los autores lationoamericanos (Julio Cortazar y su Rayuela, Gabriel García Márquez y El otoño del patriarca, Mario Vargas Llosa y La tía Julia y el escribidor), no pasa de ser una soberana mamarrachada.

Pero aquí de lo que se trata no es de hacer una crítica literaria sobre la obra de la vaca sagrada mexicana nacida en Panamá, sino de su posición crítica frente a los candidatos. A Carlos Fuentes ninguno le gusta: ni Josefina Vázquez Mota, ni Andrés Manuel López Obrador ni Enrique Peña Nieto, contra el que más se ha ensañado el escritor por la poca cultura exhibida por el mexiquense, aunque eso no necesariamente lo hace a uno mejor que otros.

Ahí tenemos, por ejemplo, a José López Portillo: era un tipo con una cultura impresionante; sin embargo, como presidente de la nación dejó mucho que desear. Otro que no contaba con amplia cultura, en cambio, terminó sus días de eficiente funcionario como director del Fondo de Cultura Económica en los dos últimos sexenios de la era priísta: Miguel de la Madrid Hurtado, del que no se sabe haya leído algún libro completo.

En una nota publicada en Excélsior este miércoles y fechada en Buenos Aires, el escritor calificó de “mediocres” y de “poco interesantes” a los tres candidatos, pues aseguró que “no están ofreciendo ninguna novedad”; peor aún: en el colmo del egocentrismo (tal vez contagiado por los argentinos con los que convivía), Carlos Fuentes anunció urbit et orbi que no apoyará “a ninguno”, por lo que ya pueden ponerse a llorar los abanderados de PAN, PRI y PRD.

Y ya en plan de sincerarse con sus interlocutores, Carlos Fuentes aseguró que a él le simpatizaba el higadazo –tal para cual— jefe de gobierno del Distrito Federal, al que sí le hubiera ofrecido su apoyo. O sea: la pura incongruencia con este autor que ya desvaría por culpa de la senilidad. ¿Desde cuándo Marcelo Ebrard es lo más representativo de la izquierda en México? Tal vez desde que lo descubrió el escritor en alguna reunión social.

El buenazo de Marcelo Ebrard inició su carrera política en el PRI; de ahí se fue a fundar, junto con su mentor Manuel Camacho Solís, el Partido Social Demócrata, de efímera vida. En cuanto pudo, logró colarse al Congreso de la Unión como diputado federal por el PVEM, al que renunció en cuanto tuvo la oportunidad para volverse “independiente”. Después declinó por López Obrador, a la sazón candidato del PRD a jefe de gobierno del DF, y seis años después fue abanderado al mismo cargo, ya bajo los colores del negro amarillo.

Una carrera política muy “congruente”, ¿no, don Carlos Fuentes? Más bien, Marcelo Ebrard, que incluso hace cerca de diez años aseguraba que no era de izquierda, tiene  semejanza con una teibolera de la política (con perdón de las bellas que con esa profesión se ganan el pan de cada día): hizo tubo tubo como priísta, dio machaca con huevo como socialdemócrata, bailó en la mesa que más aplauda como verde ecologista y ahora practica sexis privados como perredista. ¿De izquierda el carnal Marcelo? ¡Ni madres!

Carlos Fuentes se mira en el espejo de su admirado jefe de gobierno del DF. El mismo autor, que ahora hace trizas a Peña Nieto por su incultura, fue seguidor de la teoría de Maquiavelo: siempre estuvo cercano al príncipe sexenal en turno, desde Díaz Ordaz a Salinas de Gortari. El PRI lo había premiado con una embajada cuando ocurrió la matanza de 1968 en Tlatelolco, misma a la que renunció en protesta por los hechos sangrientos de ese año.

Sin embargo, los intelectuales mexicanos se reagruparon alrededor del siguiente presidente con el argumento de “Echeverría o el fascismo”. Uno de ellos fue Carlos Fuentes, que no perdía oportunidad para adular a los presidentes de la época priísta para obtener privilegios. El último al que le brindó pleitesías el escritor fue a Salinas de Gortari.

Con los gobiernos panistas las relaciones no han sido muy cordiales, pero coincidió que los años se le vinieron encima, de tal suerte que vemos  cómo comienzan a causarle estragos al escritor, al que sus admiradores lo han convertido en presidente vitalicio de la República de las Letras.  El problema es que Carlos Fuentes se ha tomado en serio lo de su nombramiento, de ahí el desdén con el que trata ahora a los candidatos presidenciales que andan en pos del voto.

Al final, cuando ya haya un nuevo presidente de México, Carlos Fuentes fingirá demencia, hará como que no pasa nada y recurrirá a la misma táctica que siempre ha empleado y que le ha dado excelentes resultados: hablará bien del príncipe sexenal en turno para no tener que extrañar su lejanía. 

@BibianoMoreno