A 25 días de la jornada electoral en México, el desarrollo de la generalidad de las campañas políticas han resultado ser un ejercicio: a)híper fiscalizado –con sus claro oscuros y topes de gasto de campaña inverosímiles y ridículos-; b) un ejercicio de menor contacto directo que en elecciones anteriores. Candidatos flojos, virtuales, enfrentando el nuevo coliseo de la campaña cibernética; c) caudales inmensos de publicaciones en redes sociales, en su mayoría de contenidos irrelevantes; d) predicas de candidatos simuladas, ante públicos cálidos, cercanos, afines, cuya cobertura esporádicamente sale fuera de la zona de confort y no impacta a públicos nuevos; e) intentos persuasivos que apelan a la emoción y en la mayoría de los casos, no tocan a la inteligencia, no captan la atención ni impactan sólidamente en los electores, que a estas alturas del proceso, recuerdan poco o casi nada de los candidatos, más allá de anécdotas, memes, caricaturas o bromas que fueron causa de risa, comentarios y descalificación entre la comunidad.
Los electores, tenemos cada vez mayor acceso a fuentes de información y noticias al instante. Estamos consumiendo altas dosis de información, al grado de la intoxicación como consecuencia de esfuerzos desesperados por atraer nuestra atención. Las campañas políticas se han vuelto monótonas y repetitivas. Las intervenciones de los candidatos y sus propuestas ya no son sorprendentes ni generan gran expectativa. La fractura entre lo que la sociedad busca y lo que los políticos le ofrecen, es francamente cada vez más ancha. El público se ha vuelto exigente, impermeable, impaciente, desconfiado, incrédulo. En México la paradoja del bipartidismo es una evocación del siglo XX que ha quedado superada por el elector que explora nuevas alternativas y se aleja de los caminos tradicionales. Estamos en la antesala de la demostración de que la volatilidad del voto duro es una realidad imperante. Los monopolios de los partidos grandes no garantizan adeptos, participación ni votación efectiva. La gran base social no es militante partidista ni desea plazos forzosos ni adhesiones dogmáticas.
Las campañas quedaron a deber y no han sido ni espectaculares ni tan atractivas como la clase política nacional esperaba. Millones de mexicanos permanecen apáticos, repelentes, indiferentes y despreocupados por el resultado del 1J. Los cuartos de guerra afinan su estrategia para el asalto final mientras los electores se manifiestan desgastados, cansados, con ganas de que ya acabe este periodo electoral. Es claro que se puede ganar la campaña y perder la elección, que se puede perder la campaña y ganar la elección, o ganar o perder ambas por un mismo candidato.
Votar es un acto importante, un derecho y una obligación ciudadana esencial. El voto está determinado por factores y motivaciones históricas, y está cargado de significados culturales que reflejan más de lo que creemos: costumbres, hábitos, preferencias, significados, filias y fobias políticas. Los resultados y ver el pasado nos permite entender más sobre el voto. A veces el voto es emocional, a veces es racional, a veces es de castigo. Se tienen identificados diferentes tipos de votos: voto racional, voto inercial, voto personalizado, voto de ira, voto de consigna, voto de hambre, voto de miedo, voto circunstancial, voto ganador, voto oculto, voto nulo, voto útil, voto ideológico, voto partidista, voto clasista, voto switcher, voto de sangre y podríamos citar más.
Nadie vota por quien no conoce. El voto es una combinación entre partido, candidatos, gobierno, oposición, coyuntura, partidos y estrategias. Hay teorías que explican las causas del voto: Teoría conductista, que afirman que los estímulos externos importan y cambian la orientación del voto; Teoría racional, que plantea que el votante es racional y evalúan sus opciones por medio de un cálculo de utilidad esperada; y teoría cultural, que expresa que el voto es explicado por aspectos inerciales y tradicionales y los motivos del voto se van construyendo en el tiempo.
Para alcanzar los votos, los equipos de campaña afinan ya sus propias estrategias de activismo, promoción y movilización. Las estructuras de movilización entraran en funcionamiento y la campaña ocupara un lugar cada vez menos importante. El tiempo de siembra se agotó, lo que pegó, pegó, dado que casi 8 de cada 10 posibles votantes ya han definido su voto el día de hoy, aunque se especule mucho sobre el tema de los indecisos, de los que ocultan su intención, de los volubles, de los abstencionistas que podrían aún ser inducidos a participar.
La ventaja tan amplia entre el puntero y el segundo lugar en la contienda, ha quitado interés a la elección. Incluso se corre el riesgo de que disminuya la participación el día de la jornada al pensar que ya todo está definido y que es irrelevante acudir a votar. Quizá el elector castigue con apatía y abstencionismo la baja calidad de las campañas, los contenidos absurdos, la carencia de sentido y responsabilidad social de los participantes en general. Los debates entre candidatos han sido insuficientes para mover la intención del voto entre los espectadores. La campaña sufre para adaptarse a reglas nuevas de agenda pública, de carencia de promocionales y regalos para compra de conciencias, de un marco legal que otorga condiciones de equidad que benefician a todos los participantes, incluidos por supuesto, los partidos popularmente conocidos como “chicos” y la participación de independientes que es una vía incipiente para acceder al poder, que madurara y será cada vez más útil para avivar la democracia y la participación ciudadana.
El final del camino se acerca. Entramos en la recta final. Mitos, leyendas, prejuicios y dogmas serán derrumbados el 1J. Quizá, esa será la única victoria que obtengamos los mexicanos como resultado de la elección.