Enrique Krauze le entró con todo a la campaña presidencial, y está bien. En su reciente artículo en The New York Times, condensó su postura ante los candidatos que se disputan la Presidencia de la República. El historiador abre su juego y clarifica sus ideas, manifestando que:
a) El PRI merece perder por corrupto.
b) Andrés Manuel López Obrador, si gana, destruiría nuestra democracia.
c) Ricardo Anaya sería competitivo si el Presidente Enrique Peña Nieto deja de golpearlo a través de la PGR, cuya petición firmó el propio Krauze.
d) Los candidatos independientes no tienen posibilidad de ganar.
Es muy bueno que Krauze esté en campaña, porque es uno de los intelectuales más influyentes de México y su opinión es indispensable para enriquecer el debate político. Si bien Krauze, y otros intelectuales valiosos, están muy lejos de la estatura de su mentor, Octavio Paz, quizás el más grande intelectual mexicano de la historia que desataba pasiones por la profundidad crítica de su pensamiento, lo cierto es que sus reflexiones tienen peso específico en importantes ámbitos de la vida nacional.
Krauze es defensor de la democracia y ferviente divulgador del credo liberal, aunque rara vez considera, en sus reflexiones, que existen concepciones diversas y hasta contradictorias de la democracia y la libertad, contradicciones que se nutren de las particularidades históricas y políticas que por siglos han experimentado las naciones del mundo, desde la Antigüedad.
El director de la magnífica revista Letras Libres ha luchado por limpiar a la democracia de cualquier adjetivo, convencido de que los procesos e instituciones electorales que permitan la transmisión pacífica del poder, en un marco de vigencia de las libertades de expresión y asociación, constituyen el ethos democrático. La metodología que utiliza en su faceta de historiador se sustenta en esta concepción y, por lo tanto, se enfoca en las personalidades de líderes, gobernantes y caudillos.
A partir de estas perspectivas, Krauze ha escrito páginas brillantes, sin embargo, a muchos nos parece que su obra carece de profundidad, porque asigna un papel marginal a las condiciones económicas, sociales y culturales, así como a los procesos de cambio que las sociedades van registrando en el tiempo y que determinan la forma en que se construyen las relaciones económicas y el sistema político.
En la visión política de Enrique Krauze, las desigualdades sociales y económicas tienen un peso sensiblemente menor que las desigualdades políticas. En su concepción de la democracia y el liberalismo, el Estado tiene la misión de mitigar esas desigualdades políticas, por encima de cualquier otra prioridad como pueden ser la pobreza, la marginación social, la precariedad del trabajo, la concentración del ingreso y la riqueza, la depredación del medio ambiente o el ascenso incontenible de la violencia y la impunidad.
Quizás por ello, Krauze afirma en su artículo del NYT: “México es una democracia, pero hay un descontento profundo con sus resultados. La mayoría resiente, con razón, el magro crecimiento de las últimas décadas, la persistencia de la pobreza y la desigualdad.”
El subrayado en negritas es mío y tiene el objeto de resaltar que Krauze siente la necesidad de hacer explícito que la mayoría tiene razón para resentir la pobreza y la desigualdad. El historiador concede razón a ese resentimiento de la mayoría, quizás para evitar que los lectores que comulgan con su ideología política piensen que él, Krauze, coincide con el Presidente Enrique Peña Nieto en la idea de que el enojo social no tiene razón de ser.
Enrique Krauze identifica a AMLO como el máximo peligro para nuestra democracia. Así construye su posicionamiento en el debate electoral, y qué bueno que lo haga explícito. La intensidad de su deseo de que no gane el tabasqueño, lo lleva a expresar algunas contradicciones como, por ejemplo, decir que el candidato de MORENA creará una monarquía con él ocupando el trono y, a la vez, gobernará con plebiscitos. También se contradice al decir que en el siglo XXI México ya no puede ser el país de un solo hombre, pero que, si gana AMLO, le preocupa “el poder absoluto que podría acumular en la presidencia.”
Dice el historiador: “Si López Obrador decide apelar a movilizaciones populares y plebiscitos, no sería imposible que convocara a un nuevo Congreso Constituyente y procediera a anular la división de poderes, a subordinar a la Suprema Corte y las entidades autónomas, a restringir a los medios y a silenciar las voces críticas. En ese caso, México sería otra vez una monarquía, pero caudillista y mesiánica, sin ropajes republicanos: el país de un hombre.”
Está bien que Krauze exprese de forma categórica sus opiniones, sus simpatías y aversiones en la campaña presidencial, es totalmente legítimo y contribuye a detonar el debate.
Su pesadilla por el eventual triunfo de AMLO, puede disiparse si recurrimos a las herramientas de la ciencia política, del análisis comparado e incluso de otros enfoques de la historia. No luce viable, ni en términos históricos ni en términos de capacidades políticas, que AMLO, aunque quisiera, disuelva el Congreso, acabe con la Suprema Corte, con los órganos autónomos y silencie a los críticos. AMLO o cualquier otro gobernante que intentara tal despropósito, recibiría una lección despiadada de un mundo donde el poder ya no está por completo en el Estado, donde el poder está distribuido en una constelación incontrolable de grupos de interés, asociaciones, regiones, burocracias, medios, sindicatos.
Es probable que la visión apocalíptica de Krauze ante la probable llegada de López Obrador a la Presidencia de la República se mitigara un poco, si ampliara su enfoque sobre la compleja realidad mexicana, el profundo agravio social ante la insensibilidad y la impunidad de toda la clase política, la desesperanza que reina en amplias franjas sociales, en especial entre los jóvenes.
Tal vez, si el historiador se abriera a dialogar y considerar otras visiones, como, por ejemplo, la de Jesús Silva-Herzog Márquez, quien también ve con recelo a AMLO, pero que abre su mirada y escribe en un artículo reciente: “¿Es injusta, infundada, absurda la denuncia de nuestras instituciones torcidas? No lo es. Nadie a estas alturas puede desconocer el mérito de esa crítica de López Obrador al funcionamiento de la democracia mexicana… Es absurdo desconocer el valor de la crítica populista a las democracias liberales realmente existentes…”
Sigue diciendo Silva-Herzog: “Cuando Mario Vargas Llosa advierte que una victoria de Andrés Manuel López Obrador significaría un retroceso democrático imagina una playa hermosísima a punto de ser invadida por los bárbaros. El novelista cierra los ojos al retroceso que han provocado los gobiernos de la alternancia. Han sido los gobiernos de Fox, de Calderón y de Peña Nieto los que han pervertido las instituciones democráticas poniéndolas al servicio de sus intereses. Si la crítica populista tiene fundamento es precisamente por ellos. Cuando era tiempo de cimentar las imparcialidades se empeñaron en revivir el corporativismo, en pervertir los órganos regulatorios, en negociar el cumplimiento de la ley, en debilitar a los árbitros y en emplear la ley para combatir a sus enemigos”.
Dice bien Enrique Krauze que la batalla por el cambio en la elección presidencial se dirimirá entre AMLO y Ricardo Anaya, y que los electores debemos sopesar con cuidado quién representa realmente una alternativa. Tiene razón y ayudaría mucho despejar las fobias y los miedos irracionales. Como escribió en el año 2000 Juan Villoro, luego del triunfo de Vicente Fox, otorgándole el beneficio de la duda: “no sé si Fox representa el cambio que México necesita, lo que sí sé es que México necesita un cambio”: en esta fórmula de Villoro, cada quien ponga en lugar de “Fox” el nombre de su favorito y elija, sin atender profecías apocalípticas y confiando en la capacidad social de repeler cualquier locura real o inventada.