En distintos momentos México ha tenido que enfrentar duras realidades, sin embargo, quizá en los últimos 60 años no habíamos tenido ninguna como la de los últimos meses. 

Todo inició el pasado 9 de noviembre cuando, contra el deseo de muchos, despertamos con la noticia de que Donald Trump había ganado la Presidencia de los Estados Unidos de América. 

Desde esa fecha la incredulidad permeó en la sociedad, más por una ilusión de que no pasara nada que a la ignorancia de lo que sucedería. Preferimos creer que Donald Trump sería otro como Presidente que apostar a que cumpliría sus promesas. 

En los últimos 10 días nos encontramos ante una nueva y cruda realidad; el peculiar estilo de gobernar del señor Trump más allá de su ignorancia o su locura, su estridencia y falta de tacto, de su forma amenazante y agresiva, nos enseña algo que nos duele reconocer. Nuestros miedos y limitaciones. 

Si el señor Trump es capaz de infundir nerviosismo, de depreciar nuestra moneda con un tuit, es más por miedo nuestro que por su ocurrencia, es más por nuestra debilidad que por su fortaleza. Ante ello pareciera que preferimos que todo siga igual. 

Vale la pena, en retrospectiva, analizar ligeramente algunos factores sociales que nos caracterizan. Los buenos, el orgullo patrio; la solidaridad ante la desgracia; la organización en la defensa de las libertades; la energía única de nuestros jóvenes; vaya hasta el estoicismo ante la pena.

Los malos, nuestros sistemas anquilosados perversos que nos envuelven: 

Un sistema social paternalista que nos acostumbró al reclamo asistencial, desde la repartición gratuita de tierras y sus insumos subsidiados para trabajarla, hasta la repartición de despensas y vales para vivir.

Un sistema político basado en incentivos clientelares para ganar adeptos y mantener las  estructuras políticas en manos de los mismos, condición que se evidencia en la dádiva económica para asistir a un mitin, para ir a votar, y para inducir el voto más con base a la necesidad económica y no en la conciencia política. 

Un sistema empresarial basado en hombres, salvo honrosas excepciones, cuyo único interés es el negocio inmediato sin importar el objeto social. Preocupados exclusivamente por el lucro sin importar el desarrollo y bienestar del trabajador; el arraigo de la empresa y su papel en la estabilidad social y crecimiento de un todo: el país. 

Un sistema de administración pública basado en la corrupción, lo mismo para la asignación de un contrato que para abrir una empresa, lo mismo para acceder a un servicio que para obtener el consentimiento de un sindicato, no hay trámite por más burocrático que sea, acuerdo cupular o procedimiento público que no se arregle con una generosa comisión o concesión. 

Un sistema económico históricamente protector de los indicadores macroeconómicos y de los inversionistas, olvidado de estimular la productividad y el poder adquisitivo, ausente de una adecuada política industrial y del impulso al consumo interno; con una ineficiencia en el gasto donde no ha sido posible cambiar la economía  familiar. 

Ya no hay más tiempo. Dejemos a un lado la costumbre cómoda de echarle la culpa al villano en turno, de criticar sin proponer. Ante la coyuntura existe la oportunidad de derribar barreras mentales, cambiar de actitud y canalizar las energías hacia un cambio sistemático en México. Uno acorde a la nueva realidad y a la demanda de la sociedad moderna. Uno que nos de, no solo la fuerza para negociar entre pares, sino también la de ser protagonistas en los siguientes 50 años. 

Superar el desafío que nos representa Donald Trump, no nos llevará a girar a este país, no podemos volver a engañarnos; la solución no está en vencer o convencer a Donald Trump. Está en vencer nuestros miedos y cambiar esos sistemas que nos han detenido. 

Definir y aterrizar la agenda de México para el mundo y para los mexicanos es imperativo, el cambio estructural en lo social, en lo político, en lo educativo (educación superior y alta especialización), en lo tecnológico, en lo judicial, en una nueva forma de gobierno, nos hará fuertes, pero sobre todo nos hará respetables.