AMLO
México le debe mucho a Andrés Manuel López Obrador, pero el candidato presidencial de Morena es tal vez el mexicano más calumniado de la historia.
EPN
México le debe mucho al presidente Enrique Peña Nieto, pero los intereses poderosos que resultaron afectados con sus reformas estructurales se han encargado de destruir su imagen; sí. A base de mentiras y calumnias.
Beltrones
México le debe mucho a Manlio Fabio Beltrones, pero este tiene que ampararse porque piensa, y tiene razón, que está siendo víctima de una injusta persecución por parte de Javier Corral, el gobernador panista de Chihuahua.
Corral
México le debe mucho a Javier Corral, pero este denuncia, basado en hechos, que la Secretaría de Hacienda le niega recursos como venganza por perseguir la corrupción del anterior gobierno de Chihuahua, el del priista César Duarte.
Meade
México le debe mucho a José Antonio Meade, pero el candidato del PRI, un hombre limpio, tiene que soportar a diario acusaciones de todo tipo en su contra.
Anaya
México le debe mucho a Ricardo Anaya, pero el candidato del PAN ha tenido que dedicar buena parte de su tiempo a defenderse de las campañas con que brutalmente lo atacan algunos medios de comunicación.
Margarita
México le debe mucho a Margarita Zavala, pero esta mujer no tiene ya partido político y, por lo tanto, si quiere participar en la elección presidencial tendrá que hacerlo con la enorme desventaja de contar con solo un spot diario para promoverse, mientras sus rivales tendrán miles y miles de apariciones en la TV.
Aristegui
México le debe mucho a Carmen Aristegui, pero esta periodista fundamental perdió su espacio en la radio mexicana.
Vivimos en el país de las cosas rotas
Sin ayudas de archivos ni de buscadores de internet, solo recurriendo a la memoria la lista anterior podría alargarse hasta el infinito.
México, tristemente, es la versión agravada de la casa de la que hablaba Pablo Neruda en su Oda a las cosas rotas, “esas que nadie rompe, pero se rompieron”.
¿Quién va a reconstruir todo lo que está roto en México?
Si no lo hace el mar, que es lo único que puede lograr el milagro en el poema de Neruda, nadie podrá hacerlo.
¿Estará interesado el mar el restaurar a la patria mexicana? Pienso que no, el mar tiene tareas más urgentes.
Así que, aunque parezca imposible, somos nosotros, los mexicanos, los obligados a intentar recomponer todo lo que se echó a perder en nuestra casa muchas veces sin que nos diéramos cuenta.
Oda a las cosas rotas
Enseguida presento el poema completo de Pablo Neruda, que muchos conocerán e interpretarán más adecuadamente que yo, pero que muchos otros jamás han leído. Confieso, antes de transcribir el texto del poeta, que no me gusta demasiado leer poesía, pero esto de Neruda sí me llama la atención:
Se van rompiendo cosas
en la casa
como empujadas por un invisible
quebrador voluntario:
no son las manos mías,
ni las tuyas,
no fueron las muchachas
de uña dura
y pasos de planeta:
no fue nada y nadie,
no fue el viento,
no fue el anaranjado mediodía
ni la noche terrestre,
no fue ni la nariz ni el codo,
la creciente cadera,
el tobillo,
ni el aire:
se quebró el plato, se cayó la lámpara,
se derrumbaron todos los floreros
uno por uno, aquél
en pleno octubre
colmado de escarlata,
fatigado por todas las violetas,
y otro vacío
rodó, rodó, rodó
por el invierno
hasta ser sólo harina
de florero,
recuerdo roto, polvo luminoso.
Y aquel reloj
cuyo sonido
era
la voz de nuestras vidas,
el secreto
hilo
de las semanas,
que una a una
ataba tantas horas
a la miel, al silencio,
a tantos nacimientos y trabajos,
aquel reloj también
cayó y vibraron
entre los vidrios rotos
sus delicadas vísceras azules,
su largo corazón
desenrollado.
La vida va moliendo
vidrios, gastando ropas,
haciendo añicos,
triturando
formas,
y lo que dura con el tiempo es como
isla o nave en el mar,
perecedero,
rodeado por los frágiles peligros,
por implacables aguas y amenazas.
Pongamos todo de una vez, relojes,
platos, copas talladas por el frío,
en un saco y llevemos
al mar nuestros tesoros:
que se derrumben nuestras posesiones
en un solo alarmante quebradero,
que suene como un río
lo que se quiebra
y que el mar reconstruya
con su largo trabajo de mareas
tantas cosas inútiles
que nadie rompe
pero se rompieron.